miércoles, 31 de mayo de 2017

974: Claudia Minoliti : Diario de una prostituta argentina

Las horas de la mañana, si no cuantitativa, por lo menos cualitativamente, son las mejores porque los clientes vienen recién duchados y fresquitos para liberarse antes de entrar a la oficina. Las horas de la noche, en cambio, los encuentran sucios y en ocasiones alcoholizados. Durante el día a menudo se acercan viejitos jubilados que a veces son más cálidos y generosos que los que tienen más poder de compra.
Más de uno termina proponiendo matrimonio, si es que no tienen a la viejita jubilada esperándolos en la casa con las salchichas y el chucrut a punto.  Los desempleados también son clientes habituales durante las horas más o menos muertas del día (así se utiliza parte del seguro de desempleo o de la ayuda social del generoso estado de bienestar alemán). Las horas del almuerzo, digamos entre las doce y las dos de la tarde, son igualmente bastante activas.
Algunos oficinistas aprovechan la pausa para cortarse el pelo, darse un masaje o mandar a lavar y planchar la camisa que llevan puesta. Otros prefieren pasar por el burdel.

El que me visita ahora habla un poco de español. Para él soy la dulzura personificada. Si fuera soltero, se casaría conmigo sin pensarlo dos veces. Fantasea permanentemente con librarse de la bruja prusiana que tiene por esposa desde hace más de quince años (son sus palabras, no las mías, yo por supuesto no conozco a la señora). Siempre dice que soy cálida y amable y que le doy todos los gustos. En cambio en casa, tiene que soportar gritos, insultos y peleas por cualquier pavada. Pobrecito. Yo lo escucho atentamente, y también escucho sus silencios mientras pague el tiempo de la escucha.

¿Tendrá que ver el silencio de las putas, el hecho de que ellas mismas no son las que hablan, siendo normalmente habladas por otros, usuarios o no? La prostitución es el negocio de la noche en penumbra, del ocultamiento, del secreto. ¿Será también por ese motivo que no hay tonalidades ni matices en la visión que se tiene de la prostitución desde afuera? ¿Por qué a las mujeres que no son putas les produce tanto rechazo la prostitución? ¿Se sentirán amenazadas? Si es así, ¿por qué razón?

¿Porque la puta le roba al marido? ¿Porque la puta le da al marido el placer que ella hace tiempo que no quiere o no puede darle? ¿Porque a ella le gustaría en secreto, muy en secreto, jugar a la puta aunque sea por un rato? ¿Porque ella también se siente puta cuando abre las piernas para que el marido se vacíe en casa y no afuera, para seguir teniendo esa casa y ese auto y esa ropa y esas vacaciones en la costa, sobre la arena fina, frente al mar azul? ¿Porque ella también podría vender su cuerpo si quisiera o si no tuviera alternativa? ¿Porque en definitiva todas las mujeres somos putas en potencia? ¿Por qué hay tanta gente que está convencida de que ser puta es tanto peor que ser empleada doméstica u obrera textil.
¿Cómo saben?, si seguramente no tienen experiencia en ninguno de los tres oficios.

martes, 30 de mayo de 2017

973: sobre el chismorreo

—Dice Fany que se habla de tu madre y que una de las que hablan es la señora Gomes. No sé si esto es verdad, porque nadie va a venir a contarme semejante cosa; pero probablemente es cierto, y yo presumo que lo es. He visto a Fany y a la Gomes juntas con frecuencia. Esa señora es una notoria chismosa, y por eso te ha echado de su casa cuando la has acusado de llevar y traer cuentos. Tengo la sospecha de que Fany ha encontrado gran consuelo en sus largas conversaciones con la Gomes, y creo que ahora que Fany te ha dicho esto, su amiga no volverá a hablarle más del asunto. Supongo que es verdad que «toda la ciudad», esto es, bastante gente, ha participado en estas murmuraciones. Es natural que, aquí, cualquier cosa referente a un Andrade haya causado siempre el mismo efecto que una piedra tirada en un estanque. Y una mentira causa igual conmoción en el agua que una verdad. Las cosas que dice la gente son muy peregrinas. Yo recuerdo que una vez, y no llevábamos más que dos días de travesía cuando circuló por todo el barco la noticia de que la muchacha más bonita de todo el pasaje no tenía orejas; puedes estar seguro de que cuanto más bonito tenga el pelo una mujer que haya cumplido los treinta y cinco, más seguro es que no faltará quien asegure que usa peluca. También puedes estar seguro de que se han dicho más cosas acerca de los Andrade en esta ciudad, durante muchos años, que acerca de ninguna otra familia. Supongo que ahora se habla menos de nosotros, porque la ciudad ha crecido mucho, pero, en general, es cierto que cuanto más señalado eres, más cuentos se inventan acerca de ti y más numerosos son los que gozarían viéndote humillado. Pero esto no lo pueden lograr mientras te niegues a saber lo que de ti se dice. ¡Ah! ¡Pero en cuanto haces caso de las murmuraciones, estás perdido! No me refiero a ciertas difamaciones que obligan a acudir a los tribunales. Aludo a esos pueriles chismorreos de gentes como la Gomes, y que tanto horror te causan. La gente que repite un chisme difamador o se olvida de él o se avergüenza de su conducta si la dejas tranquila. Pero en cuanto se lo echas en cara, inmediatamente se convence de que es verdad lo que ha dicho, recurso natural de defensa, pues es comprensible que le resulte más agradable juzgarte pecador que pasar por mentiroso. Ríndete a las hablillas y les das muerte; lucha contra ellas y les das renovado vigor. La gente olvida casi todo lo que de malo se dice acerca de otros, excepto aquello que se ha discutido.
—¿Has acabado?
—Pues… creo que sí
—¿Puedo preguntarte qué habrías hecho en mi lugar?
—No estoy seguro. Cuando yo tenía tus años, me parecía mucho a ti en bastantes cosas, principalmente en ser demasiado impulsivo; así que me resulta difícil contestarte. No puede uno fiarse
gran cosa de la juventud, si no se trata de expresarse a sí misma, luchar y hacer el amor.
—¿De veras? ¿Me quieres decir, entonces, qué es lo que he debido hacer yo?
—Nada.
—¿Nada? Supongo que crees que voy a tolerar que la buena fama de mi madre…
—¡La buena fama de tu madre! Nadie tiene buena fama para las malas lenguas. Y nadie la tiene para los estúpidos. Y he aquí que algunos tontos andaban hablando de tu madre, y todo lo que se te ha ocurrido hacer ha sido tener un altercado con la vieja más parlanchina de estos contornos, altercado que la va a convertir de ociosa habladora en enemiga de tu madre. ¿Es que no crees que mañana sabrá toda la ciudad lo ocurrido? ¡Mañana! ¡Esta misma noche! Porque estoy seguro que no dará descanso a su teléfono esta misma noche hasta que todas sus amigas se hayan acostado. Los que nada sabían de todo esto, ahora lo van a escuchar bordado y adornado. Y ya se cuidará ella de que todo el que haya insinuado algo acerca de tu madre se entere de que estás en plan de guerra, lo que, naturalmente, los pondrá a la defensiva y hará que sean sus críticas más acerbas. Irá creciendo el cuento al circular y…
—¿Pero crees que voy a tolerarlo yo?  ¿Qué te supones que voy a hacer?
—Nada útil.
—¿Tú crees?
—No puedes hacer absolutamente nada. Nada que sirva para algo. Cuanto más hagas, peor será.
—Bueno, dime entonces qué piensas hacer tú ¿Estarte sentado ahí…
—Sí.
—… y dejar que toda esta gentuza traiga y lleve el nombre de mi madre? ¿Es eso lo que te propones hacer?
—Es lo único que puedo hacer. Es lo único que todos podemos hacer: estarnos sentados y esperar que con el tiempo deje la gente de hablar, a pesar de haber tú animado muy hábilmente a esa mujer para que haga todo lo contrario.

lunes, 29 de mayo de 2017

972: Héctor Hugh Munro: TENDENCIAS ENCONTRADAS

Y mientras Clyde traficaba con negociantes persas de caballos, perseguía puercos monteses hasta sus cubiles o completaba sus apuntes sobre las aves de caza de Asia Central, Dobrinton y Vanessa lidiaban la ética del decoro en el desierto desde puntos de vista que cada día mostraban una mayor tendencia a converger. Y una noche Clyde cenó a solas, leyendo entre plato y plato una extensa carta de Vanessa en la que justificaba el acto de alzar el vuelo hacia tierras más civilizadas en compañía de un ser más compatible.

Fue pura mala suerte de Vanessa, quien en el fondo era de veras decorosa, el que ella y su amante cayeran en las manos de unos bandidos kurdos el día mismo en que escaparon. Estar presa en una sórdida aldea kurda, en la íntima compañía de un hombre que era apenas su esposo por adopción, y atraer la atención de toda Europa hacia este trance, era tal vez lo menos decoroso que podía pasarle. Y había complicaciones internacionales, lo cual empeoraba las cosas. El informe del cónsul más cercano rezaba: "Dama inglesa y su esposo, de nacionalidad extranjera, retenidos por bandidos kurdos que piden rescate". 

Aunque Dobrinton era inglés de corazón, el resto de sus miembros pertenecía a los Habsburgos; y aunque esta pieza particular de sus vastas y variadas posesiones no era motivo de gran orgullo o placer para los Habsburgos, quienes gustosamente la habrían canjeado por una rara ave o mamífero para el parque de Schoenbrunn, las reglas de la dignidad internacional los obligaban a exhibir un decente grado de interés por su devolución. Y mientras las cancillerías de dos países tomaban las medidas habituales para obtener la liberación de sus respectivos súbditos, se produjo otra espantosa complicación: Clyde, que seguía el rastro de los fugitivos sin mayores deseos de alcanzarlos pero con el borroso sentimiento de que eso era lo que se esperaba de él, cayó en manos de la misma caterva de bandidos. La diplomacia, si bien estaba ansiosa de hacer cuanto pudiera por una dama en desgracia, dio señas de impaciencia ante esta ampliación de su tarea.

Como observara un joven frívolo de Downing Street, "Con gusto sacaremos de apuros a cualquier marido de la Señora Dobrinton, pero permítannos saber cuántos maridos son". Como mujer que valoraba el decoro, Vanessa ciertamente carecía de suerte.

Entretanto, la situación de los cautivos tampoco estaba libre de enredos. Cuando Clyde explicó a los cabecillas kurdos la naturaleza de su relación con la pareja de fugitivos, se mostraron muy comprensivos Pero vetaron cualquier idea de venganza sumaria, puesto que los Habsburgos de seguro insistirían en la liberación de un Dobrinton vivo y en razonables condiciones de integridad. No ponían objeción a que Clyde le administrara una paliza de media hora a su rival los lunes y los jueves, pero Dobrinton se puso de un verde tan pálido al escuchar tamaños planes, que el jefe se vio obligado a suspender el privilegio.

Y así, en la estrechez de una choza de montaña, el mal mezclado trío padecía el insufrible paso de las horas. Dobrinton estaba demasiado asustado para tener ganas de conversar, Vanessa demasiado mortificada para abrir los labios y Clyde andaba de un humor silencioso.
Tres veces al día se arrimaban entre sí para ingerir la comida que les habían preparado, como animales del desierto que se juntan en silenciosa suspensión de hostilidades en el abrevadero, y luego se apartaban para reanudar la vigilia de la espera.

A Clyde lo cuidaban con menos atención. "Los celos lo mantendrán al lado de la mujer", pensaban los captores kurdos. Ignoraban que un amor más salvaje y sincero lo llamaba con mil voces, más allá de los límites de la aldea. Y una noche, al descubrir que no recibía la atención debida, Clyde se escabulló montaña abajo y reemprendió el estudio de las aves de caza del Asia central. En adelante los otros cautivos fueron custodiados con mayor rigor; pero de todos modos Dobrinton lamentó poco la partida de Clyde.


El largo brazo de la diplomacia aseguró por fin la liberación de los prisioneros, si bien los Habsburgos no habrían de disfrutar de los honores de aquel gasto. En el muelle del pequeño puerto sobre el mar Negro en donde la pareja rescatada volvió a entrar en contacto con la civilización, Dobrinton fue mordido por un perro, al parecer rabioso, aunque a lo mejor sólo tenía poco criterio selectivo. La víctima no esperó a que aparecieran los síntomas de la hidrofobia, sino que se murió del susto de una vez; y Vanessa hizo sola el viaje de regreso, con la vaga sensación de llevar levemente restaurado el decoro. 

Clyde, en las pausas que le dejó la corrección de las pruebas del libro sobre las aves de caza de Asia central, encontró tiempo para sacar adelante una demanda de divorcio ante las cortes, y tan pronto como pudo corrió a las agradables soledades del desierto de Gobi a recoger material para una obra sobre la fauna de aquella región. Vanessa, en virtud quizás de su anterior familiaridad con los rituales culinarios de la merluza, obtuvo un empleo entre el personal de cocina de un club del West End. Nada despampanante, pero al menos quedaba a dos minutos de Hyde Park.

domingo, 28 de mayo de 2017

971: La cita de negocios

—Querido…, querido…
— ¿Qué? ¿Qué? ¿Eh…?
—Adolfo, ya son las cinco; levántate, querido.
Un bostezo, otro bostezo…
—Adolfo, perderás ese negocio; tú mismo lo dijiste…
Un bostezo largo, laaargo…
—Anda, querido; anoche te lo dejé todo preparado… Gatito mío, debes irte; ¿o quieres faltar a la cita? Anda, levántate, Adolfo; vete. Si es ya de día…
Carolina se levanta echando a un lado los cobertores; quiere demostrarte  que puede saltar de la cama sin vacilar. Abre las persianas, y penetran la claridad y el aire matinal, el ruido de la calle. Luego se mete otra vez en la cama.
—Pero, querido, levántate… Nunca habría creído que tuvieses tan poca voluntad. ¡Oh, los hombres…! Yo no soy sino una mujer, pero si digo que hago eso…, pues hago eso.

Te levantas rezongando, maldiciendo el matrimonio. Carolina encuentra todo lo que necesitas, y con una rapidez desesperante; lo prevé todo, te da una bufanda en invierno, una camisa de lino y con rayas azules en verano; te trata como a un niño. Si aún duermes, ella te viste, se desvive, y, al final, ya te han echado de la casa. Sin ella, todo iría mal. Te recuerda que tienes que llevar un documento, una cartera… tú no piensas en nada, ella piensa en todo…

Vuelves a casa cinco horas después, a comer. La sirvienta está en la escalera, hablando a su móvil. Preguntas dónde está Carolina, pues la creías esperándote.
—La señora está aún acostada.
Vas a verla y la encuentras lánguida, perezosa, fatigada, adormilada. Ella veló toda la noche para despertarte y por eso ha vuelto a acostarse; tiene hambre.
Tú eres  la causa de todo ese desquiciamiento. Si la comida no está lista, ella echa la culpa a tu madrugón. Y si no la encuentras vestida, si todo está en desorden, la culpa es tuya. A todo lo que no va como es debido, ella responde:
— ¿Y era necesario que te levantases tan temprano?

sábado, 27 de mayo de 2017

970: Empezar es difícil

A Tila se le ha encomendado que entreviste a Gilbert, uno de los solicitantes del puesto de coordinador de personal. Tila tiene que informar por escrito de sus impresiones. Escribe: La entrevista tuvo lugar en el Café Bagdad a las seis de la tarde.

Lo tacha. Eso no es totalmente exacto, porque la entrevista empezó, efectivamente, a las seis, pero se desarrolló entre las seis y las siete menos cuarto. Además, ¿a quién le importa si eran las seis o las ocho, si se trataba de Bagdad o de Alaska? Tacha de nuevo.

Muerde el extremo del bolígrafo. Piensa. Luego escribe: Al principio de la entrevista, Gilbert me entregó… Vuelve a tachar; cambia Gilbert me entregó  por el solicitante me entregó un currículum vitae, que insistió en que leyera en el momento, antes de empezar nuestra conversación. Adjunto el currículum

Lo tacha. ¿Qué importancia tiene eso? Además, insistió resulta demasiado fuerte aquí, pues Gilbert no fue tan categórico. ¿Pidió? Demasiado débil. En realidad, lo que hizo fue menos que insistir pero más que pedirme que leyera su currículum primero. ¿Hay una palabra intermedia entre pedir e insistir? ¿Tal vez exigir? No, no me lo exigió. Y no fue categórico. En general, categórico es una palabra tonta. Sea como fuere, el currículum irá adjunto a mi informe, si es que consigo redactarlo, de modo que ¿a quién le importa si Gilbert insistió, persistió, pidió, rogó o me tentó?

Bueno, quizá lo pueda poner así: El solicitante me produjo la impresión de ser un hombre con una extraordinaria confianza en sí mismo, aun cuando tal vez se esforzó demasiado en tratar de producirme esa impresión. Estupendo, excepto que en realidad es un bodrio: me produjo la impresión de que se esforzaba demasiado en tratar de producirme esa impresión. Un asco de lógica, y un asco de castellano también. Además, extraordinaria confianza en sí mismo: ¿quién te crees que eres? ¿Un asesor titulado en confianza en uno mismo?

Tila vuelve a empezar: Gilbert Gados, veintinueve años, nacido en Gedera, Israel, divorciado, sirvió cinco años como inspector de policía…. No. Demonios, ¿es que no puedes poner las cosas como es debido? Sí que sirvió en la policía cinco años, pero fue inspector sólo el último año y medio.

Y ¿por qué no empezar buscándole la gracia? Pero ¿dónde está la gracia? Encima se está haciendo tarde. Y Tila ha prometido llamar a Matilde antes de que acabe su turno.
Un asco otra vez. No está claro si su turno se refiere al turno de Matilde o al de Tila.

Basta. Tila no presentará su informe hoy. Mañana será otro día. No es el fin del mundo.
Nuevo tachón. Mañana será otro día está muy trillado. Por otra parte, ¿y qué? ¿Qué tiene de malo que esté trillado? ¿Por qué no? ¿Y no queda patoso acabar con tres
preguntas sinónimas: ¿Y qué? ¿Qué tiene de malo? ¿Por qué no??
Tila hace pedazos la hoja y llama a Matilde.

viernes, 26 de mayo de 2017

969: Domingo Santos: Gabriel

-¿Es usted casado?
-No
-Yo tampoco
Y, observando que Gabriel no respondió nada, prosiguió.
-Es difícil encontrar en estos tiempos un hombre dispuesto a casarse. Los robots lo han invadido todo en el mundo. Incluso el terreno del amor. La mayoría de los hombres prefieren comprar un robot a adquirir una esposa. ¿Para qué casarse, dicen? Un robot cumple las mismas funciones. Además, se amortiza fácilmente, no existen con él las cargas de los hijos, siempre se tiene joven y bien dispuesto, y cuando se aburre puede cambiarlo por otro modelo. Es mucho más rentable.
Suspiró.
-Ya lo ve. Tengo veintiocho años. Y todavía no he hallado ningún hombre que quiera hacerme su esposa. Claro que hay algunos –que de todos modos prefieren una mujer a un robot, y se casan. Además, existen los Favores Estatales en pro del matrimonio: hay que asegurar la descendencia. Pero esto no resuelve nada, sólo es una minoría. Para el hombre el problema siempre está resuelto. Pero quedan las mujeres.
-Tal vez algún día se instalen servicios de Rob-amor para las mujeres.
Ella se echó a reír nerviosamente.
-No mencione imposibles. Se consideraría una degradación, una lacra social. Para la mujer, el único camino es el matrimonio. ¿Qué otra solución hay?
-La creación de robots maridos. O quedarse soltera.
-No se burle.
-No me burlo. La mecanización progresiva del mundo aún no ha terminado. Hace sólo un año que se instaló el primer servicio de Rob-amor. ¿Por qué dentro de poco no se puede instalar un nuevo servicio, pero en la parte contraria? Tal vez casas de Rob-amor para mujeres no tuvieran éxito, pero si un hombre puede adquirir un robot como esposa, ¿por qué no puede hacer lo mismo una mujer? Es algo de pura lógica.
-No, no lo es. Es completamente distinto. La psicología humana es así.
Gabriel asintió lentamente.
-Tal vez tenga razón. Tal vez sea yo mismo quien no acaba de comprender la psicología humana. Pero estoy seguro de que lo que digo no tardará en intentarse. La mecanización de la humanidad no puede detenerse. No se detendrá hasta que haya convertido al hombre en una máquina más.
Siguió un ligero silencio. Gabriel vio el perfil del rostro de la muchacha, sus cejas, sus finos labios... Se puso en el nivel de un ser humano, y se dijo que a pesar de todo era bonita.
-Pero usted es bonita -tradujo sus pensamientos en palabras-. No le será difícil encontrar un hombre que llegue a enamorarse de usted.
Ella rió secamente.
-¿Lo cree usted así? En la Tierra tal vez no hubiera desechado del todo sus palabras. Pero aquí no. En la Luna es más difícil hallar marido. Existen diversos grados de habitantes, diversas categorías según su formación física, es decir, según el tiempo que hayan permanecido en el satélite. Existe la categoría de los gigantes, de los medianos y de los enanos. Y dentro de cada una de ellas, multitud de variaciones. Es difícil que un gigante llegue a casarse con una enana, o viceversa. Y lo mismo puede decirse con los medianos. Con lo que las probabilidades se limitan a un tercio de las que hay en la Tierra.
-Por supuesto.
Helena se volvió hacia él.
-Y sin embargo -dijo-, yo tengo ventajas. Soy enana. Podría pasar por una terrestre cualquiera. No soy mucho más alta que usted. Podría pasar por una de ellas, ¿no le parece?
-Por supuesto. Pero eso sigue limitando- sus posibilidades. Usted misma lo ha reconocido.
-Sí, claro. No creo que ningún gigante quiera casarse conmigo. Tal vez algún mediano, aunque es difícil. Pero tengo en mi favor el que podría casarme sin desventaja con cualquier terrestre. ¿No le parece?
Gabriel volvió la cara hacia ella. Y vio el brillo de sus ojos.
-Con tal de que el terrestre también quisiera casarse con usted.
-De acuerdo. Pero en las actuales circunstancias tengo una ventaja a mi favor. Hay muchos terrestres como usted en la Luna. Y si vienen dificultades, muchos de ellos querrán vincularse en algo con los selenitas. Y este algo puede ser el matrimonio. No escogerán como mujer a una gigante, ni siquiera a una mediana. Pero las enanas, como yo, tendremos posibilidades. ¿No le parece?
Gabriel no contestó. Comprendía la argumentación de la mujer. Y veía todo lo que se ocultaba tras ella. Toda la tristeza, toda la amargura y todo el desengaño que había tras aquellas palabras de apariencia intrascendente, dichas casi como si fueran un comentario.
Ella debió comprenderlo así. Lentamente, la sonrisa fue brotando de sus labios. Reclinó de nuevo su espalda en el respaldo del sillón.
-Perdone -murmuró-. Estoy diciendo muchas tonterías.
-No; no dice ninguna tontería. Sus palabras son las palabras de muchas mujeres de la Tierra. Y sus sentimientos también son los mismos. Realmente, el Rob-amor ha causado muchas complicaciones.
Observó su reloj, y se levantó.
-Perdóneme -dijo-, pero he de ir a preparar mi equipaje. Si no nos volvemos a ver antes del aterrizaje, allí podrá encontrarme siempre que lo desee. Tendré mucho gusto en volver a hablar con usted de nuevo. Adiós.
La mujer lo vio marcharse, con paso firme y elástico, en dirección a su camarote. Sus ojos fueron siguiendo su figura mientras se alejaba del salón. 
Había sido una estúpida, se dijo. No había sabido comportarse como hubiera debido. Y lo había echado todo a rodar. Pulsó el botón que detenía el movimiento del sillón vibratorio, y en el mismo gesto se recriminó a sí misma. ¡Estúpida! ¡Estúpida!
Y de pronto recordó las palabras de Gabriel. Cerró los ojos, y las evocó nuevamente.

No, se dijo; en el fondo no era una estúpida. Era tan sólo una mujer. Una mujer en un mundo en el que lo único que existían verdaderamente eran máquinas. Las eficientes y odiosas máquinas...

jueves, 25 de mayo de 2017

968: el cretino

— ¿Cómo van las cosas entre tú y tu elegante amigo?
— ¿Ese? Ya no tiene nada que hacer, ¿qué crees tú que quería ese tipo que hiciera yo?
— ¿Que te metieras en la farándula?
—Qué va; ese individuo es demasiado barato para eso. ¡Pretendía que me casara con él y que viajásemos a Rio de Janeiro para el viaje de novios!

miércoles, 24 de mayo de 2017

967: la nuera

Mi suegro se negaba a entrar al trapo. Escuchaba los comentarios mordaces de sus hijos sin dar jamás una respuesta: «Vuestras críticas me entran por un oído y me salen por el otro», concluía siempre sonriendo antes de marcharse.
Esa vez, sin embargo, la discusión fue más áspera.
Todavía recuerdo su rostro crispado, sus manos aferradas a la jarra de agua como si hubiese querido romperla ante nuestros ojos.
Me imaginaba todas esas palabras que nunca pronunciaría e intentaba comprender. ¿Qué entendía él exactamente? ¿En qué pensaba cuando estaba solo? ¿Y cómo era en la intimidad?
Como último recurso, mi cuñada se volvió hacia mí:
—Y tú, ¿qué piensas de todo esto?
Yo estaba cansada, quería que aquella velada se terminara ya. Estaba ya harta de sus rencillas familiares.
—Yo…, yo creo que Pedro no vive con nosotros, quiero decir, no verdaderamente, es una especie de marciano perdido en la familia Durango…
Los demás se encogieron de hombros y me dieron la espalda. Pero él, no.
Él soltó la jarra y su rostro se distendió para sonreírme. Era la primera vez que lo veía sonreír así. Me parece que esa noche nació entre nosotros cierta complicidad… Algo muy tenue. Yo había intentado defender como podía a mi extraño marciano de pelo cano.

martes, 23 de mayo de 2017

966: ALICIA BISSO: Hubo una vez, un príncipe

Llegué como si llegara a la alfombra roja de los Oscar con la triple S: sonriente, sexy y segura.
Pero como siempre hay un pero en esta vida, había olvidado un pequeño detalle. Cuando encontré a mi grupo de amigos hice un veloz cálculo matemático. Todos habían ido con pareja. Malditas sean las convenciones sociales, no entiendo que parte de mi cerebro olvidó que ahora ya nadie va solo a ningún lado. Y como acá casi todos los matrimonios siguen un mismo protocolo por más casual que la pinten, a la hora del dancing, me encontré cual estatua de hielo en la mesa.
La verdad no estaba de humor de bailar. Menos, en medio de esos ritmos tropicales que no me hacen mucha gracia. Segura de que me iba a divertir más con una copa de vino y una buena película, hice lo que uno debe hacer cuando se encuentra en una situación en la que no le da la gana de estar: pedí mi taxi de regreso a casa. Cuando el celular me aviso que el taxista había llegado, hice un seco y volteado, cogí mi cartera y me levanté camino a la salida.
Entonces pasó eso que las comedias románticas te enseñan a esperar pero que nunca pasa en la vida real. Un chico guapísimo se paró de su silla, me detuvo y me dijo: hola.
—        Hola
Le devolví la sonrisa, me levanté de hombros y lo único que se me ocurrió decir porque, en efecto, ya me iba, fue: “bueno, chau”, y seguí mi camino.
—        ¿Ya te vas?
Me volví a él sin dejar de caminar y asentí.
—        Acaba de empezar la fiesta.
—        ¡No me gusta la música!
Salí del ruido y vi que el taxi me estaba esperando. Me iba a subir cuando escuché a una voz entrecortada que me dijo:
—        Espera, espera.
—        ¿Qué pasa? – le dije riendo.
—        Tienes que venir conmigo.
—        Me tengo que ir con él – le dije señalando al conductor del taxi.
—        Confía en mí, ven.
En tres segundos mi cerebro repaso lo que significa la “confianza en alguien” después del 2014: algo de lo que he estado huyendo, que no se le debe dar a cualquiera, menos a alguien que no conoces. Aunque mi memoria me advirtió sobre un dato curioso: las personas que me fallaron en este último tiempo fueron chicos que conocí antes de ayer sino gente que estaba en mi vida hacía tiempo ya. Eso me pasa por recicladora y ganadora del premio a la tonta que se pronuncia en contra pero da segundas oportunidades.
Entonces, decidí aventurarme a salir del taxi. Le pedí disculpas al conductor.
Caminamos uno al lado del otro de vuelta a la fiesta.
—        Escucha -dijo.
—        ¿Qué onda? –dije sin dejar de sonreír.
(¿Acaso me había vuelto la Cenicienta a la que su hada madrina le hizo el milagro de cambiar el reggaetón por “The The”?)
Empezamos a bailar. No hacía ninguna falta decir que había onda, química y el mismo gusto musical. Pero lo mejor de todo fue que también compartíamos el mismo sentido del humor, porque después de intercambiar más que nuestros nombres, convinimos no convertir esa fiesta en una entrevista de trabajo con preguntas como: ¿qué haces?, ¿dónde trabajas?, ¿dónde estudiaste?, ¿haces deporte?, ¿te gusta viajar?, y etc. Qué increíble es darse cuenta de lo aburrido (y muchas veces inútil) que es este intercambio de datos. Así que quedamos en hablar de todo menos de nosotros. Nada de esforzarse en crear buenas impresiones.
Jugamos a esta especie de coqueteo tipo dominó, toda la noche. Así que mientras yo bailaba con Oliver, riendo, hablando en nuestro nuevo lenguaje, mi grupo de amigos me miraba con cara de signo de interrogación desde su mesa.
Hasta que por supuesto el chisme no pudo evitar hacer su aparición y mandaron a una emisaria a preguntar de donde había sacado a ese cuerazo. Me levanté de hombros y le dije:
—        Ni idea de dónde salió.
—        ¿Pero quién es?
—        No tengo la más mínima idea –me volví hacia él y le dije –ella quiere saber quién eres.
—        Soy su novio.
—        Es mi novio.
Con cara de “seguro esta está ocultando algo pero ya me enteraré de todo” la chismosa se fue. Después de diez canciones y un par de whiskies, ya no importaba si era cumbia, góspel o el hipi jay, Oliver y yo no paramos de bailar.
Cuando pensé que nada podía mejorar ese momento que ya se habían convertido en “las horas más increíbles del 2015”, el DJ regresó a los 80´s y puso un set de lentos. Seguro muchos no vivieron la época en la que en toda fiesta había un set de canciones lentas, que con suerte podías bailar apachurrado de tu chico/a, con una power balad de fondo. Yo me sentí de vuelta a 1992, cuando obligaba a mi pobre novio amante del heavy metal a ponerse camisa y bailar en esas discotecas que él odiaba, pero a mí me quería demasiado. (No creo que leas esto, pero acuérdate que Michael Bolton fue parte de nuestro soundtrack aunque a los dos nos da vergüenza aceptarlo).
Oliver y yo nos mirábamos a los ojos, nos tocábamos con cuidado y movíamos despacio al ritmo de la música. Todo era perfecto. Era el momento del beso.
Yo sentí que su boca era un imán del tamaño de un reactor nuclear, creo que el sentía lo mismo porque puso sus manos en mi cara, me miró a los ojos y yo no tuve mejor reacción que voltearle cara cuando a mi sobrina no le gusta la papilla.
¿Qué pasó?, no es muy difícil de explicar. El pasado. En un microsegundo recordé mi último primer beso del 2014. Y de bonito y especial pasó a absurdo, catástrofe, error, gran error.
La hora loca llegó a la fiesta y mientras unos hombres en zancos hacían su aparición, Oliver y yo buscamos un sitio tranquilo donde hablar. La fantasía se había terminado y era hora de decir la verdad. Nos apoyamos en un árbol y nos sentamos en el pasto. Oliver me puso su saco sobre los hombros y empezó a hablar.
Es peruano pero vive y trabaja en Londres hace varios años, había ido al colegio con el novio, por eso estaba ahí. Se quedaba una semana más en Lima y por supuesto quería conocerme más, solo si yo también quería. Me quedé callada mirando mis zapatos. No era que no le creyese, no era que no muriese de ganas de besarlo, pasar la noche y la semana con él, pero un eco me repetía ¿para qué?
a) Para pasar una noche de sexo casual increíble.
b) Para conocerlo más y ver qué pasaría en el futuro.
c) Para vivir una semana alucinante y seguir en contacto, y quién sabe, terminar viviendo con él en Europa.
d) Porque había encontrado al hombre perfecto para casarme, tener el hijo que siempre he querido tener y ser feliz el resto de mi vida.
De estas cuatro posibilidades la única real es la a), y ahora, en este momento de mi vida, no se me antoja tener sexo casual con nadie.
Tengo ganas de ilusionarme, de creer, de enamorarme otra vez. Pero no así. Con tan poca realidad de por medio. Así que dejé que el príncipe Oliver me lleve al nuevo departamento en el que vivo. Lo besé en la cara y le dije chau.
Ya estaba amaneciendo. Tiré los zapatos entre las cajas llenas de libros. Me quite el vestido y me metí en mi nueva cama. No tardé mucho en quedarme dormida.
Me desperté horas después y mientras tomaba jugo de naranja en mi casa nueva, sonreí. Todo lo que había allí dentro todo era real, así no fuese perfecto. Eso es lo bueno de los príncipes, se quedan en la puerta. Elegir a alguien en la realidad es trabajo nuestro.

lunes, 22 de mayo de 2017

965: ¿Y tú porque te dejas coger?

— ¿Qué opinas de ella?
— ¿De quién?
—De su esposa. ¿Crees que lo sabe?
—No lo sé.
Y al ver que él no replica nada
—Yo, en su lugar, estoy segura de que lo sabría. Pero él asegura que le interesan más los niños que él. A veces, intento convencerme de que quizás en el fondo se alegre de no tener que preocuparse por él. Me refiero a preocuparse de que sea feliz.
—Eso es lo que a ti te gustaría...
—Es posible. En todo caso, francamente, creo que la respuesta es no. No pienso en ella y no me siento culpable. Tal vez porque no creo que lo nuestro hubiera sucedido si fueran felices... o si conectaran de verdad.
—Las mujeres tienen una concepción tan errónea de los hombres.
— ¿Crees que es feliz con ella?
—No tengo ni idea. Sencillamente, no creo que necesite ser infeliz con su esposa para coger contigo.

domingo, 21 de mayo de 2017

964: Antes…, ahora ya no

— ¿La querías a Ivana?
—No sé. Creía que la quería. Me pasó tantas veces.
— ¿Qué?
—Creer que quiero y no querer.
—Como a mí.
—Como a vos.

viernes, 19 de mayo de 2017

963: ¿cuál es la ración semanal óptima?

¿Por qué cada dos días? Porque la satisfacción se mantiene en niveles elevados hasta unas 48 horas después. Para referirse a esa satisfacción posterior, los vecinos utilizan la palabra afterglow, que es el resplandor que puede todavía verse en el cielo después de la puesta de sol. 

Tener tracata cada dos días, impide que ese afterglow se apague. Gustavo constató que, entre cuatro y seis meses después, las parejas que en promedio tracatearon cuatro días a la semana sentían una mayor satisfacción y bienestar en la relación que las que no habían alcanzado esa cantidad de polvachos. Según Andrea, el polvacho se  destaca cómo factor clave para "mantener a las parejas unidas"

UNA VEZ POR SEMANA, UN BUEN NÚMERO
A finales del anteaño, otro vecino había revelado algunas pautas de la relación entre tracata y bienestar. Su principal conclusión fue que "más no siempre es mejor": la clave, según él, consiste en tracatear una vez por semana. Amelya Ruis y Emily Indosterra explicaron que a mayor frecuencia de tracata, más felicidad, pero solo hasta que ese ritmo llega a una vez por semana. Si se tiene más tracata, el bienestar no se reduce, pero las diferencias son muy poco significativas.

¿CUÁNTO DEBE DURAR EL TRACATA?
Está bastante difundida en la ciudad  la idea de que, cuanto más tracateado sea el tracata, más placentero es. Pero ¿es realmente así? Eric y Jenny Guardia preguntaron a las vecinas cuál es la duración más apropiada para el tracata. La opinión de la mayoría fue que lo deseable es que se extienda entre 7 y 13 minutos. Incluso un tracata de entre 3 y 7 minutos fue calificado como "adecuado" por parte de estas.

Si el tracata dura 1 o 2 minutos, las vecinas la señalaron como "demasiado breve", mientras que si supera los 13 minutos es "demasiado larga". ¿Cuál es el problema de que dure mucho? Irritaciones y molestias. Por ello, la conclusión apunta que "estos datos pueden ayudar a cambiar las expectativas" y evitar una situación de angustia y estrés, ya que "tratar de alcanzar una meta que no es razonable puede ocasionar perjuicios psicológicos en los vecinos"

BENEFICIOS DEL TRACATA FRECUENTE

Practicar tracata con frecuencia tiene muchas otras consecuencias positivas. Además de contribuir con el bienestar de vecinas y vecinos, funcionan como un ejercicio físico, previenen la depresión e incluso tienen sus beneficios en relación con problemas como el insomnio y enfermedades cardiovasculares y de la piel, entre otras. Y más aún: según Úrsula Monasterio, las mujeres que tienen más tracata desarrollan en mayor medida el tejido nervioso del hipocampo, área del cerebro vinculada con cierto tipo de memoria. En concreto, estas mujeres desarrollaron más el tipo de memoria abstracta que se pone en práctica al tener que recordar palabras. En cambio, para recordar caras, el grado de memoria de estas mujeres fue similar al de aquellas cuya frecuencia tracatoria era menor. 

jueves, 18 de mayo de 2017

962: el primer beso

— ¿Cómo es que ya sabes latín?
—Estudio mucho
— ¿Por qué?
—Me gusta.
— ¿Por qué?
—Me gusta porque me hace diferente y mejor.
— ¿Por qué?
—Mi padre dice que recuerdo mejor las cosas que los demás, porque presto mucha atención y me preocupo.
— ¿Por qué?
—Porque es importante saber cosas. Por ejemplo, acabo de aprender que el emperador romano Vitelio se comió una vez mil ostras en un día, lo que es un impresionante acto de abligurición. Y también es importante saber cosas porque te hace especial y puedes leer libros que la gente normal no puede leer, como las Metamorfosis de Ovidio, que están en latín.
— ¿Por qué?
—Porque vivió en Roma cuando allí hablaban y escribían en latín.
— ¿Por qué?
Y esta vez se quedó bastante confundido. ¿Por qué vivió Ovidio en la antigua Roma y no en Sipesipe? ¿Ovidio habría sido Ovidio si hubiera vivido en otro lugar? ¿Ovidio era importante por ser Ovidio o porque vivió en la antigua Roma?
—Muy buena pregunta, y voy a intentar descubrir la respuesta para ti.
— ¿Quieres salir conmigo?
Se incorporó rápidamente y la miró. Las terminaciones nerviosas estallaron en temblores en su piel. Le palpitaba el diafragma. Y por supuesto no podía ser deseo o amor, y no lo parecía, de modo que debía de ser lo que los chicos llamaban «gustarse».
—Sí, sí, quiero salir contigo.
Ella se inclinó hacia él con los labios fruncidos y le dio un beso en la mejilla. Fue el primer beso. Los labios de la chica le parecieron como el invierno que estaba a punto de terminar —fríos, secos y agrietados—, y se le ocurrió que el beso no le había parecido ni la mitad de bueno que el sonido de su voz al preguntarle si quería salir con ella.

martes, 16 de mayo de 2017

961: celos

—No veo con exactitud qué sentimientos abriga hacia mí. Me parece que gano terreno; pero es un terreno tan inestable.
—Lo ganas de día en día
—Cuando me despedí, estaba de nuevo siniestra. Se reprochaba el no haber ido a su clase y tenía un ataque de asco por sí misma. Trata de ser amable con ella ahora.
—Siempre soy amable con ella. Es terrible ese amor propio que tiene. Habría que estar segura de un éxito inmediato y deslumbrante para atreverse a arriesgarse.
—No es solamente amor propio.
— ¿Entonces qué es?
—Ha dicho cien veces que la asqueaba rebajarse a todos esos cálculos, toda esa paciencia.
— ¿Tú sientes que eso es rebajarse?
—Yo no tengo moral.
— ¿Sinceramente crees que ella lo hace por moral?
—Pues sí, en un sentido. Tiene una actitud bien definida ante la vida, con la cual no transige: eso es lo que yo llamo una moral. Buscaba la plenitud: es el tipo de exigencia que siempre hemos estimado.
—Hay mucha abulia en su caso.
— ¿La abulia qué es? Una manera de encerrarse en el presente; sólo allí encuentra la plenitud. Si el presente no se da, ella se encierra en su rincón como un animal enfermo. Pero, sabes, cuando uno lleva la inercia hasta el punto a que ella la lleva, la palabra abulia ya no conviene, pues cobra una especie de poder. Ni tú ni yo tendríamos fuerzas para permanecer cuarenta y ocho horas en un cuarto sin ver a nadie y sin hacer nada.
—No digo que no.
—En compensación, cuando una cosa la conmueve, es sorprendente la manera en que puede gozar de ella; siento mi sangre tan pobre al lado de ella; por poco me sentiría humillado.
—Sería la primera vez en tu vida que conocerías la humildad.
—Le dije al irme que ella era una perla negra. Se encogió de hombros, pero lo creo de veras. Todo es tan puro en ella y tan violento.
— ¿Por qué negra?
—A causa de esa especie de perversidad que tiene. Por momentos parecería que es una necesidad en ella hacer el mal, hacerse daño y hacerse odiar. Es curioso, sabes, a menudo, cuando uno le dice que la estima, se encabrita, como si tuviera miedo; se siente encadenada por esa estima que uno le ofrece.
—No tarda mucho en sacudir sus cadenas.
—Hay mucha verdad en todo eso. A menudo siento algo patético en ella. Pero es imposible tener amistad con ella. Es de un egoísmo demasiado monstruoso; ni siquiera es que se prefiera a las demás personas, no tiene el más mínimo sentido de la existencia ajena.
—Sin embargo, te quiere mucho, y tú eres bastante dura con ella, ¿sabes?
—Es un amor que no es agradable. Me trata a la vez como un ídolo y como un felpudo. Quizá en el secreto de su alma contempla mi esencia con adoración; pero dispone con un desparpajo más bien desagradable de mi pobre persona de carne y hueso. Eso es muy comprensible; un ídolo nunca tiene hambre, ni sueño, ni le duele la cabeza; se le venera sin pedirle su opinión sobre el culto que se le rinde.
—Hay algo de cierto; pero vas a encontrarme parcial: a mí me conmueve su incapacidad de mantener relaciones humanas con la gente.
—Te encuentro un poco parcial
—Sabes, extraño un poco no dormir contigo.
Era aterrador. La frase acariciadora, el ademán tierno; ella ya no veía en ellos sino una intención de ser amable; no eran objetos plenos, no llegaban. Se estremeció. Era como un resorte que se había
soltado a pesar de ella. Y ahora que eso había empezado, se preguntaba si alguna vez la duda podría ser detenida.
—Que pases una noche agradable