martes, 22 de agosto de 2017

035: la niña que no sabía volar

— ¿Qué va a ser de nosotros?
Yo callaba.
— ¿Sabe?, cuando se marchó ayer, dejándome sola en esta habitación en plena tarde, me dije a mí misma que nunca más volvería a vivir algo así. Nunca más, ¿me oye? Nunca más…
Me vestí y salí. No sabía adónde ir. No quiero volver a vivir esto, no quiero volver a tumbarme con usted en una habitación y después verlo marchar. Es demasiado duro.
Le costaba articular.
—Me había prometido a mí misma no volver a vivir con un hombre que me hiciera daño. Creo que no me lo merezco, ¿comprende? No me lo merezco. Entonces por eso le pregunto: ¿qué va a ser de nosotros?
Yo no decía nada.
— ¿No dice usted nada? Me lo temía. ¿Y qué puede usted decir, de todas formas? ¿Qué puede usted hacer? Tiene a su mujer y a sus hijos. Y yo, ¿qué soy? No soy casi nada en su vida.
Vivo tan lejos… Tan lejos y de una forma tan extraña… No sé hacer nada como los demás. No tengo casa, ni muebles, ni gato, ni libro de cocina, ni proyectos. Yo que creía que era la más lista, que había comprendido la vida mejor que los demás, y me felicitaba por no haber caído en la trampa. Y ahora está usted aquí, y me siento totalmente perdida.
Ahora me gustaría asentarme un poco porque encuentro que con usted la vida es hermosa. Le dije que intentaría vivir sin usted… Lo intento, lo intento, pero no soy muy valiente, pienso en usted a todas horas. Así que se lo pregunto ahora, y tal vez por última vez, ¿qué piensa hacer conmigo?
—Amarla.
— ¿Pero qué más?
—Le prometo que nunca más la abandonaré en una habitación de hotel. Se lo prometo.
Y me di la vuelta para hundir mi rostro entre sus piernas.
— ¿Pero qué más?
—La amo. Sólo soy feliz con usted. Sólo la amo a usted. Yo… Yo… Confíe en mí.
Me soltó la cabeza y nuestra conversación murió ahí. La tomé con ternura, pero ella no se abandonaba, se dejaba hacer. Son dos cosas muy distintas…
 —No, no rompí, seguí tirándomela dulcemente, prometiéndole siempres y más adelantes.
— ¿De verdad?
—Sí.
— ¿Le hablaba como se habla en esas historias sórdidas?
—Sí.
— ¿Le pedía que tuviera paciencia y le prometía un montón de cosas?
—Sí.
— ¿Cómo hacía ella para soportar todo eso?
—No lo sé. De verdad, no lo sé…
— ¿Tal vez lo amaba?
—Tal vez.
Se terminó la copa de un trago.
—Tal vez sí… Tal vez…
—Es increíble…
— ¿El qué?
—Esta historia… Ver de qué depende… Es increíble.
—No, no es increíble, querida… No, no es increíble. Es la vida. Es la vida de casi todo el mundo.
Actuamos con doblez, nos las apañamos, tenemos siempre nuestra pequeña cobardía a nuestros pies como un perrito faldero. La acariciamos, la amaestramos, nos encariñamos con ella. Es la vida. Por un lado están los valientes, y por otro los que se acomodan. Es mucho menos cansado acomodarse…

4 comentarios:

  1. Si, acomodarse es más fácil cuando se nace cobarde.


    Un abrazo Chaly

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  2. Se dan casos así, y lo que hay que hacer en pensarse antes las cosas, y no meterse en jardines, que luego no sabes como salir. La cobardía se presenta de miles de formas distintas.

    Abrazo Chaly.

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  3. Es urgente aprender a volar cuanto antes, ¡pobrecilla!

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  4. Amoldamos la vida según nuestri caracter y valor, a veces se vive bien, otras es pura inquietud

    Besitos !

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