Gozosa descendió del avión, cruzo el
aeropuerto y tomo un taxi
Valeria buscó el portero eléctrico y
tocó el departamento de Paolo ubicado en el segundo piso.
Nada. Nadie respondió.
Paolo debería estar al volver del
trabajo… Y, ahora, ¿qué hacía?
Justo vio que un vecino joven abría la
reja y salía con su bicicleta.
-¿A qué piso vas?
-Voy al segundo
-Vas a lo de Giovanni… Acaba de salir
con su moto.
-¿¿Giovanni?? No, no, no. Voy a lo de
Paolo.
-¡¡Ah!! El padre. No sé si estará. El
otro hijo está en el colegio. Soy amigo de los chicos. Espera a Giovanni que
seguro vuelve enseguida y le preguntas.
Con la voz temblequeando Valeria se animó
a hacer una pregunta clave.
-Y… ¿la madre no está?
-¿La madre? No, no vive acá. ¿Quieres
esperarlo acá adentro en el jardín?
-Sí, muchas gracias.
Valeria se quedó parada.
Era una estatua en el medio del jardín.
Valeria intentaba pensar, desenmarañar
en su cabeza lo que acababa de escuchar… casi no respiraba. ¿Hijos? ¿Dos?
Levantó la vista y a través de la reja vio
llegar a Paolo.
Su Paolo.
Valeria lo miraba sin emitir sonido.
Paolo cerró la reja con el pie y avanzó
hacia la segunda puerta. Levantó la vista y ahí… la vio.
Su mirada pétrea congeló a Valeria más
de lo que ya estaba.
“Así que has venido…”, le dijo guardando
su sorpresa y sin sonrisa.
Y, en el segundo siguiente, ensayó una
mueca que imitaba un gesto de complacencia.
En ese preciso momento Valeria se
dio cuenta de que el hechizo de amor se había roto.
Él ya no era él.
El Príncipe Azul de las carteras Gucci
se había evaporado.
Ni ella era una novia enamorada cayendo
en los brazos de su amado.
La novela rosa de diez días atrás había
terminado.
“Nada
de lo que digas va a cambiar lo que yo pienso. Nada me va a alcanzar. Tienes
dos hijos grandes, con los que convivís, y jamás me hablaste de ellos, como si
no existieran… La vida que me contaste no es la que tienes. ¿Y vos decías que
te querías casar conmigo? Qué disparate”.
Su vida había explotado por los aires.
Todo era una gran mentira. Una
increíble e inmensa mentira.
No volvió a mirarlo.
Empezó a llorar una vez que atravesó las
rejas grises de la casa de Paolo
Menudo día de San Valentín.
ResponderEliminarUn abrazo.
divertido como siempre te perdes por tiempos te dejo un saludo y mis mejores deseos
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