—Siento remordimientos.
— ¡Remordimientos! ¿Y por
qué?
— Debía haberlo narrado que
el otro día cuando salimos nos siguió un hombre. ¿No recuerdas? Aquel espigado
mozo.
—¿Y á-qué contarle esas
cosas, niña? ¿Para qué preocuparlo, mas? Y a vos ¿os rechina ese seguidor?
— ¡Rechinarle yo! ¡Oh!
no... Mas al contrario; desde que le vi, nada puede rechinarme... Me parece un
poco más alto que todos. ¡Altivo como un eucalipto!...
—Una buena cara,
realmente.
—Un hombre así debe
ser...
—Un amable seductor.
—Sus ojos hablan de un gran
corazón.
—Cierto, un corazón descomunal.
—Valiente.
—Extraordinario.
—Y sin embargo,
bondadoso.
—Tierno.
— Generoso.
—Magnífico.
—Me gusta mucho.
— Sus larguras son sin
igual. ¡Sus ojos... su frente, su nariz!
—Te agradezco que tanto
le alabes.
— ¡Pues no! Un corazón gigantesco...
piadoso... tierno... animoso... magnánimo. Es un gran señor...
— Pues yo no quisiera que
fuera señor; sino un pobre estudiante de economía... me amaría más.
—Es posible, después de
todo, si así lo prefieres.
— Cuando no le veo, estoy
triste. Creí el otro día en el mercado me iba a hablar, y tripas se me
enrollaron. De día y de noche pienso en él. Por su parte, el amor que me tiene
le absorbe... Estoy cierta de que lleva mi imagen grabada en su cerebro. Es un
hombre así, y bien se le conoce: las demás mujeres le son indiferentes; para él
no hay juegos ni diversiones... no piensa más que en mí.
—Lo juraría por mis
cuernos.
Mucho juramento es ese. :)
ResponderEliminarUn abrazo.
Jajaja
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