miércoles, 5 de diciembre de 2018

0298: ¿fornicatrix? ¿Y por qué no adultrix?


Obligó a su imaginación a reconocer que, hacía ahora dos años, había tenido una aventura. Tampoco tenía nada de malo. Cualquier, entre cuarentaicuatro y cincuentaiocho había tenido alguna aventura, aunque fuese sólo en un salón de té que, todas las tardes, durante una semana, la hubiese mirado con insolencia por encima de un trozo de pastel… Y luego hubiese desaparecido… Pero tenía que haber tenido al menos la posibilidad de vivir una aventura o no podría seguir siendo profesora, secretaria o una pasante respetable. Lo arrinconaba en el fondo de su memoria y, los domingos por la mañana, volvía a sacarlo y hacías castillos en el aire pensando que era una heroína que se paseaba al son de la pandereta y levantaba miradas encendidas… ¡O algo por el estilo! Bueno, ¡el caso es que había tenido una aventura con aquel ser honesto y sencillo! Tan inefablemente bueno… La típica criatura inmóvil e indefensa a la que no debería haber tentado. Había sido como pescar en un barril, porque tenía una esposa que siempre aparecía en las revistas mientras él se quedaba en casa con sus libros o iba a tomar el té con su adorable, estupenda y despistada madre. De modo que una mujer lo había tentado y él había picado… No, ¡no había picado el anzuelo! Pero ¿por qué…? ¿Por lo bueno que era? Probablemente. ¿O tal vez porque…? ¡Era una idea intolerable que guardaba junto al material para construir los castillos en el aire! ¿No habría sido porque sólo le había inspirado indiferencia? Habían orbitado el uno en torno al otro en diversas reuniones, o, más bien, él había orbitado en torno a ella, pues en las fiestas de Edith, ella siempre se quedaba sentada, como una estrella fija. En cambio él se paseaba por el salón contemplando los lomos de los libros, le hablaba de vez en cuando con gran autoridad a algún invitado y siempre acababa por acercarse a donde ella estaba y decirle alguna trivialidad…

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