Seguramente ya lo dije, probablemente lo escribí. Una de las grandes líneas divisorias entre las personas se da entre quienes tienen una mayor inclinación hacia el pasado y los que, por el contrario, tienden a mirar hacia el futuro.
En mi caso, todo lo que tiene que ver con el ayer (no solamente mi ayer sino el mundo de ayer) me interesa más que aventurarme en el porvenir y no es que me resulte indiferente hacia dónde va la humanidad, que es algo que me importa y mucho. Pero en términos de arte, de creación, de literatura pero sobre todo de mi presente, lo que me atrae y me resulta magnético es de dónde venimos y lo que vamos dejando atrás.
Me pasa desde siempre, pero creo que se acentuó con los años. La clave tal vez está en esta frase de Magalí Etchebarne, a propósito de la relación entre la vejez y la memoria. “Pienso que, a medida que crecés, lo que más tenés por delante en realidad es pasado”
Ese “a medida que crecés, lo que más tenés por delante es pasado” no es un trabalenguas, es el horizonte que se nos revela cuando lo que queda por vivir es mucho menos que lo que ya vivimos.
Es de noche, hay brisa fresca de otoño y me ajusto el abrigo y la chalina; camino por un callejón empedrado y sombrío pero estoy bien, no tengo miedo. Sé que estoy en una ciudad europea aunque no termino de darme cuenta de cuál. No estoy sola, me acompañan otras personas; diría que son mujeres por el ruido de los tacones sobre las hojas secas y por el modo en que nos reímos y hablamos, no a los gritos, pero sí en voz alta. Son (somos) tres o cuatro voces altas en eco...
Por esa callecita y entre risas estamos llegando a una esquina en escuadra. Ahí nomás se ve la avenida y la luz que avanza sobre nosotras, igual que el ruido de los autos y los buses, que comienza a tapar nuestras voces. Dije que es de noche, pero tal vez es el final de la tarde: algunos locales están bajando sus persianas. Sé, no sé bien por qué, que estamos buscando un lugar para cenar. Sé, tampoco sé bien por qué, que venimos de una actividad que tiene que ver con el trabajo y que salimos con ánimo de seguir la jornada así, juntas. En realidad no es que lo sé, es algo que siento. Por eso necesito saber quiénes están conmigo, dónde estoy, cuándo pasó eso que toma mi mente con frecuencia durante el momento de la relajación final en mis clases de yoga con Eli, mi profe adorada.
Es una curiosidad infinita que me abruma, no tengo claro si me angustia porque esa escena me hace bien, me emociona, me dan ganas de regresar, de estar ahí mismo. Durante mucho tiempo hice esfuerzos por recordar de dónde venía ese flash. Me preguntaba además por qué ese momento, por qué esa caminata quién sabe desde dónde y hacia dónde. Por qué tanta precisión en algunos detalles (la brisa fresca, el callejón en escuadra, las voces, el ruido de los tacos sobre las hojas, la luz de la avenida) y por qué la nebulosa con el resto: quiénes me acompañan, qué estamos haciendo ahí y cuándo fue que viví algo así, que ni siquiera parece haber sido un momento clave en mi vida y que, sin embargo, retorna en oleadas cuando estoy conscientemente relajada.
Pero lo que me pregunto, sobre todo, es por qué es eso lo que recuerdo cada vez que termino mis clases; por qué eso y no otra cosa.
Por Maria Teresa de los Angeles
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