lunes, 8 de enero de 2024

0806: Algo nuevo, algo viejo, algo prestado, algo azul

Algo nuevo

Yo elijo una que es mi canción para este verano. “Summer Breeze”, de Seals & Croft. ¿Por qué elegí para mí este año esa canción? ¿Por qué ahora escucho este tema de 1972? Debería haber para eso una cuenta. Para todo hay una. Dicen ahora. Si algo sobran hoy son las cifras. 

Voy oyendo el estribillo y silbo

Summer breeze,

Makes me feel fine

Blowing through the jasmine in my mind…

¿Qué combinaciones matemáticas fueron necesarias para que mi tarde, mi cabeza y mi verano lleven puesta esta música? ¿Qué cálculo intangible acomodó así los números de mi mundo? La ilusión hace creer que podría saber las cifras y las cuentas el robot que computa. O tal vez, algunas personas elegidas. Allá en las bases desde donde salen los cables, desde donde se emiten al cielo las señales. Algunas mentes sabias. Habrá formas de establecer un registro. Formas modernas de calcular y decir: esto es lo necesario. De cada cosa que hacemos. Algo nos hace sospechar y después estar seguros: no podemos contar cómo, pero podemos contar qué. En eso creemos ahora. Así que, con una nueva fe, pensamos que tal vez la vida que nos pasa pueda ordenarse, ponerse en fila, medirse en números y listas. En cantidades. Para que al final alguien venga y pueda decirnos: no hay un sentido ni un porqué, pero estos son los resultados.


Algo viejo

El Dios de Borges es uno que sabe lo que no sabemos. “Vi menos de diez pájaros (digamos) y más de uno, pero no vi nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres o dos pájaros”, cuenta Borges, “Vi un número entre diez y uno, que no es nueve, ocho, siete, seis, cinco, etcétera”. De esa precisión imposible, deriva una conclusión: “Ese número entero es inconcebible; ergo, Dios existe”.

Podría ver, si quisiera, todo el recorrido del sol. Desde que aparece al este, hasta que se entierra en el oeste anaranjando. Estar el día ahí, oyendo a las cotorras, contando los números que dicen los vecinos. El día entero, entero el verano. Y seguiría, creo, sin saber si existe o no un Dios verdadero. Uno que entienda por qué pasa lo que pasa, uno que pudiera decirnos eso que no sabemos pronunciar con nuestras voces.


Algo prestado

En la blancura. Es el último libro que leo en el año, y leo sin interrumpirme, de corrido, porque apareció Fosse así de la nada, con esa prosa genial. En estos días, este verano, puedo concentrarme poco. Leo acerca del frío, de la nieve, de las sopas y las manos templándose con cuencos y con lana. El verano se desvanece en ese invierno que Fosse me presta. Es el último libro que leo en el año. Y, si quisiera, podría dejar asentado ese hecho en una lista.

Hay una plataforma, otra plataforma, que se llama Goodreads y nos invita y nos ofrece y nos permite eso: registrar. Puede uno, si quiere, establecer desafíos de lectura: este año voy a leer 70, 60, 100 libros. Lo bueno es también que, si uno no quiere, no la usa. Yo hago eso. Prescindo de Goodreads. Y leo bien, de todos modos, un número de libros que solo podrá saber Dios y que no es uno, ni es diez. De esos libros no destilo una cifra ni un récord; dejo permanecer climas y escenas, recuerdos en partes, fragmentos de diálogos o perfiles de personajes imaginados. Nada de lo que pueda dar cuenta, nada de lo que pueda decir: para eso me sirvieron estos libros, mi productividad lectora fue de tantos y cuantos, este año fui un lector eficaz. No, ni cerca. De Blancura, por ejemplo, ni un numerito saco, ni un dato cuantificable. Solo la nieve y la luz blanca. Fresca. Tan necesaria este verano.


Algo azul

¿Estaban mirando esa serie hace un montón de años en una tele de tubo? Diríamos, entonces, ese programa. Unos adolescentes iban en bicicleta por un camino de playa, al borde del mar. Silbaban. Era su verano. Era un verano. Era el Mar Mediterráneo. En Nerja era su Verano Azul.

De todos los capítulos hay dos que sobresalen, que batieron récords de audiencia y excitaron a los amantes de las cifras. Allá por los años 1982-1983. Esos años que ahora, ¿qué son? Números imposibles. Números solo de Dios y míos y de los pájaros. Uno de los capítulos es el anteúltimo, en el que Chanquete muere. Y con esa muerte, los chicos se dan cuenta de que la vida no está ahí siempre. El otro es el que cuenta cómo Chanquete y los chicos se resisten al desalojo y la expropiación de La Dorada 1. Es ese en el que cantan una canción que, por esos días, fue la del verano:

No, no, no, nos moverán

Porque en el barco tiene el su nido

No, nos moverán

Del barco de Chanquete

No nos moverán.

Defienden, cantando, lo que una vez tuvieron, lo que hasta entonces no era para ellos nada, ni siquiera un numerito, pero ahora, por afecto, por caridad, por ser con otros, es también suyo.

No, nos moverán

Porque este barco es toda su vida

No, nos moverán.

Y ahí está el barco, en ese Verano Azul, en el mismo lugar todavía. Por encima pasan volando una cantidad indecible de golondrinas y gaviotas.


Por Santiago Craig

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