viernes, 26 de abril de 2024

0853: ellas son asi, y asi las amamos

 Cariño, por favor no olvides comprar pan cuando regreses del trabajo y, antes de que me olvide: tu novia Silvia está aquí y te envía saludos.

¿Que Silvia? 

Nadie, sólo quería que respondieras, para tener la confirmación de que viste mi mensaje.

Ah, me sorprendió, porque justo ahora estoy con Silvia, ¡Creí que me habías visto!

¿Qué? ¿Dónde estás? 

¡En la panadería cerca de casa!

¡Espera, voy para allá ahora mismo!

Después de 5 minutos, su esposa envía un mensaje:

Estoy en la panadería, ¿Dónde estás? 

Estoy en el trabajo. ¡Ahora que estás en la panadería, compra el pan, vete a la casa y deja de estar celosa.




Federico vivía, en un departamento con su amiga Sofia. Ante  los ojos de la familia de Federico, Sofia y él solo compartían el departamento... nadie podía comprobar otra cosa.

Un día, Federico invita a su madre a cenar una noche a su departamento de soltero. 

Durante la cena la madre no pudo quitar su atención en lo hermosa que era Sofia, la compañera de apartamento de su hijo. 

Durante mucho tiempo ella había tenido sospechas de que su hijo tenia relación con Sofia y al verla, la sospecha no pudo sino acrecentarse. 

En el transcurso de la velada, mientras veía el modo en que los dos se comportaban, se pregunto si estarían acostándose. 

Leyendo a su madre el pensamiento Federico le dijo:

— Mamá, se lo que estas pensando, pero te aseguro que Sofia y yo solo somos compañeros de  apartamento. 

Aproximadamente una semana después, Sofia le comento a Federico que  desde el día en que su madre vino a cenar, no encontraba el cucharón grande de plata para servir las salsas. 

Federico contesto que, conociendo a su madre, dudaba que ella se lo hubiese llevado pero que le escribiría una nota y que la dejaria en un lugar visible en la casa de su madre... 

En la puerta del refrigerador. Así que se sentó y  escribió: 

Querida Mamá, no estoy diciendo que tu tomaste el cucharón de plata de servir salsas pero tampoco estoy diciendo que no lo hicieras,  pero el hecho es que este ha desaparecido desde que tu viniste a cenar a mi departamento. 

Con todo cariño Federico.

Unos días mas tarde, sobre su escritorio Federico encontró una nota de su madre que decía:

Querido hijo, no estoy diciendo que te acuestes con Sofia o que no te acuestes con ella, pero el hecho es que si Sofia se acostara en su propia cama, ya habría encontrado el cucharón de plata para servir salsas, que yo puse bajo sus sabanas. 

Con todo cariño, Tu Mamá.


lunes, 22 de abril de 2024

0852: El cachascán* como formato de una mala entrevista

 Recuerdo una única “Barricada” –el programa de radio (por ahora en suspenso)— en el que la anfitriona, María Galindo, tiene como objetivo exclusivo aniquilar al entrevistado incauto, pero sobre todo temeroso, que acude al llamado para eludir el escarnio público que supondría su ausencia (así, parece mejor bancarse una sola humillación, aunque esta dure largos y tortuosos sesenta minutos) –. 

El interpelado era el entonces canciller, David Choquehuanca. El político llevaba tiempo exponiendo su pertenencia a la cultura del chacha-warmi (varón-mujer); e impulsando la necesidad de la armonización con la naturaleza.

En esa medida, el “encuentro” se desarrolló en dos esferas distintas. La conductora le espetaba que las lesbianas –como ella– no tenían lugar en el mundo aymara y él, sin el menor gesto de duda, inseguridad o culpa, respondía que efectivamente así era. Ella elevaba el volumen por su desconcierto e insistía y la respuesta del excanciller no variaba. Y es que ambos “conversaban” desde dos estadios distintos, hablaban diferentes lenguajes y bajo códigos opuestos.

Me vino a la memoria aquello mientras escuchaba, hace ya varios meses, una entrevista que le hizo el mordaz comentarista político, Tucker Carlson, a una activista que se quejaba porque no era suficiente lo que se había hecho en pro de un “non-sexist language”. La invitada promovía la expulsión del vocablo “man” de todas aquellas palabras no relacionadas a lo masculino. Pues creía que eliminando ese término, asociado con un hombre adulto, “las cosas mejorarían y muchos se sentirían menos ofendidos”.

A diferencia de Galindo, Carlson no se desespera. Y no se desgasta intentando sin éxito atraer a la entrevistada a su zona de racionalidad. Tucker parece divertirse siguiendo la corriente y le pregunta a su interlocutora, por ejemplo, que qué pasaba con los habitantes de Man-chester; a lo que ella –inamovible (igual que  Choquehuanca)– responde: “pues deberían cambiar el nombre de la ciudad, en tanto la composición de la palabra podría estar ofendiendo a un grupo de personas”. 

El presentador de noticias estadounidense, con algo más de audiencia, y más seguridad personal que nuestra radialista local, no discute en cámaras, pero pone en evidencia lo que para él resulta un absurdo: que en la línea de su invitada cualquier grupo pequeño de “unhappy people” puede llegar a controlar al resto. La muchacha, que no advierte el sarcasmo de su entrevistador, contesta que ese grupo pequeño de disconformes puede estar creciendo; que los tiempos están cambiando; y que el lenguaje, dinámico como es, se mueve con ellos.

Pienso que es necesario, por la salud de la opinión pública, distinguir entre conducir un programa de debate y uno de entrevistas. El primero permite el cachascán. El moderador se convierte en el réferi que controla los minutos, define las intervenciones e introduce el elemento provocador y discordante, sin regular demasiado el tono. En cambio, en una entrevista (una buena) se puede exprimir al invitado; se le puede incluso colocar un tirabuzón y sacarle la información deseada hasta dejarlo vacío; pero no se lo puede taclear con rudeza hasta llevarlo a un territorio ajeno. El entrevistador debe despojarse de su ánimo narcisista y permitir que a las pocas horas el público hable de su entrevistado más que de él.

Quizás por eso es que comunicadores como Tucker Carlson optan por mantener sus entrevistas y a sus oyentes con vida, haciéndoles creer a los invitados que comparte sus opiniones: los alimenta con cebos, de modo que se sientan cómodos y hasta convencidos de que su participación es capaz de modificar el pensamiento del interlocutor y de toda su audiencia.

Nuestra aguerrida comunicadora local, en cambio, se alimenta ella misma de sus invitados, a quienes se va comiendo de bocado en bocado. Sus programas son en verdad una especie de show circense: en el que los espectadores miramos con compasión a los protagonistas dándole gracias a la domadora a cambio de modestos premios como dejarlos hablar.

Mientras un Carlson sin complejos terminaba su charla de modo jocoso, pero condescendiente, proponiéndole a la complacida activista cambiar el nombre de Goldman Sachs –uno de los bancos más grandes del mundo– por su contenido masculino (…); Galindo finalizaba su fallida Barricada al entonces canciller, visiblemente frustrada. Había fracasado en su intento de arrastrarlo al cuadrilátero y de reducirlo para que aceptara, de una vez por todas, que su cosmovisión sexual era errada tan solo porque ella no cabía ahí

*Del ingl. catch-as-[catch]-can; propiamente 'agárrate como puedas'


jueves, 18 de abril de 2024

0851: gajes matrimoniales

 Una mujer fue de compras, al llegar a la caja abrió la cartera para pagar. La cajera vio que allí tenía un control remoto de televisión. No pudo controlar su curiosidad y preguntó

-¿Siempre anda usted con el control remoto de televisión en su cartera?

-No, no siempre, pero mi esposo se negó a venir conmigo de compras porque  tenía que ver un partido de fútbol, ​​así que me traje el control remoto.

Moraleja:

Apoye y acompañe a su esposa cuando ella se lo solicite.

Pero la historia continúa...

La cajera se rio y le devolvió la mercancía a la señora. Sorprendida, esta le pregunta qué sucedía.

La cajera le explica:

-Su marido ha bloqueado su tarjeta de crédito.

Moraleja: 

Respeta los pasatiempos de tu esposo.

Pero la historia continúa...

La esposa sacó la tarjeta de crédito de su marido de la cartera. 

¡De seguro no iba a bloquear su propia tarjeta!

Moraleja:

No subestimes la sabiduría de tu esposa.

Pero la historia continúa...

Cuando deslizó la tarjeta, la máquina solicitó: 

INGRESE EL PIN ENVIADO A SU TELÉFONO MÓVIL, o sea

¡al teléfono del esposo!

Moraleja:

Cuando un hombre está en riesgo de perder, hasta la máquina es suficientemente inteligente como para salvarlo.

Pero la historia continúa...

La mujer sonrió y sacó el móvil que sonó en su bolso.

¡Era el teléfono de su marido!

Ella lo había tomado junto con el control remoto para que no la llamara durante sus compras.

Ella compró sus artículos y regresó a casa ¡feliz!

Moraleja:

¡Nunca subestimes a una mujer!

Pero la historia continúa...

Al llegar a casa, su esposo se había ido. Encontró una nota en la puerta que decía: 

"No encontré el control remoto".

Salí con los niños para ver el partido. Llegaremos tarde a casa. Llámame a mi teléfono si necesitas algo.

Se llevó las llaves de la casa.

Moraleja:

No intentes controlar a tu esposo. Puedes perder el control.


"PERO LA HISTORIA CONTINÚA".


lunes, 15 de abril de 2024

0850: Qhaya kutirimuy

Se sentó de nuevo en la acera y se pasó la mano en la acera y se pasó la mano por la frente, para enjuagarse el sudor. De pronto, al levantar los ojos, descubrió a un soldado, haciendo guardia, como aquel otro del cuartel. Al darse cuenta de ello, renació la esperanza de obtener noticias. Quién sabe era allí. Al fin y al cabo había soldados, como en el cuartel.

Cuando intentó entrar, el centinela no la detuvo, como en el otro cuartel. Se limitó a señalarle un cuartucho junto a la puerta, donde había varios hombres, fumando y charlando. Uno de ellos, el que estaba sentado al fondo, fue el primero en verla y se apresuró a gritar:

—Suyaricuy, espera.

Entonces ella se sentó en el umbral de la puerta. Y esperó nuevamente. Entretanto, los hombres siguieron charlando, como si ella no existiera. Por fin salió uno. Después otro. Quedaron solo tres, que hablaban en voz alta y reían constantemente. Una gran modorra la había invadido, sentada allí en el umbral de la puerta. Aquellas carcajadas, sin embargo, la despertaron a la realidad. Vio ya solo tres hombres. Se puso de pie, avanzó unos cuantos pasos e intentó interrumpir la conversación.

—Tata…

El hombre que estaba sentado al fondo de la habitación le hizo una seña —una, dos veces— de que se callara. Como a pesar de eso ella insistiera, a los ojos oblicuos de aquél asomó la ira y en el color bronce de su rostro se acentuó el color verde.

—¡Déjanos en paz, india bruta! —masculló.

Él hizo seña al guardia para que la echara a la calle, inmediatamente. Renació entonces para ella la misma interrogación de antes, grande, llena de misterio:

—¿A dónde ir, a dónde?

Tercer día. Camino a la ciudad. Pasos inciertos. Un caserón blanco, con un patio enlosado y al centro un gran cuadrante. Oficinas. Papeles amontonados como torres. En todas partes la misma respuesta para ella:

—No es aquí.

Finalmente, ingresó en un segundo patio, pequeñito, inundado por la hierba donde ante la oficina oscura había una larga fila de indias.

—Aquí es, mama —le dijo una de ellas.

Espero varias horas, pero no alcanzó a llegarle su turno. Al mediodía salió el hombre que trabajaba en la oficina y cerró la puerta con un candado. Cuando cruzaba el patiecito ella logró interponerse en su camino.

—Es tarde —dijo él, señalando al Sol, cuyos rayos caían verticalmente—, Qhaya kutirimuy

De nuevo diez leguas murieron con el tercer día; cinco del rancho a la ciudad, cinco de la ciudad al rancho.

De aquella oficina la mandaron a otra, en la Municipalidad, y por último a otro, situada en un edifico anexo a la Prefectura. Allí esperó como en el cuartel, como en la Policía, como en el patio pequeño e inundado por la hierba. Esperó…Llegaron otras indias, con los ojos llorosos, al igual que ella. Y algunas lograron entrar en la oficina, por suerte o por desgracia, porque de la oficina salieron llorando.

Guaguay guañusca, mi hijo había muerto —oyó que decían. Entonces a ella le dio miedo. Y no se atrevió ya a insistir para entrar. Prefirió quedarse en la puerta, como de costumbre. Mirar. Callar.

Un día encontró cerradas las puertas de la oficina. Buscó en todas direcciones para saber la causa. Pero al final, como estaba acostumbrada a esperar, esperó también. Y hacia el mediodía —era domingo— las puertas cerradas bastaron para decirle lo que le habían dicho tantas veces los empleados de la oficina.

—Qhaya kutirimuy

Entretanto, fue pasando el tiempo: diez, cincuenta, quien sabe cuántos días. En la oficina los empleados buscaron o fingieron buscar el nombre que ella les decía. Recorrían unos papeles largos, conversando o silbando. Y acabaron moviendo la cabeza negativamente, mientras le ordenaban a ella que no se acercara tanto: mitad por pena, mitad por asco. Tuvo así que volver a la puerta, pero conservando intacta su esperanza; acrecentada más bien por aquellos pasos que había dado hacia adentro.

Posteriormente, para los otros —para los blancos, para los cholos— llegaron grandes noticias. Había terminado la guerra. Comenzaba la desmovilización. Final de una larga pesadilla. Alegría en los corazones. Mas para ella todo siguió igual. Ni siquiera se enteró de esas noticias. Desde que se llevaron a su hijo, al Juancito, no hablaba con nadie. Además, aun cuando le hubieran avisado, habría sido inútil, porque ¿acaso sabia ella donde, ni qué cosa era la guerra?

Los empleados de la oficina, a su vez, habían acabado por acostumbrarse a la presencia de ella, humilde, silenciosa, acurrucada, en la puerta como un animal inofensivo. Cierto día, sin embargo, dos empleados que compulsaban una lista muy larga —nombre de muertos, de prisioneros, de heridos— interrumpieron de pronto su tarea. Comenzaron a discutir en voz alta. Y luego llamaron.

—¿Cuál es el nombre de tu hijo? —preguntó uno de ellos.

—Juancito, tata.

—¿Juancito, que?

—Juancito Quespi, tata.

Los empleados volvieron a mirar en las listas, ávidamente.

—Ha muerto —dijo uno de ellos.

—No ha muerto —replicó el otro.

Los cuatro ojos se clavaron una vez más en las listas: O… P… Q… Quespi…Quespi… Quespi…

—Hay tantos quespi entre los indios —volvió a decir el primero—, que resulta imposible distinguirlos. Son como las hormigas.

Y se encogió de hombros. El otro hizo lo mismo. Después, frente a la duda hundida como una cruz en ella, la propia duda de los dos les hizo decir, casi el mismo tiempo, lo de siempre

—Qhaya kutirimuy (vuelve mañana)

 

sábado, 13 de abril de 2024

0849: experiencia anal

 La muchacha, entregada a su destino, resignada, desabrochó su pantalón y lo dejó deslizar, quedando al descubierto su magnífica parte trasera. Le dio un poco de pudor, por supuesto, pero ya nada podía hacer:  la habían convencido.

Con un poco de titubeo, se inclinó sobre la superficie suavemente acolchada, boca abajo, ofreciendo su intimidad al destino que le esperaba. Cuando sintió los dedos expertos en su nalga suave y fresca, le dio un poco de miedo, pero cerró los ojos y esperó lo que venía.

Suavemente, al principio, y luego con firmeza, sintio que algo rígido se introducía en su cuerpo. Empezó a sentir dolor..ardor...pero clavó las uñas en el tapizado y ahogó un gemido.

Una eternidad..unos segundos...da igual, ya estaba hecho...hasta que intuyó, más que sentir, que esa cosa dura derramaba un liquido calido dentro su cuerpo.

Cuando sintió que eso se retiraba de ella, se alivió, aunque el ardor le siguio inquietando.

Volvió a ponerse los pantalones, enjugó una lágrima, y se marchó.

Y pensó: " La próxima vez, le pido que me de unas pastillas: la enema ya no la soporto..."


miércoles, 10 de abril de 2024

0848: POR EL CAMINO DEL AGUA

 Los dos guardianes acompañan desde lejos a la esbelta joven aproximándose al fuerte. Los perros están nerviosos. Se agitan en el canil y olfatean la brisa.

—¿Ves algo sospechoso? —pregunta el fusilero. 

—No. Viene descalza eludiendo los charcos. Usa un vestido oscuro y suelto. Mira hacia acá. Sabe que la observamos.

Ella ve al guardia y clava los ojos en el largavistas. Los labios se mueven. 

«¿Te gustan mis ojos, soldado? ¿Y mi boca? ¿Te gustaría besarla? Déjame llegar un poquito más cerca. ¿Es tanto lo que me deseas?».

Marca las palabras como si gritara. «Es probable que el vigía sepa leer los labios», piensa y continúa con su mímica silenciosa. 

«Ya me he despojado de mi ropa interior. Hace tanto calor…»

Contornea la región de los hoyos. Mira fijo al binocular, como si viera la mirada ardiente del otro. 

—¿Ves algún micrófono o algo sospechoso? —insiste el fusilero, nervioso. 

—No. Sólo mueve los labios. 

—¿Cómo es eso?

—Lectura labial. Tal vez confía en que yo la descifre. 

—¿Qué dice?

—No quieras saber. Dice cosas obscenas. 

El vigía espera que pase el último hueco. La mujer muestra una pulsera en el brazo derecho.  Vuelve a dibujar palabras silenciosas. 

«No dejas de mirarme. ¿Qué será que tengo que te atrae tanto?».

«Yo no sé leer labios. Tendrás que dejarme llegar más cerca».

El binocular recorre entero el hermoso cuerpo. Tanto que parece tocarlo. 

«Y tu colega está muy excitado también? ¿Me dejarán entrar?».

La mujer llega al portón y pide permiso para pasar levantando el brazo derecho. El de la pulsera. 

—Dile que se quite esa cosa y la arroje lejos. Tengo un mal presentimiento —dice el fusilero. 

Ella no espera la orden. Sin demora, se quita el brazalete y lo arroja en una poza. En el canil, los animales quieren romper las rejas. Los dos hombres se miran con los ojos vacíos. 

El pesado portón de hierro se abre y ella camina decidida hacia la Plaza de Armas. Los guardias se colocan uno a cada lado con los rifles destrabados. 

—Creo que no se asustarán si me rasco la espalda. Me está picando justo aquí, cerca del implante. 

Esto lo dice a voz en cuello por primera vez, para que ellos no dejen de oír. 

Los dos descubren que es demasiado tarde un segundo antes de ser barridos por el chorro de fuego.

lunes, 8 de abril de 2024

0847: LOS AÑOS DEL CHARLESTON. 1900-1930

 En Barcelona, la fiebre del jazz se desató en los años veinte del siglo pasado cuando en los salones de baile empezaron a sonar nuevos ritmos importados de Estados Unidos. El cakewalk, el foxtrot y el charlestón se convirtieron en las últimas tendencias, y la música jazz empezó a sonar en todas partes.  


A principios del siglo XX, actuaron  en el Circo Alegría de Barcelona. (1905).  Mister Johnson y Miss Bertha bailando el “original cake-walk”. A partir de 1909 nos llegó la moda del two-step y el foxtrot. Los nuevos ritmos eran exagerados y divertidos inspirados en movimientos de animales.


En 1910 El maestro Manuel Penella se hizo eco de esos ritmos en su opereta “La niña mimada”, que incluía un numero de negros bailando un cake-walk, un estilo de baile derivado del Ragtime. 


Rivalizó en popularidad con géneros como el fandango, la jota, el bolero el tango o la rumba. Tras la fiebre del cake-walk hizo su aparición el Fox-trot. !Las academias de baile hicieron su agosto!


Al acabar la Primera Guerra Mundial, la simpatía de los barceloneses por los vencedores aliados hizo que empezara a sentirse la influencia americana en el baile y su música. En 1918, la revista Mundo Gráfico publicó la primera referencia al jazz en la prensa española. 

Dos años después, en 1920 la Original Dixieland Jass Band, realizó una gira por España. Su actuación en Barcelona fue un éxito rotundo (1917). Fue la primera orquesta en grabar un disco de jazz de la historia. 

 LOCOS AÑOS 1920 Y LAS JAZZ BAND  Las orquestas de tziganes aparecidas hacía unos años solían estar compuestas por dos pianos, una sección de cuerda con violines, violonchelo y contrabajo. 

En los años veinte se les añadió una batería, un instrumento que en sí mismo era conocido como "jazz band". Eran los años locos y la moda era bailar el black bottom. 

La orquesta de tzigane Nic-Fusly fue una de las pioneras en la introducción del jazz en España. A partir de su éxito en la inauguración del Hotel Ritz de Barcelona se convirtió en una de las más populares (1919). Su repertorio incluía música tradicional catalana, valses, polkas y y un primigenio jazz. En 1920, la orquesta grabó el primer disco de jazz español. Fue una de las primeras en introducir una primitiva batería que consistía en un gran bombo con caja, platillos y bocina. Su éxito  fue tal que pronto surgieron imitadores: la Orquesta Verdura,  o la Jaime Planas y sus discos Vivientes, la Doré Jazz Band o la Melodians Orchestra (1925)

En los años veinte destacaban músicos como Miguel Torné, de la Orquesta Los Mamellis y Joan Pi, batería de los Los Diablos Verdes del Jazz-Band. Su primigenio jazz estaba impregnado de la música tradicional española.

Tal vez, el más popular fue Llorenç Torres Nin, pianista del bar Criterium (Rambla Santa Mónica). A finales de 1921, formó la Demons Jazz Band y  él adoptó el sobrenombre de “Maestro Demon”. Fue uno de los primeros españoles en escribir arreglos jazzísticos. Se le considera uno de los introductores de la batería en el jazz barcelones, lo que le valió los apodos de "Rey del Jazz-Band" y "el Paul Whiteman español".

La banda se formó en el Gran Café Catalán Dancing de Barcelona, pero pronto se trasladó al Hollywood Dancing, donde se ganó el favor del público tocando todos los géneros, desde pasodobles a foxtrots, charlestón … y piezas de jazz.

No todos los locales podían pagarse una orquesta… los más modestos, como el Bar Edén compraron gramolas para amenizar a la concurrencia.

Las grandes discográficas, como la Compañía del Gramófono, Regal, Odeon, Parlophon y Polydor, todas ellas con sede en Barcelona, se lanzaron a la caza de las formaciones locales para grabarlas en sus estudios. 

Radio Barcelona EAJ-1,(1924) ayudó a popularizar el jazz al emitir los nuevos éxitos del género y al dar a conocer a las primeras orquestas internacionales que empezaban a llegar a Barcelona. Al contrario de lo pensaron las discográficas, el nuevo medio consolidó su negocio. Resultó ser un reclamo para que se vendiesen más discos. 

En 1923, el pianista del Harlem James P. Johnson compuso una pieza que se convertiría en un himno del jazz: The Charleston. Se popularizó por todo el mundo a raiz de la grabación de Paul Whiteman (1926).

Fueron los años locos de los salones de baile, dancings, cabarets como el legendario Eden Concert recientemente reformado (1924), La Criolla (1925-1936), la Granja Royal, el Cabaret Català, el Gran Café Catalán  o La Buena Sombra ... !el Paralelo estaba a reventar!.

https://www.youtube.com/watch?v=VCqb4PFaS1c&ab_channel=BarcelonaMemory



sábado, 6 de abril de 2024

0846: "La dama caliente", cuento de Charles Bukowski

 Monk entró. Aquello parecía más polvoriento y oscuro que los bares de siempre. Se dirigió al extremo más alejado de la barra y se sentó junto a una rubia grande que estaba fumaba un cigarrillo y bebía una Hamm’s. Cuando Monk se sentó, ella se tiró un pedo.

—Buenas noches —dijo él—. Me llamo Monk.
—Yo, Mud —dijo ella, lo que revelaba su edad de inmediato.
Cuando Monk se sentó, surgió un esqueleto de detrás de la barra, donde había estado sentado en un taburete. El esqueleto se acercó a Monk. Monk pidió un whisky con hielo y el esqueleto estiró los brazos y empezó a prepararlo. Derramó un poquito de whisky en la barra, pero logró servir lo que había pedido Monk y coger el dinero de este, meterlo en la caja y devolver el cambio justo.
—¿Qué pasa? —preguntó Monk a la dama—. ¿Es que aquí no pueden permitirse gente del sindicato?
—Qué carajo —dijo la dama—, ese es un truco de Billy. ¿No ves los jodidos cables? Dirige ese chisme con cables. Le parece muy divertido.
—Curioso lugar —dijo Monk—. Apesta a muerte.
—La muerte no apesta —dijo la dama—. Solo lo vivo apesta, solo lo que agoniza, solo lo que se pudre apesta. La muerte no apesta.
Una araña descendió de pronto entre ellos. Colgó de un hilo invisible e hizo un leve giro. Era dorada, en aquella penumbra. Luego, corrió de nuevo hilo arriba y desapareció.
—En mi vida había visto una araña en un bar —dijo Monk.
—Vive de las moscas del bar —dijo la dama.
—Dios santo, este sitio está lleno de chistes malos.
La dama se tiró un pedo.
—Un beso, para ti —dijo.
—Gracias —dijo Monk.
Un borracho, que estaba al otro extremo de la barra, metió dinero en la máquina de discos y el esqueleto salió de detrás de la barra y caminó hasta la dama e hizo una reverencia. La dama se levantó y bailó con el esqueleto. Dieron vueltas y vueltas. No se veía en el bar más gente que la dama, el esqueleto, el borracho y Monk. Era una noche de poco ajetreo. Monk encendió un Pall Mall y siguió bebiendo. Terminó la pieza y el esqueleto volvió detrás de la barra y la dama volvió a sentarse al lado de Monk.
—Aún recuerdo —dijo la dama— cuando venían aquí todas las celebridades, Bing Crosby, Amos y Andy, los Tres Chiflados. Este sitio estaba muy bien.
—Me gusta más de esta manera —dijo Monk.
La máquina de discos volvió a ponerse en marcha.
—¿Le apetece un baile? —preguntó la dama.
—¿Por qué no? —dijo Monk.
Se levantaron y empezaron a bailar. La dama llevaba un vestido color lavanda. Olía a lilas. Pero era muy gorda y tenía la piel anaranjada y la dentadura postiza parecía masticar quedamente un ratón muerto.
—Este sitio me recuerda a Herbert Hoover —dijo Monk.
—Hoover fue un gran hombre —dijo la dama.
—Mierda —dijo Monk—. Si no hubiera llegado Franky D. nos habríamos muerto de hambre.
—Franky D. nos metió en la guerra —dijo la dama.
—Bueno —dijo Monk—, tenía que protegernos de las hordas fascistas.
—No me hables de las hordas fascistas —dijo la dama—. Mi hermano murió luchando contra Franco en España.
—¿Brigada Abraham Lincoln? —preguntó Monk.
—Brigada Abraham Lincoln —dijo la dama.
Bailaban muy juntos, y de pronto la dama le metió a Monk la lengua en la boca. Él la expulsó de un lengüetazo. La lengua de aquella dama sabía a sellos de correos viejos y a ratón muerto. Terminó la pieza. Volvieron a la barra y se sentaron.
El esqueleto se acercó. Llevaba un vodka con naranjada en una mano. Se plantó frente a Monk y le tiró el vodka con naranjada por la cara. Luego se fue.
—¿Pero qué le pasa? —preguntó Monk.
—Es celosísimo —dijo la dama—. Vio que te besaba.
—¿Llamas a eso un beso?
—He besado a algunos de los hombres más grandes de todos los tiempos.
—Me lo imagino… A Napoleón, a Enrique VIII y a Julio César…
La mujer pedó.
—Un beso para ti —dijo.
—Gracias —dijo Monk.
—Creo que me estoy haciendo vieja —dijo la dama—. Hablamos de prejuicios pero nunca hablamos del prejuicio que tienen todos contra los viejos.
—Sí —dijo Monk.
—Pero en realidad no soy vieja —dijo la dama.
—No —dijo Monk.
—Aún tengo la regla —dijo la dama.
Monk hizo una seña al esqueleto pidiendo otros dos tragos. La dama pasó a tomar también whisky
con hielo. Los dos tomaron lo mismo. El esqueleto volvió y se sentó.
—Sabes —dijo la dama—, yo estaba allí cuando Baby Ruth tenía “strikes” y apuntó a la pared con el dedo y bateó la siguiente pelota por encima de la pared.
—Creí que eso era un mito —dijo Monk.
—Ninguna mierda de mito —dijo la dama—. Yo estaba allí y lo vi todo.
—Sabes —dijo Monk—, es maravilloso. Es la gente excepcional la que hace girar el mundo. Es como si hicieran los milagros por nosotros, mientras nosotros no hacemos un carajo.
—Sí —dijo la dama.
Se sentaron y bebieron. Fuera se oía el tráfico subir y bajar por Hollywood Boulevard. El rumor era persistente, como la marea, como las olas, casi como un océano; y era un océano: allá fuera había tiburones y barracudas y medusas y pulpos y rémoras y ballenas y moluscos y esponjas y lisas, la tira de peces. Allí dentro parecía más bien una pecera.
—Yo estaba allí —dijo la dama— cuando Dempsey estuvo a punto de matar a Willard. Jack salía directo del furgón, furioso como un tigre hambriento. Nunca se vio cosa igual, ni antes ni después.
—¿Y dices que aún tienes la regla?
—Así es —dijo la dama.
—Dicen que Dempsey tenía cemento o yeso en los guantes, dicen que los empapó en agua y dejó que se endurecieran; que por eso liquidó a Willard como lo hizo —dijo Monk.
—Eso es una cochina mentira —dijo la dama—. Yo estaba allí, yo vi aquellos guantes.
—Me parece que estás loca —dijo Monk.
—También lo dicen de Juana de Arco —dijo la dama.
—Supongo que viste a Juana de Arco en la hoguera —dijo Monk.
—Yo estaba allí —dijo la dama—. Yo lo vi.
—Mentira.
—Ardió. Yo la vi arder. Fue tan horrible y tan bello.
—¿Qué tenía de bello?
—Cómo ardía. Empezó por los pies. Era como un nido de serpientes rojas que se le enroscaban en las piernas y subían, y luego era como una cortina roja llameante; tenía la cara alzada hacía arriba, y notabas el olor de la carne quemada y aún estaba viva pero no lanzó ni un chillido, ni un grito. Movía los labios y rezaba, pero no gritó.
—Monsergas —dijo Monk—. Cómo no iba a gritar.
—No —dijo la dama—. Hay gente que es distinta.
—La carne es carne y el dolor, dolor —dijo Monk.
—Subestimas el espíritu humano —dijo la dama.
—Sí —dijo Monk.
La dama abrió el bolso.
—Mira, te voy a enseñar algo.
Sacó una caja de fósforos, encendió uno y extendió la palma de la mano abierta. Puso el fósforo debajo de la palma y la dejó allí hasta que se apagó. Brotó un aroma dulzón a carne quemada.
—Estuvo muy bien —dijo Monk—. Pero no es todo el cuerpo.
—No importa —dijo la dama—. El principio es el mismo.
—No —dijo Monk—. No es lo mismo.
—Cojones —dijo la dama.
Se levantó y colocó un fósforo encendido en el dobladillo de su vestido lavanda. Era una tela fina, como gasa, y las llamas empezaron a lamerle las piernas y empezaron a subirle hacia la cintura.
—¡Dios santo! —dijo Monk—. ¿Pero qué coño haces?
—Demostrarte un principio —dijo la dama.
Las llamas se elevaron más. Monk saltó del taburete y derribó a la dama. La hizo rodar por el suelo una y otra vez, apagando las llamas del vestido con las manos. Por fin el fuego se extinguió. La dama volvió al taburete y se sentó. Monk se sentó a su lado, temblando. El camarero se acercó. Llevaba una camisa blanca limpia, chaleco negro, pajarita, pantalones a rayas azules y blancas.
—Lo siento, Maude —le dijo a la dama—. Pero tienes que irte. Ya has tenido bastante por esta noche.
—Está bien, Billy —dijo la dama; vació su vaso, se levantó y se encaminó hacia la puerta. Antes de salir, dio las buenas noches al borracho que había al otro extremo de la barra.
—Dios santo —dijo Monk—, esta mujer es demasiado.
—Volvió a hacer el número de Juana de Arco, ¿verdad? —preguntó el camarero.
—¡Qué coño! Usted lo vio, ¿no?
—No, yo estaba hablando con Louie —señaló al borracho del otro extremo de la barra.
—Creí que usted estaba arriba manejando esos cables.
—¿Qué cables?
—Los cables del esqueleto.
—¿Qué esqueleto? —preguntó el camarero.
—Vamos, hombre, no joda conmigo —dijo Monk.
—¿Pero de qué me está hablando?
—Había aquí sirviendo un esqueleto. Si hasta bailó con Maude y todo.
—Oiga, amigo, yo he estado aquí toda la noche —dijo el camarero.
—Ya le dije que no joda conmigo.
—No estoy jodiendo —dijo el camarero.
Luego se volvió al borracho que estaba al extremo de la barra:
—Oye, Louie, ¿has visto aquí un esqueleto?
—¿Un esqueleto? —preguntó Louie—. ¿De qué hablas?
—Explícale a este individuo que yo he estado aquí detrás de la barra toda la noche —dijo el camarero.
—Sí, amigo, Billy ha estado aquí toda la noche y ninguno de los dos hemos visto ningún esqueleto.
—Póngame otro whisky con hielo —dijo Monk—. Tengo que salir de aquí.
El camarero le sirvió el whisky con hielo. Monk se lo bebió y luego salió de allí.

viernes, 5 de abril de 2024

0845: El gato, la luna y una escalera

Ella acariciaba al gato en el living cuando el tipo llamó por teléfono, atendí sin imaginar la noticia que recibiría: "Soy el amante de tu esposa", escuché del otro lado de la línea. Esa voz asquerosa dio detalles íntimos, conocía el comportamiento de Helena en la cama, resultaba imposible que estuviera mintiendo. Cuando la comunicación terminó, tomé un cuchillo y terminé con su vida. El gato se fue con la tristeza de la luna en las noches de invierno.

¡Maldición! Conté mal la historia, por favor no vayan a creerla, quizá la sensibilidad no me permite ser realista, esto sucedió realmente: Ella acariciaba al gato, pero no en el living, se encontraba en el patio, de pronto el timbre rompió el silencio, me pidió que saliera. Abrí la puerta y un hombre de gran altura me dijo sin rodeos: "Soy Tomás, el amante de tu esposa". El asqueroso dio detalles íntimos, conocía  el comportamiento de Helena en la cama, resultaba imposible que estuviera mintiendo. Lo hice pasar con tranquilidad, muy calmado estaba cuando tomé un cuchillo y le quité la vida, después me dirigí al patio e hice lo mismo con ella. El gato se fue con la tristeza de la luna en las noches de invierno.

¡Santo cielo! También es una falacia, el luto provoca un extraño método de defensa, los hechos sucedieron de la siguiente manera: Ella acariciaba al gato, se encontraba en el dormitorio, habíamos tenido el mejor sexo del mundo, llevábamos dos años de noviazgo, no contábamos con una casa propia, y pensábamos casarnos en diciembre. De golpe Helena dijo que las bodas le parecían una estupidez, y que las aventuras la encendían, me confesó que visitaba todos los miércoles a un muchacho llamado Tomás, reveló que con él había llegado a los siete orgasmos seguidos, y que debido a la intensidad de sus encuentros quedó embarazada, luego hizo una video llamada, el asqueroso respondió y discutimos, amenacé con golpearlo, me brindó su dirección, estaba dispuesto a aceptar la pelea. Primero agarré el teléfono y lo hice mil pedazos, acto seguido busqué un cuchillo y le quité la vida a Helena, por último me dirigí al domicilio del estúpido, que corrió con la misma suerte. El gato se fue con la tristeza de la luna en las noches de invierno.

Tampoco son ciertos los sucesos anteriores, francamente, y tratando de dejar la vergüenza a un costado, aconteció de la siguiente manera: Ella acariciaba al gato, no quiso entrar, se lo pedí muchísimas veces, no hubo caso. Tomás se encontraba con ella, él lloraba y preguntaba por qué me había metido en su relación, juré que no tenía idea de que ella estuviera comprometida, grité con todas mis fuerzas tratando de hacerle entender que jamás me hubiera enamorado de Helena sabiendo que se encontraba con alguien. Sacó un test de embarazo de su bolsillo, miró con pena y manifestó que un bebé venía en camino, exclamó que me pertenecía, no obstante, el aborto sería inminente, ellos seguirían adelante, intentarían resolver sus conflictos, olvidar todo, volver a empezar. Helena se despidió proclamando las siguientes palabras: "Hasta nunca, estúpido”. La mujer que amaba me jugaba una mala pasada, sentí el desprecio, la arrogancia, y no solo eso, quebró mi dignidad y sueños al reafirmar los dichos de Tomás, acabaría con los frutos de nuestra historia, nuestro hijo, para continuar con algo que, supongo, jamás la haría feliz. Su decisión fue un cuchillo, me quitó la vida. El gato se fue con la tristeza de la luna en las noches de invierno.

Alejandro Camacho

 

martes, 2 de abril de 2024

0844: La fruta del cercado ajeno

 Reinaldo tuvo un impulso y acercándose a ella con súbita decisión, comenzó a decirle, reticente y mordaz:

—Revolvernos? ¿No sería desaprovechar esta soledad tan discreta, este apartamiento tan propicio?

Ella no comprendió, pero si se dio cuenta de que empezaba a requerirla de amores. Quiso entonces adoptar una actitud inabordable de honestidad, pero no encontró las palabras apropiadas y al cabo de una corta vacilación, en la cual, sin embargo, perdió mucho terreno ante el asedio de las miradas de Reinaldo, dijo enrojeciendo súbitamente:

—Es que ya va a ser de noche.

Fue una desgraciada ocurrencia que la traicionó y la entregó. Reinaldo se enardeció más, como el combatiente ocasional a la vista de la sangre derramada por sus manos, y exclamó, ya con la voz enronquecida y casi sobre el rostro de ella:

—¡Tanto mejor! ¡Tanto mejor!

E inclinábase ya para estampar dos besos restallantes, como dos bofetadas, sobre la boca de la mujer, en despique de lo que para él había sido un ultraje a su dignidad de varón; pero, como si el caliente olor de aquel rostro —en el cual un anhelo de emoción entreabría la boca carnosa y tentadora, así como la plena madurez revienta la pulpa rezumante de las frutas—, hubiese clavado súbitamente un eficaz acicate en el moroso ijar de su deseo, doblose tendido también y apretó sus labios contra los de aquélla en un beso largo y ardiente, su primer beso de amor.


Luego una pausa espiritual, una total ausencia del ángel. Al cabo, una deplorable reacción.

El canto de las cosas se extendía sobre los árboles como una cúpula sonora, el aire ardiente de la siesta vibraba sobre la tierra rojiza de los cerros costeños. El taladro de una idea fija torturaba la mente de Reinaldo:

—¡Y esto era lo que había oculto en mí! ¡Esto era mi verdad! ¿Cómo ha sido posible que yo estuviese engañándome a mí mismo tanto tiempo? ¡Estoy irremisiblemente perdido!

De pronto Teresita irrumpió, roja y jadeante, en la soledad de la plaza. Traía un libro en las manos.

—Señor Solares. Aquí le manda mi tío el libro que usted le prestó.

—¿Tu tío? ¿De cuándo acá tienes tío?

La niña soltó la risa que contenía sujetándose el mentón.

—Es mi tía Romelia. Pero ella me dijo que si usted estaba acompañado le dijera que era mi tío el que se lo manda. A mí me da risa porque yo no sé qué tío será ése. Cosas de ella que se la pasa inventando para que yo me ría.

Reinaldo puso el libro sobre el banco y, cogiendo las manos de la niña, la miró fijamente en los ojos.

—¡Jum! ¿Por qué me ve usted así? ¿Yo le debo algo?

—¡Quizás, Teresita! ¡Ojalá me equivoque! —Y luego, soltándola—: Mira: por allí acaban de caer unos almendrones. Ve a recogerlos.

La niña salió de estampía en dirección al sitio señalado. Reinaldo abrió el libro y buscó entre las páginas. Dentro de ellas había una tira de papel manuscrito que decía: “Orosimbo no viene hasta mañana”.

—¡Esta mujer no respeta nada! ¡Servirse así de esa criatura!

Teresita volvió diciendo:

—¡Embustero! No hay ningunos almendrones.

—Los habrán recogido.

—¡Sí, oh! Deme el libro, pues.

—¿Cuál?

—EL que le va a mandar a ella. ¿Usted no sabe?

Y como Reinaldo volviera a clavar en sus ojos la mirada escrutadora:

—¡Ah, caramba! ¿Por qué me ve así? ¿Tengo algo en los ojos?

—No, Teresita. No tienes nada. Todavía no tienes nada.

La niña movió el índice en ademán de advertencias:

—¡Jum, cuidado, pues! Ustedes van a parar en locos.

—¿Quiénes?

—Tú y mi tía Romelia. ¿Acaso yo no sé?

—¿Qué sabes, Teresita? —Y la voz de Reinaldo se quebró en un anhelo angustioso.

—Que tú y mi tía son novios y se besan cuando están solos. Yo los he visto. Yo los he visto.

Reinaldo sintió la subitánea impresión de los cataclismos mentales: primero un brusco aceleramiento de la vid interior, un torbellino de ideas inaferrables, en seguida una violenta sumersión en una vorágine de inconsciencia. Se levantó del banco y echó a andar corno un autómata.

De aquella sumersión abismal su pensamiento salió, al cabo de un rato, con un recuerdo de olvidadas impresiones: ¡Ay de aquel que escandalice a un niño! Experimentó el fanático horror de las culpas que no tienen remisión; el tremendo anatema del Cristo que había caído sobre su vida; ¡había corrompido a un niño! Representábase a Teresita perdiendo la inocencia en el infantil atisbo de aquellas escenas de concupiscencia; aquella prematura visión del pecado no se borraría jamás de la memoria de la niña, cuya suerte estaba echada. ¡Y él había sido el corruptor de su alma! ¿Qué hacia el rayo de las tremendas iras divinas, que no acababa de caer sobre su cabeza? De allí en adelante, ¡para toda su vida!, ¡estaba condenado a llevar en el pensamiento el recuerdo de aquella cosa execrable!


Rómulo Gallegos


domingo, 31 de marzo de 2024

0843: Albertito

― ¿Por qué lloras pequeño?

Asombrado porque su interlocutor era un desconocido señor mayor, quedó inerte unos segundos. Repuesto del susto miró al extraño y vio que era un hombre alto y fornido de más o menos la edad de su padre, pero cuyo rostro irradiaba bondad e indulgencia. Este le volvió a preguntar:

― ¿Te puedo ayudar para que dejes de llorar?

Empezó a contarle su infortunio, pero antes de terminar el relato de su lastimosa situación, el hombre desconocido, tomándolo con firmeza de un brazo lo condujo hacia adentro y le dijo:

―Yo tomaré el lugar de tu padre. Solo dime tu nombre y no digas ni una palabra, déjame actuar a mí.

―Al… Al... Alberto― alcanzó a balbucear cuando ya estaban adentro camino a la Dirección ―pero mi papá me dice Albertito.

Llegaron al despacho indicado y el señor, con total naturalidad entró cogiendo la mano del niño. El director comenzó a relatar lo acontecido el día anterior y, cuando hizo una pausa para tomar aire y continuar, el señor con voz suave y pausada le dijo:

― ¿Eso hiciste Albertito?

― ¡Sí papá! ― contestó el niño con seguridad, pero con mucho alivio y tranquilidad, pues todo parecía ir perfecto. No terminó de pronunciar la última sílaba cuando sin levantarse de su asiento, el falso padre le propinó una cachetada en pleno rostro que lo hizo tambalear en su silla.

Sorprendido el director, continuó con su relato, pero a la pausa siguiente el «papá», otra vez sin levantarse, descargó contra el niño otra furibunda cachetada que esta vez lo volteó de la silla.

―Señor, cálmese por favor, no debe usted golpear así al niño― y continuó con la descripción de los hechos, pero tratando de hacerlo de una manera más leve con el propósito de evitar enojar más al padre al ver su violenta reacción.

Albertito con el rostro enrojecido y las lágrimas rodando por sus mejillas apenas si podía dominar el llanto.

Terminada la alocución del director, el «papá» se puso de pie y, asiendo la patilla derecha del niño, tiró hacia arriba de ella, lo que hizo que la cabeza de Albertito se levantara enérgicamente y que éste saliera eyectado de su asiento con un fuerte gemido de dolor. Ya ambos de pie, le aplicó la tercera cachetada, tan fuerte que Albertito no pudo aguantar más y rompió en un llanto desgarrador. El director preocupado y temeroso de que el padre del niño continuara con la inesperada e increíble golpiza, dio por terminada la entrevista, amonestando verbalmente al alumno pero permitiéndole volver al aula sin otras consecuencias.

Albertito en su dolor por el castigo y en lo insólito de lo ocurrido, reflexionaba que hubiera sido mejor haberle avisado al papá verdadero, ya que de esa forma el castigo hubiese sido menor.

Por una semana entera hizo guardia en la puerta del colegio a la misma hora del primer encuentro con aquel desconocido, con la esperanza de encontrar de nuevo a su «salvador» pero nunca más lo volvió a ver ni a saber de él.

 

jueves, 28 de marzo de 2024

0842: ¿Tu crees que tener una mujer envidiable es barato?

 Fui a una fiesta de la empresa de mi esposo y un compañero llegó con su nueva novia. Hermosa chica, pelo largo y lacio, uñas en gel, calzado fino, todo trabajado en color dorado (oro), perfume importado, maquillaje impecable, aretes y anillos con brillantes.

Tengo que admitir, que la chica estaba realmente muy bonita.

Pues bien. Al rato me levanté y fuí por una bebida. Cuando regreso a la mesa. oí a mi marido hablando con otro compañero: WUAUUUUUU!!! Que mujeres de mierda tenemos nosotros, el tipo éste si que tiene suerte, esa si que es una mujer bella y cuidada.

Me enojé mucho al oír ese comentario, pero nunca iba a arruinar la fiesta. A pesar de ser impulsiva, me tragué todo y me quedé calladita porque sabía que pronto tendría mi oportunidad.

No pasó mucho tiempo y fuimos invitados a otra fiesta de la empresa.

Definitivamente LA VENGANZA ES UN PLATO QUE SE COME FRÍO.

El día del evento me levanté bien temprano y programé un cita para hacerme el cabello dorado y lacio con el mejor estilista de la ciudad. Pedí turno para hacerme los pies y ponerme uñas en gel.

Pasé por el centros comercial y compré un fabuloso vestido y un par de zapatos de lujo. Además de un perfume francés y anillo y pendientes con brillantes. Y me maquillé con un profesional.

Cuando mi marido llegó y me vió así no lo podía creer.

La noche fué maravillosa.El estaba muy orgulloso y me presumía con sus amigos.

Bailamos, bebimos y nos divertimos....

De regreso a casa, le dije que todavia me quedaba una sorpresita para él Él se volvió como loco. Los niños no estaban en casa, así que estaba emocionado. 

Finalmente en casa, le dije: - SORPRESA! Y que le devuelvo sus tarjetas de crédito con sus respectivos recibos de compras de toda esas vainas bellas que compre y me hice

Casí le dió un infarto.€2.500. Se volvió como loco y me preguntó como pude hacerle eso, que como iba a hacer para pagaaar

Yo HERMOSA Y PLENA le respondí: - Ese monto hizo la diferencia entre "La Mujer de Mierda" que piensas que tienes y la mujer bien vestida y bien arreglada que estas viendo aquí cabrón!!!! Tu que crees? Que tener una mujer envidiable es barato?!!!

#MORALEJA

NO HAY MUJERES FEAS. SOLO HAY MARIDOS POBRES Y JODIDOS 

Sacado de la red ¿Qué opinas?


lunes, 25 de marzo de 2024

0841: CONFUSIÓN

 Un matrimonio decide ir a pasar vacaciones en una playa del Caribe, en el mismo hotel donde pasaron la luna  de miel 20 años atrás, pero debido a problemas de trabajo, la mujer no pudo viajar con su marido, quedando en darle alcance unos días después. 

Cuando el hombre llegó y se alojó en el hotel, vio con asombro que en la habitación había una computadora con conexión a Internet. 

Entonces decidió enviar un e-mail a su mujer pero, se equivocó en una letra y sin darse cuenta lo envió a otra dirección…

El e-mail lo recibe por error una viuda que acababa de llegar del funeral de su esposo , y que al leer el correo electrónico se desmayó instantáneamente. 

El hijo de la viuda al entrar en la habitación, encontró a su madre en el suelo sin conocimiento, a los pies de la computadora, en cuya pantalla se podía leer…:

Querida esposa: 

He llegado bien. 

Probablemente te sorprenda recibir noticias mías por esta vía, pero ahora tienen computadora aquí y puedes enviarle mensajes a tus seres queridos.

 Acabo de llegar y he comprobado que todo está preparado para tu llegada este próximo viernes. 

Tengo muchas ganas de verte y espero que tu viaje sea tan tranquilo y relajado como ha sido el mío. 

No traigas mucha ropa. ¡Aquí hace un calor infernal!.


viernes, 22 de marzo de 2024

0840: La intrusa

 Ella tuvo la culpa, señor Juez. Hasta entonces, hasta el día en que llegó, nadie se quejó de mi conducta. Puedo decirlo con la frente bien alta. Yo era el primero en llegar a la oficina y el último en irme. Mi escritorio era el más limpio de todos. Jamás me olvidé de cubrir la máquina de calcular, por ejemplo, o de planchar con mis propias manos el papel carbónico.

El año pasado, sin ir muy lejos, recibí una medalla del mismo gerente. En cuanto a ésa, me pareció sospechosa desde el primer momento. Vino con tantas ínfulas a la oficina. Además ¡qué exageración! recibirla con un discurso, como si fuera una princesa. Yo seguí trabajando como si nada pasara. Los otros se deshacían en elogios. Alguno deslumbrado, se atrevía a rozarla con la mano. ¿Cree usted que yo me inmuté por eso, Señor Juez? No. Tengo mis principios y no los voy a cambiar de un día para el otro. Pero hay cosas que colman la medida. La intrusa, poco a poco, me fue invadiendo. Comencé a perder el apetito. Mi mujer me compró un tónico, pero sin resultado. ¡Si hasta se me caía el pelo, señor, y soñaba con ella! Todo lo soporté, todo. Menos lo de ayer. «González -me dijo el Gerente- lamento decirle que la empresa ha decidido prescindir de sus servicios». Veinte años, Señor Juez, veinte años tirados a la basura. Supe que ella fue con la alcahuetería. Y yo, que nunca dije una mala palabra, la insulté. Sí, confieso que la insulté, señor Juez, y que le pegué con todas mis fuerzas. Fui yo quien le dio con el fierro. Le gritaba y estaba como loco. Ella tuvo la culpa. Arruinó mi carrera, la vida de un hombre honrado, señor. Me perdí por una extranjera, por una miserable computadora, por un pedazo de lata, como quien dice.


Autor Pedro Orgambide


martes, 19 de marzo de 2024

0839: en ocasiones, hasta las buenas acciones traen problemas.

Mi amigo adoraba a su novia. Le regalaba flores y dulces todo el tiempo, y siempre hablaba de ella cálidamente. Para sus vacaciones, él juntó todo el dinero que tenía y le compró a ella y a su hija (de un matrimonio anterior) pasajes para ir a Cuba. Él mismo no fue porque tenía que trabajar. De vez en cuando se llamaban por videollamada, conversaban y se enviaban besos. La novia pictóricamente se lamentaba de que él no estuviera cerca de ella en esos momentos, y decía otras nimiedades por el estilo. Y luego, durante otra conversación, él le dijo: 

— Amor, ¿puedes traerme un cigarro cubano? 

Y su “amor” se encogió de hombros y dijo tranquilamente: 

— Envíame dinero y te lo compraré. 

Al principio, mi amigo pensó que ella estaba bromeando, pero no, realmente se negó a comprarle incluso ese recuerdo, cuyo precio en el mercado era de un dólar. 


 

Una conocida se enteró de que, debido a mi trabajo, a menudo voy a la oficina de correos y envío paquetes. Me pidió mucho que la ayudara con el envío de mercancías. No era difícil para mí y acepté, pero con la condición de que los propios vendedores me alcanzaran los productos. Luego, un par de veces me convenció de que recogiera algo en la boca del metro. Ya me había puesto a pensar en cómo negarme cortésmente a seguir con esa sucesión de compras extrañas, pero todo se solucionó por sí mismo. Ella me llamó un par de semanas antes de Año Nuevo: 

— Ayúdame, por favor. Realmente necesito un vestido de noche para las fiestas. 

— Está bien, que el vendedor me lo traiga. 

— ¿Puedes ir a buscarlo aunque sea a la boca del metro? 

— Está bien, que venga, iré a buscarlo. 

— Solo que él no suele estar en tu área, hay que ir a buscarlo al centro. También hay un metro allí, él te lo llevará. 

Luego hubo muchas, muchas persuasiones de su parte, que casi terminaron con mi consentimiento. Hasta que ella agregó: “Solo que ya he gastado todo mi dinero, no tengo con qué pagar, así que págalo tú, por favor, y yo te lo devolveré ni bien tenga el efectivo”. Y entonces finalmente le dije a dónde podía irse.  


 

Estábamos volviendo del kínder en un autobús lleno de gente. Sonia (mi hija de 5 años) estaba sentada del lado del pasillo, y yo estaba parada junto a ella. En una parada subió una anciana. Me agaché y le dije a Sonia: “Déjale el asiento a la abuela”. Mi hija se puso de pie, y la mujer, sentándose, declaró con fastidio: “Soy abuela para mis nietos, ¡para lo demás soy ‘señora’!”. Un hombre que estaba parado cerca la tomó del brazo y la hizo levantarse con las palabras: “¡Entonces viaje parada, señora! Siéntate” (esto a Sonia).   


 

Cuando yo era chico, apenas sobrevivíamos, y mi madre mantenía sola a toda nuestra familia. Una vez, unos parientes lejanos nos pidieron quedarse en nuestra casa: su hija necesitaba someterse a una cirugía. Bueno, mi mamá dijo que sí. Llegaron como toda una horda: mi tía, mi tío, su hija, otra hija y su esposo, y un montón de niños. Mamá hizo una sopa sin carne, ya que no había, pero sí teníamos cubos de caldo. Comieron y preguntaron sorprendidos dónde estaba la carne. Mi madre explicó que nosotros mismos no podíamos permitirnos ese lujo, que, si querían carne, la compraran. Al final, nunca compraron ninguna clase de comida, aunque vivieron con nosotros durante un mes. En esa época estaba leyendo El principito de Saint-Exupéry, y había dejado el libro en el baño. Luego lo encontré en la bañera, y le faltaban muchas páginas. Fue muy decepcionante. Como resultado, mamá los echó. 

 

domingo, 17 de marzo de 2024

0838: El círculo cuadrado

Soy un círculo cuadrado. Por consiguiente, soy un objeto imposible. Todavía más: soy incluso un concepto imposible. No obstante, me has entendido cuando he hecho esa afirmación sobre quién, o qué, soy, y me has imaginado, o has creído imaginarme, porque de ningún modo has podido hacerlo.

En realidad, yo solo he sido una forma vaga en tu imaginación, vislumbrada desde la distancia, turbiamente, en la penumbra, mi contorno borroso, tal vez fluctuando ligeramente como las sombras en la noche, con las que se pierde la certeza de dónde empieza el fondo y dónde acaba el objeto que las proyecta. No obstante, te has dado por satisfecho con ese contorno vago y no te has preocupado por examinarlo con excesivo detenimiento. No había necesidad alguna.

En cuanto he dicho las palabras «soy un círculo cuadrado», mi identidad ha dejado de pertenecerme en exclusiva, porque al momento tú te has apropiado de ella inconscientemente.

Esto no es algo que se te pueda echar en cara, al tratarse de un elemento intrínseco del proceso de lectura de una historia. Yo me he convertido en un personaje y, como tal, he adquirido un rostro, por vago que pueda ser, porque de acuerdo a nuestra experiencia todos los seres conscientes poseen un rostro, y ser un personaje de ficción consiste en mirar al lector desde la página.

También he adquirido un tono de voz, que es el tuyo, y tú lo estás oyendo ahora mismo, e incluso si decides rebelarte y dejar de oírlo a partir de este preciso instante, la decisión no está en tus manos, y tampoco está en las mías, porque no se conoce ningún método que permita que yo enmudezca en tu cabeza y sin embargo continúe transmitiéndote información, incluida esta información, la información de que no se conoce ningún método que permita que yo enmudezca en tu cabeza.

De acuerdo con las reglas de la lógica, ahora no deberías estar oyéndome hablar, porque un objeto que no existe, que en modo alguno puede existir, debería ser siempre totalmente mudo. Así que ¿cómo es posible que mis palabras adquieran un sonido silencioso en tu cabeza? Esta no es siquiera una pregunta válida, así que no hay necesidad de tratar de contestarla. Si te parece, hagamos caso omiso del problema, pasemos de él.

En tus pensamientos, empero, yo he terminado por convertirme en un ser consciente y he arraigado en tu cabeza con unas raíces que, de manera insidiosa y con el trascurrir del tiempo, podrían permitir que mi presencia fuera cobrando cada vez mayor vitalidad, dado que cuanto más tiempo creas que no soy una contradicción lógica sino un objeto que puede ser imaginado, más te costará a la larga renegar de mí, arrancarme de tu imaginación, aceptar que es totalmente imposible que pueda ser visualizado y aceptado.

Pero permíteme que haga un hincapié muy especial en que existe una tremenda diferencia entre un objeto que simplemente no existe, como un unicornio o un dragón, y otro que bajo ningún concepto puede existir, como una esposa soltera o yo mismo. La distancia entre estas dos categorías es mayor que entre la de los entes y sucesos cotidianos y el primero de los conjuntos de imposibilidades mencionados. Un unicornio es el resultado de la evolución o mutación de un caballo normal, pero un círculo cuadrado no es en absoluto una variante de un círculo redondo.

A la primera categoría pertenecen aquellas cosas que son imposibles solo porque hasta el momento no han sido ni descubiertas ni inventadas.

Así por ejemplo, es imposible que un hombre viva sin cabeza, pero podemos imaginarnos a ese hombre ficticio paseando tranquilamente por la calle y subiendo las escaleras de la habitación alquilada donde vive, y de pie impotente junto a la cocina en la que borbotea una olla con sopa que nunca comerá pero que exige, en un intento por asemejarse a los hombres normales, a los hombres que tienen cabeza, a los hombres posibles.

Su esposa, que es quien le prepara la sopa, es la esposa soltera que ya hemos mencionado como ejemplo de lo que podría encontrarse en la segunda categoría de imposibilidades, el conjunto de imposibilidades lógicas más radicales. A pesar de ser legalmente su esposa, está soltera. Ella contradice los términos de su propia definición, de ahí que sea mucho más imposible que él.

Su esposa no solo no existe, sino que no puede existir; ella está perdida para él, lo estará siempre, más que cualquier mujer real que se marche dando un portazo para nunca volver. La soledad del hombre es mayor a consecuencia de ello, pero él carece de existencia y este hecho alivia su melancolía, o al menos eso es lo que nos decimos para evitar tener que compartir su dolor. Ellos no cruzan palabra cuando el hombre entra en la habitación donde viven, al carecer él de boca y oídos; aunque, habida cuenta de la falta de existencia de ella, tal intercambio sería infructuoso incluso si se pudiera llevar a cabo.

El hombre se sirve sopa en un bol y lo lleva a la mesa. Se sienta en una silla inestable y da vueltas a la sopa con una cuchara, al tiempo que desmigaja un panecillo con los dedos.

Este ritual carente de sentido ha quedado consagrado tras innumerables repeticiones, durante las cuales ha ido adquiriendo una especie de pureza. El hombre da vueltas a la sopa hasta que se enfría, desmigaja el pan hasta que cada miga ya no es más grande que un grano de arena, y luego lleva el bol y el plato al fregadero y tira el contenido. Esto es lo que acostumbra a hacer. Hoy, no obstante, observa algo que le impide llevarlo a cabo.

El cómo es capaz de realizar observación alguna careciendo de una cabeza con la que observar es un detalle que pasaremos convenientemente por alto sin prestarle demasiada atención. Aunque, de hecho, no tiene nada de misterioso. Lo aprecia con los dedos. La mesa a la que está sentado tiene una forma inusual. Ni es cuadrada ni es redonda. Es un círculo cuadrado. Yo soy esa mesa. Soy una contradicción lógica, en oposición geométrica a mi propia definición. Siéntate, por favor.

Tengo un amigo que puede parecer tan imposible como yo, en otras palabras, inconcebible además de inexistente; pero resulta que este amigo es real, real como idea y como materialización de la misma. Mi amigo es un cuadrado circular.

El hombre sin cabeza se enoja con la mesa a la que está sentado. Consternado, me agarra y de un empujón me lanza a través del cuarto. Él no ve y por tanto no puede apuntar, pero no hay peligro de que lastime a su esposa porque ella está soltera y no supone un obstáculo en la trayectoria del proyectil doméstico, que la atraviesa sin notar resistencia alguna, tal como ocurriría con cualquier paradoja matemática.

¡Nada que ver con lanzar una mesa contra un unicornio o un dragón! Aunque, en realidad, la mesa tampoco puede existir en el mundo, así que en este caso el resultado tampoco se vería alterado, y la mesa seguiría recorriendo sin obstáculos su trayectoria hacia el cristal, que ahora hace añicos, no por la fuerza del impacto sino porque llegado este punto la historia requiere cierta dosis de espectacularidad.

Me precipito por la ventana destrozada y caigo hacia la calle, pero la casa está situada en una antigua plaza empedrada de una venerable ciudad meridional. La plaza tiene forma circular y, de hecho, se trata del amigo que he mencionado antes. Por fin el círculo cuadrado y el cuadrado circular se reúnen, y uno es todo lo que no es el otro, mientras que el otro es todo lo que el uno nunca podrá ser-


Por Rhys Hughes