La muchacha, entregada a su destino, resignada, desabrochó su pantalón y lo dejó deslizar, quedando al descubierto su magnífica parte trasera. Le dio un poco de pudor, por supuesto, pero ya nada podía hacer: la habían convencido.
Con un poco de titubeo, se inclinó sobre la superficie suavemente acolchada, boca abajo, ofreciendo su intimidad al destino que le esperaba. Cuando sintió los dedos expertos en su nalga suave y fresca, le dio un poco de miedo, pero cerró los ojos y esperó lo que venía.
Suavemente, al principio, y luego con firmeza, sintio que algo rígido se introducía en su cuerpo. Empezó a sentir dolor..ardor...pero clavó las uñas en el tapizado y ahogó un gemido.
Una eternidad..unos segundos...da igual, ya estaba hecho...hasta que intuyó, más que sentir, que esa cosa dura derramaba un liquido calido dentro su cuerpo.
Cuando sintió que eso se retiraba de ella, se alivió, aunque el ardor le siguio inquietando.
Volvió a ponerse los pantalones, enjugó una lágrima, y se marchó.
Y pensó: " La próxima vez, le pido que me de unas pastillas: la enema ya no la soporto..."
Mejor unas pastillas, sí.
ResponderEliminarUn abrazo.