jueves, 26 de septiembre de 2024

0889: la cinta roja

Llevaba una llave de la puerta. Entró con sigilo, estremeciéndose de placer, gozoso de la sorpresa que preparaba. Su mujer se había cerrado por dentro en su alcoba. ¡Qué fastidio! Entonces el señor Sacrement gritó, golpeando la puerta:

-¡Yo soy! ¡Juana!

Ella debió de sentir una impresión muy terrible, porque la oyó saltar de la cama y hablar en voz alta como cuando se padece una pesadilla. Luego, entró en su tocador, abriéndolo y cerrándolo precipitadamente, hizo muchas evoluciones por el cuarto, yendo y viniendo con los pies desnudos. Al fin, preguntó:

-¿De veras eres tú, Alejandro?

-Sí, mujer; yo soy. ¡Abre!

Abriose la puerta, y la mujer se arrojó en brazos del marido, balbuciendo:

-¡Ah! ¡Qué miedo! ¡Qué sorpresa! ¡Qué alegría!

El señor Sacrement, como de costumbre, comenzó a desnudarse metódicamente. Luego descubrió, sobre una silla, el abrigo que solía dejar en el perchero, y cogiéndolo, se quedó asombrado al ver lucir una cinta roja en el ojal de la solapa. Tartamudeó:

-Este… este…, este abrigo… ¡está… condecorado!

Su mujer, de un brinco, lanzose hacia él queriéndole quitar de las manos aquella prenda:

-No; deja; te equivocas… Dámelo.

Pero el señor Sacrement, teniéndolo bien agarrado, como un loco, repetía:

-¿Por qué? ¿Por qué? Tú lo sabes; ¿qué abrigo es éste? No es el mío, puesto que lleva la cinta de la Legión de Honor.

Ella procuraba por todos los medios arrancárselo, descompuesta y turbada:

-Óyeme… Atiéndeme… Déjalo… No me hagas hablar… Es un secreto… Un secreto…

Él, incomodándose, palidecía:

-¡Necesito saber qué hace aquí ese abrigo, que no es el mío!

La mujer, entonces, le dijo al oído:

-Sí… Calla…, júrame ser prudente… Escucha… ¡Sí!… ¡Estás condecorado!

Sacudiole de tal modo su emoción que, soltando el abrigo, fue a desplomarse sobre un sofá.

-Que yo estoy… ¿Dices que… me han condecorado?

-Sí… Es un secreto… Un secreto.

Entre tanto, guardaba el abrigo en un armario, bajo llave, y volviéndose hacia su marido, temblorosa y pálida, prosiguió:

-Sí; es un abrigo que te mandé hacer para sorprenderte. Pero había jurado no decirte nada. Tu nombramiento no será oficial hasta que pase un mes o mes y medio, cuando termines tu comisión histórica. No debía decírtelo hasta entonces. El diputado Rosselin ha obtenido para ti ese honor.

El señor Sacrement, desfallecido, balbuceó:

-Rosselin… Rosselin… Condecorado… Me ha condecorado… A mí…, él… ¡Ah!

Tuvo que beber agua para calmarse.

Una tarjeta yacía en el suelo. El señor Sacrement la recogió, leyendo en ella:

Armando Rosselin Diputado

-¡Lo estás viendo! ¡Inocente! -dijo la mujer. Entonces él rompió a llorar de alegría.

Y a la semana siguiente anunciaba el Diario Oficial que el señor Sacrement era nombrado caballero de la Legión de Honor, en virtud de los servicios excepcionales prestados por él mismo.


Guy de Maupassant

 

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