domingo, 17 de diciembre de 2017

0112: memorias

Pensó si hubiese estado en el ejército… Pero, sin duda, no le habría gustado el ejército. ¡La disciplina! Suponía que habría tenido que aceptar la disciplina: es lo que debía hacer un hombre, no por miedo a las consecuencias… Aunque los oficiales del ejército le parecían patéticos. Chillaban y farfullaban para hacer que los hombres saltaran con rapidez, y después de esfuerzos furiosos lo conseguían. Pero ahí acababa todo… La mirada exacta, la observación precisa; era un trabajo de hombre.
El único trabajo digno de un hombre. ¿Por qué, entonces, los artistas eran blandos y afeminados, y no lo bastante hombres; y en cambio el oficial del ejército, que tenía la mentalidad inexacta del maestro de escuela, era un hombre viril? ¡Un hombre viril, hasta que se convertía en una vieja!
¿Y los burócratas? Engordaban y se volvían fofos, o flacos y nervudos. Hacían un trabajo de hombres, observaciones exactas: número de devolución 17642, con cifras exactas.
Y aun así se ponían histéricos: corrían por los pasillos mientras preguntaban con voces agudas de eunucos quejosos por qué el formulario nueve mil dos no estaba listo. Sin embargo, a los hombres les gustaba la vida burocrática: por ejemplo, Mertens… Quince años mayor que él, un tipo aburrido, rígido, atezado. Iba a su despacho de funcionario cuando le apetecía: era un hombre demasiado bueno para que ninguna administración lo despreciara…
Heredero de la hacienda Machareti, ¿qué sería del lugar en manos de aquel aburrido…? Sin duda lo alquilaría y seguiría yendo a Monteagudo a las carreras de caballos —donde nunca apostaba— y a Muyupampa, donde se decía de él que era indispensable… ¿Por qué indispensable? ¿Por qué, en nombre de Dios? ¡Ese aburrido que nunca había ido de cacería, nunca había disparado arma alguna, no distinguía un toro de un buey! Un hombre sensato, el arquetipo del hombre sensato. Nadie había mirado nunca a Mertens moviendo la cabeza para decir: ¡Es usted brillante! ¡Brillante! ¡Ese muermo! No, ¡el indispensable era él! ¡Por mi alma!, esa chica de ahí abajo es la única persona inteligente con la que me he topado en muchos años. Un poco afectada a veces, pero muy inteligente y con un acento peculiar de vez en cuando. Y si hacía falta en algún sitio, ¡ahí estaría! De buena raza, por supuesto, ¡por ambas partes! En todo caso, ella e Ivana eran las dos únicas personas con las que se había topado en muchos años a las que pudiera respetar: a la una por su absoluta eficacia a la hora de matar; a la otra por su deseo constructivo y por saber cómo ponerlo en práctica. ¡Matar o curar! Si querías matar algo, podías acudir a Ivana con la seguridad de que lo mataría: una emoción, una esperanza, un ideal; lo mataría rápidamente y sin dudarlo. Si querías conservar algo con vida podías acudir a Verónica y seguro que se le ocurría cómo hacerlo… Los dos tipos de personalidad: ¡enemigo implacable, compañero fiable…, daga, escudo!
¿Sería posible que el futuro les perteneciera a las mujeres? ¿Por qué no?
Hacía años que no había conocido a ningún hombre al que no hubiera tenido que hablarle como si fuese un niño pequeño, igual que le había hablado al general Campos o al doctor López…, igual que le hablaba siempre a Cristian. Y a todos los tipos que se cruzaban en su camino…
Pero ¿por qué habría nacido para ser una especie de lobo apartado de la manada? Ni artista, ni soldado, ni burócrata, ni desde luego indispensable en ninguna parte; en apariencia, ni siquiera sensato a los ojos de aquellos torpes especialistas. Un observador preciso…

3 comentarios:

  1. El lobo solitario nunca sobrevive a la manada, ese es el chiste.

    Saludos,

    J.

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  2. ¡Ay! si las mujeres estuvieran más presentes en TODO...

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  3. Pena que aún haya que hacerse esa pregunta: ¿Sería posible que el futuro les perteneciera a las mujeres? ¿Por qué no?

    Ser un lobo solitario alejado de la manada es un sentimiento no un hecho, nadie al final te deja de verdad alejarte de la manada, te quieren controlado aunque no encajes.

    Besos

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