martes, 19 de marzo de 2024

0839: en ocasiones, hasta las buenas acciones traen problemas.

Mi amigo adoraba a su novia. Le regalaba flores y dulces todo el tiempo, y siempre hablaba de ella cálidamente. Para sus vacaciones, él juntó todo el dinero que tenía y le compró a ella y a su hija (de un matrimonio anterior) pasajes para ir a Cuba. Él mismo no fue porque tenía que trabajar. De vez en cuando se llamaban por videollamada, conversaban y se enviaban besos. La novia pictóricamente se lamentaba de que él no estuviera cerca de ella en esos momentos, y decía otras nimiedades por el estilo. Y luego, durante otra conversación, él le dijo: 

— Amor, ¿puedes traerme un cigarro cubano? 

Y su “amor” se encogió de hombros y dijo tranquilamente: 

— Envíame dinero y te lo compraré. 

Al principio, mi amigo pensó que ella estaba bromeando, pero no, realmente se negó a comprarle incluso ese recuerdo, cuyo precio en el mercado era de un dólar. 


 

Una conocida se enteró de que, debido a mi trabajo, a menudo voy a la oficina de correos y envío paquetes. Me pidió mucho que la ayudara con el envío de mercancías. No era difícil para mí y acepté, pero con la condición de que los propios vendedores me alcanzaran los productos. Luego, un par de veces me convenció de que recogiera algo en la boca del metro. Ya me había puesto a pensar en cómo negarme cortésmente a seguir con esa sucesión de compras extrañas, pero todo se solucionó por sí mismo. Ella me llamó un par de semanas antes de Año Nuevo: 

— Ayúdame, por favor. Realmente necesito un vestido de noche para las fiestas. 

— Está bien, que el vendedor me lo traiga. 

— ¿Puedes ir a buscarlo aunque sea a la boca del metro? 

— Está bien, que venga, iré a buscarlo. 

— Solo que él no suele estar en tu área, hay que ir a buscarlo al centro. También hay un metro allí, él te lo llevará. 

Luego hubo muchas, muchas persuasiones de su parte, que casi terminaron con mi consentimiento. Hasta que ella agregó: “Solo que ya he gastado todo mi dinero, no tengo con qué pagar, así que págalo tú, por favor, y yo te lo devolveré ni bien tenga el efectivo”. Y entonces finalmente le dije a dónde podía irse.  


 

Estábamos volviendo del kínder en un autobús lleno de gente. Sonia (mi hija de 5 años) estaba sentada del lado del pasillo, y yo estaba parada junto a ella. En una parada subió una anciana. Me agaché y le dije a Sonia: “Déjale el asiento a la abuela”. Mi hija se puso de pie, y la mujer, sentándose, declaró con fastidio: “Soy abuela para mis nietos, ¡para lo demás soy ‘señora’!”. Un hombre que estaba parado cerca la tomó del brazo y la hizo levantarse con las palabras: “¡Entonces viaje parada, señora! Siéntate” (esto a Sonia).   


 

Cuando yo era chico, apenas sobrevivíamos, y mi madre mantenía sola a toda nuestra familia. Una vez, unos parientes lejanos nos pidieron quedarse en nuestra casa: su hija necesitaba someterse a una cirugía. Bueno, mi mamá dijo que sí. Llegaron como toda una horda: mi tía, mi tío, su hija, otra hija y su esposo, y un montón de niños. Mamá hizo una sopa sin carne, ya que no había, pero sí teníamos cubos de caldo. Comieron y preguntaron sorprendidos dónde estaba la carne. Mi madre explicó que nosotros mismos no podíamos permitirnos ese lujo, que, si querían carne, la compraran. Al final, nunca compraron ninguna clase de comida, aunque vivieron con nosotros durante un mes. En esa época estaba leyendo El principito de Saint-Exupéry, y había dejado el libro en el baño. Luego lo encontré en la bañera, y le faltaban muchas páginas. Fue muy decepcionante. Como resultado, mamá los echó. 

 

1 comentario:

  1. Cada día hay más gente que funciona con la ley del embudo.
    Un abrazo.

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