sábado, 16 de diciembre de 2017

0111: Merceditas

El aire se vuelve tan denso que parece haber neblina. Lentamente, extiendo la mano hasta alcanzar el suave borde del lazo de seda brillante. Al hacerlo, apenas le rozo el pecho. Y, entonces, sin apartar mis ojos de los suyos, tiro poco a poco de uno de las puntas. La tela corre con suavidad hasta que el nudo se deshace y el botón del cuello de su camisa queda al descubierto y, en ese preciso instante, siento revolotear su mano, bajo la mesa, como un pajarillo y una uña larga se desliza un instante sobre mi dolorido bulto. Estoy a punto de gritar, pero el grito queda reducido a un escalofrío y ella, con calma, me aconseja pedir un taxi.
Y así es como empezó todo. La llevé a su precioso apartamento e hicimos el amor sobre unas acogedoras alfombras. Me abalancé sobre ella en el preciso instante que corría el cerrojo de la puerta, con una mano le alcé la falda mientras con la otra le bajaba la braga. Muy suave. Llegué a eyacular como un relámpago. Y, después, yací sobre ella contemplando la habitación y empecé a ponderar, con la misma ociosidad, qué cojones estaba haciendo con mi vida y concretamente con aquella vida en la que el momento culminante de una pasión tan arduamente cultivada pasaba tan deprisa que apenas podía creer que había sucedido. Pero no tuve mucho tiempo para pensar porque, en seguida, me sirvió una copa y pasamos a su dormitorio para entonces, ya estaba otra vez en forma y, al tumbarme sobre ella, supe que estaba perdido.

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