Para muestra basta un botón, afirmaban nuestros padres y
abuelos. En este caso nos permitiremos dos muestras.
La primera tiene como protagonista a un amigo, poeta, a quien
reconocemos una singular capacidad de ironía. 71 años de edad, de barba
blanca bien recortada, pipa en mano (aunque no la encienda), traje y corbata.
El hombre va al sanatorio para retirar los estudios que se ha
hecho su esposa, Clodomira Dorotéa. Presenta a la recepcionista el cupón
pertinente y solicita la entrega de los análisis. Quien lo atiende, pregunta:
"¿Usted qué es de Clodomira Dorotéa?" Pregunta pertinente toda vez
que estos temas son privados y no se pueden dar a cualquiera por más que tenga
el cupón en mano. Mi amigo - recuerden que la ironía le sale a flor de piel-
mira fijo a los ojos de la recepcionista, frunce su ceño y con énfasis,
responde: "¡Yo soy, Clodomira Dorotéa!" Por toda respuesta recibe un:
"Disculpe usted, señora. Ya se los traigo." Cosa que ocurre en un par
de minutos con un "Aquí tiene sus estudios señora. Buenas tardes".
Mi amigo, que ahora sonríe, explica que lo suyo fue una
humorada. La empleada le responde: "Pasa que tenemos órdenes de no
discutirle a ninguna persona sobre esto. No queremos problemas con nadie, ni
con la Justicia. Nada. Usted me dice que es Clodomira Dorotéa, yo se lo concedo
y listo".
Allí se fue el poeta, estudios de su esposa bajo el brazo,
analizando lo sucedido.
La segunda situación tiene como protagonista a un peatón (de
unos 65 años) y la conductora de un auto. Sucede en la esquina tranquila
de un barrio. El hombre caminando despacio va cruzando una esquina y, de
repente, surge un auto que dobla. El señor duda, avanza unos pasos, retrocede
otros. La conductora frena el auto del cual se oye: "Viejo bobo,
aprenda a cruzar."
El peatón llega a la vereda. Algunas personas se acercan. La
conductora sale del vehículo rengueando. Le preguntan si está bien. "Claro
que estoy bien, lo que pasa es que soy discapacitada", es su categórica
respuesta.
Imposible no analizar lo sucedido. Una persona discapacitada,
que tiene una pierna con la que no puede caminar bien, alguien que debiera
conocer mejor que ninguna otra lo que es moverse con impedimentos, es la que
-sin titubeos- ha tildado de "viejo" y de "bobo" a ese
señor que no atinaba a tomar una decisión definitiva sobre cómo moverse en la
calle ante la inesperada aparición del auto que doblaba casi sin disminuir su
velocidad. Alguien "bobo" es discapacitado. La "vejez"
es el recorrido temporal que va llevando de una incapacidad a otra.
De allí la
tradicional expresión de "la crueldad de la vejez". Empero, esa
señora no pudo advertir la discapacidad del otro.
Esta es la sociedad que estamos construyendo. Vertiginosa en
cambios. Transformaciones sin tiempos a la instalación de los mismos,
comprensión psicosocial de ellos ni normativas mínimamente precisas.
Si algo puede asegurarse es que -en estos tiempos- la
confusión es clarísima. Dependerá de cada uno de nosotros y de la
comunidad en general conseguir la manera adecuada de encontrar las justas
proporciones en estas -de por sí- inevitables transformaciones.
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