El día que se acabó el mundo me pilló en el cruce de la Quinta con la Cincuenta y siete, mirando el móvil.
Una pelirroja de ojos plateados se volvió hacia mí y me dijo:
—¿Te has dado cuenta de que cuanto más inteligentes son los móviles, más tonta se vuelve la gente?
Parecía una de las esposas de Drácula después de arrasar en una tienda de artículos góticos.
—¿La puedo ayudar, señorita?
Dijo que el mundo estaba tocando a su fin. Los Servicios Jurídicos Celestiales habían emitido una orden de retirada por mal funcionamiento; ella era un ángel caído enviado desde el subsuelo para procurar que las pobres almas como la mía marcharan de forma ordenada hasta el décimo círculo del infierno.
—Pensaba que ahí abajo solo había nueve círculos —rebatí.
—Tuvimos que añadir otro para todos los que han vivido su vida como si fueran a vivir para siempre.
Nunca me había tomado en serio mi medicación, pero con solo echar un vistazo a esos ojos argentados supe que decía la verdad. Notando mi desazón, anunció que, como no había trabajado en el sector financiero, me concedía tres deseos antes de que el big bang rebobinara y el universo implosionara para volver a formar un garbanzo.
-Elige sabiamente.
Me lo pensé un poco.
—Quiero conocer el sentido de la vida, quiero saber dónde encontrar el mejor helado de chocolate del mundo y me quiero enamorar —declaré.
—La respuesta a tus dos primeros deseos es la misma.
Y en cuanto al tercero, me dio un beso que sabía a toda la verdad del mundo y que me hizo querer ser un hombre decente. Fuimos a dar un paseo de despedida por el parque y luego tomamos un ascensor para subir hasta lo más alto del venerable hotel de capiteles góticos que había al otro lado de la calle, desde donde vimos partir el mundo a lo grande.
—Te quiero —dije.
—Ya lo sé.
Nos quedamos allí cogidos de la mano, viendo cómo un alud apabullante de nubarrones carmesíes encapotaba los cielos, y lloré, sintiéndome feliz al fin.
Por Carlos Ruiz Zafón
Muy bonito.
ResponderEliminarUn abrazo.