Soy un círculo cuadrado. Por consiguiente, soy un objeto imposible. Todavía más: soy incluso un concepto imposible. No obstante, me has entendido cuando he hecho esa afirmación sobre quién, o qué, soy, y me has imaginado, o has creído imaginarme, porque de ningún modo has podido hacerlo.
En realidad, yo solo he sido una forma vaga en tu imaginación, vislumbrada desde la distancia, turbiamente, en la penumbra, mi contorno borroso, tal vez fluctuando ligeramente como las sombras en la noche, con las que se pierde la certeza de dónde empieza el fondo y dónde acaba el objeto que las proyecta. No obstante, te has dado por satisfecho con ese contorno vago y no te has preocupado por examinarlo con excesivo detenimiento. No había necesidad alguna.
En cuanto he dicho las palabras «soy un círculo cuadrado», mi identidad ha dejado de pertenecerme en exclusiva, porque al momento tú te has apropiado de ella inconscientemente.
Esto no es algo que se te pueda echar en cara, al tratarse de un elemento intrínseco del proceso de lectura de una historia. Yo me he convertido en un personaje y, como tal, he adquirido un rostro, por vago que pueda ser, porque de acuerdo a nuestra experiencia todos los seres conscientes poseen un rostro, y ser un personaje de ficción consiste en mirar al lector desde la página.
También he adquirido un tono de voz, que es el tuyo, y tú lo estás oyendo ahora mismo, e incluso si decides rebelarte y dejar de oírlo a partir de este preciso instante, la decisión no está en tus manos, y tampoco está en las mías, porque no se conoce ningún método que permita que yo enmudezca en tu cabeza y sin embargo continúe transmitiéndote información, incluida esta información, la información de que no se conoce ningún método que permita que yo enmudezca en tu cabeza.
De acuerdo con las reglas de la lógica, ahora no deberías estar oyéndome hablar, porque un objeto que no existe, que en modo alguno puede existir, debería ser siempre totalmente mudo. Así que ¿cómo es posible que mis palabras adquieran un sonido silencioso en tu cabeza? Esta no es siquiera una pregunta válida, así que no hay necesidad de tratar de contestarla. Si te parece, hagamos caso omiso del problema, pasemos de él.
En tus pensamientos, empero, yo he terminado por convertirme en un ser consciente y he arraigado en tu cabeza con unas raíces que, de manera insidiosa y con el trascurrir del tiempo, podrían permitir que mi presencia fuera cobrando cada vez mayor vitalidad, dado que cuanto más tiempo creas que no soy una contradicción lógica sino un objeto que puede ser imaginado, más te costará a la larga renegar de mí, arrancarme de tu imaginación, aceptar que es totalmente imposible que pueda ser visualizado y aceptado.
Pero permíteme que haga un hincapié muy especial en que existe una tremenda diferencia entre un objeto que simplemente no existe, como un unicornio o un dragón, y otro que bajo ningún concepto puede existir, como una esposa soltera o yo mismo. La distancia entre estas dos categorías es mayor que entre la de los entes y sucesos cotidianos y el primero de los conjuntos de imposibilidades mencionados. Un unicornio es el resultado de la evolución o mutación de un caballo normal, pero un círculo cuadrado no es en absoluto una variante de un círculo redondo.
A la primera categoría pertenecen aquellas cosas que son imposibles solo porque hasta el momento no han sido ni descubiertas ni inventadas.
Así por ejemplo, es imposible que un hombre viva sin cabeza, pero podemos imaginarnos a ese hombre ficticio paseando tranquilamente por la calle y subiendo las escaleras de la habitación alquilada donde vive, y de pie impotente junto a la cocina en la que borbotea una olla con sopa que nunca comerá pero que exige, en un intento por asemejarse a los hombres normales, a los hombres que tienen cabeza, a los hombres posibles.
Su esposa, que es quien le prepara la sopa, es la esposa soltera que ya hemos mencionado como ejemplo de lo que podría encontrarse en la segunda categoría de imposibilidades, el conjunto de imposibilidades lógicas más radicales. A pesar de ser legalmente su esposa, está soltera. Ella contradice los términos de su propia definición, de ahí que sea mucho más imposible que él.
Su esposa no solo no existe, sino que no puede existir; ella está perdida para él, lo estará siempre, más que cualquier mujer real que se marche dando un portazo para nunca volver. La soledad del hombre es mayor a consecuencia de ello, pero él carece de existencia y este hecho alivia su melancolía, o al menos eso es lo que nos decimos para evitar tener que compartir su dolor. Ellos no cruzan palabra cuando el hombre entra en la habitación donde viven, al carecer él de boca y oídos; aunque, habida cuenta de la falta de existencia de ella, tal intercambio sería infructuoso incluso si se pudiera llevar a cabo.
El hombre se sirve sopa en un bol y lo lleva a la mesa. Se sienta en una silla inestable y da vueltas a la sopa con una cuchara, al tiempo que desmigaja un panecillo con los dedos.
Este ritual carente de sentido ha quedado consagrado tras innumerables repeticiones, durante las cuales ha ido adquiriendo una especie de pureza. El hombre da vueltas a la sopa hasta que se enfría, desmigaja el pan hasta que cada miga ya no es más grande que un grano de arena, y luego lleva el bol y el plato al fregadero y tira el contenido. Esto es lo que acostumbra a hacer. Hoy, no obstante, observa algo que le impide llevarlo a cabo.
El cómo es capaz de realizar observación alguna careciendo de una cabeza con la que observar es un detalle que pasaremos convenientemente por alto sin prestarle demasiada atención. Aunque, de hecho, no tiene nada de misterioso. Lo aprecia con los dedos. La mesa a la que está sentado tiene una forma inusual. Ni es cuadrada ni es redonda. Es un círculo cuadrado. Yo soy esa mesa. Soy una contradicción lógica, en oposición geométrica a mi propia definición. Siéntate, por favor.
Tengo un amigo que puede parecer tan imposible como yo, en otras palabras, inconcebible además de inexistente; pero resulta que este amigo es real, real como idea y como materialización de la misma. Mi amigo es un cuadrado circular.
El hombre sin cabeza se enoja con la mesa a la que está sentado. Consternado, me agarra y de un empujón me lanza a través del cuarto. Él no ve y por tanto no puede apuntar, pero no hay peligro de que lastime a su esposa porque ella está soltera y no supone un obstáculo en la trayectoria del proyectil doméstico, que la atraviesa sin notar resistencia alguna, tal como ocurriría con cualquier paradoja matemática.
¡Nada que ver con lanzar una mesa contra un unicornio o un dragón! Aunque, en realidad, la mesa tampoco puede existir en el mundo, así que en este caso el resultado tampoco se vería alterado, y la mesa seguiría recorriendo sin obstáculos su trayectoria hacia el cristal, que ahora hace añicos, no por la fuerza del impacto sino porque llegado este punto la historia requiere cierta dosis de espectacularidad.
Me precipito por la ventana destrozada y caigo hacia la calle, pero la casa está situada en una antigua plaza empedrada de una venerable ciudad meridional. La plaza tiene forma circular y, de hecho, se trata del amigo que he mencionado antes. Por fin el círculo cuadrado y el cuadrado circular se reúnen, y uno es todo lo que no es el otro, mientras que el otro es todo lo que el uno nunca podrá ser-
Por Rhys Hughes
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