― ¿Por qué lloras pequeño?
Asombrado porque su interlocutor era un desconocido señor mayor, quedó inerte unos segundos. Repuesto del susto miró al extraño y vio que era un hombre alto y fornido de más o menos la edad de su padre, pero cuyo rostro irradiaba bondad e indulgencia. Este le volvió a preguntar:
― ¿Te puedo ayudar para que dejes de llorar?
Empezó a contarle su infortunio, pero antes de terminar el relato de su lastimosa situación, el hombre desconocido, tomándolo con firmeza de un brazo lo condujo hacia adentro y le dijo:
―Yo tomaré el lugar de tu padre. Solo dime tu nombre y no digas ni una palabra, déjame actuar a mí.
―Al… Al... Alberto― alcanzó a balbucear cuando ya estaban adentro camino a la Dirección ―pero mi papá me dice Albertito.
Llegaron al despacho indicado y el señor, con total naturalidad entró cogiendo la mano del niño. El director comenzó a relatar lo acontecido el día anterior y, cuando hizo una pausa para tomar aire y continuar, el señor con voz suave y pausada le dijo:
― ¿Eso hiciste Albertito?
― ¡Sí papá! ― contestó el niño con seguridad, pero con mucho alivio y tranquilidad, pues todo parecía ir perfecto. No terminó de pronunciar la última sílaba cuando sin levantarse de su asiento, el falso padre le propinó una cachetada en pleno rostro que lo hizo tambalear en su silla.
Sorprendido el director, continuó con su relato, pero a la pausa siguiente el «papá», otra vez sin levantarse, descargó contra el niño otra furibunda cachetada que esta vez lo volteó de la silla.
―Señor, cálmese por favor, no debe usted golpear así al niño― y continuó con la descripción de los hechos, pero tratando de hacerlo de una manera más leve con el propósito de evitar enojar más al padre al ver su violenta reacción.
Albertito con el rostro enrojecido y las lágrimas rodando por sus mejillas apenas si podía dominar el llanto.
Terminada la alocución del director, el «papá» se puso de pie y, asiendo la patilla derecha del niño, tiró hacia arriba de ella, lo que hizo que la cabeza de Albertito se levantara enérgicamente y que éste saliera eyectado de su asiento con un fuerte gemido de dolor. Ya ambos de pie, le aplicó la tercera cachetada, tan fuerte que Albertito no pudo aguantar más y rompió en un llanto desgarrador. El director preocupado y temeroso de que el padre del niño continuara con la inesperada e increíble golpiza, dio por terminada la entrevista, amonestando verbalmente al alumno pero permitiéndole volver al aula sin otras consecuencias.
Albertito en su dolor por el castigo y en lo insólito de lo ocurrido, reflexionaba que hubiera sido mejor haberle avisado al papá verdadero, ya que de esa forma el castigo hubiese sido menor.
Por una semana entera hizo guardia en la puerta del colegio a la misma hora del primer encuentro con aquel desconocido, con la esperanza de encontrar de nuevo a su «salvador» pero nunca más lo volvió a ver ni a saber de él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario