- Abuelita, ¿cómo
se hace un Falso Conejo?
Pero doña Justina Flores
cuenta, antes, cómo se hace un Conejo Verdadero.
- Aprendí eso primero.
Recuerda cómo su madre,
en su pueblo, Santiago de Taca, agarró el cuy, le rebanó el pescuezo, dejó que
la sangre del animal regara el suelo y luego, tomándolo por la cabeza, lo
introdujo en la olla de agua hirviente para después, con hábiles manos y de un
solo tirón, una caricia precisa a todo el cuerpo del conejo, le quitara todo el
pelo, dejando expuesta su suave piel blanca.
“Mi mamá me dio otro
conejo, lo metí en la olla, intenté quitarle los pelos, pero no podía, solo me
quemaba, la piel se puso dura y era difícil limpiarlo. Estuve todo el día así”,
ríe, “después solo se me ocurrió quemar los pelitos en el fogón como
haciéndolos desaparecer, pero el sabor ya no era el mismo”.
Era una niña de 10 años
–corría 1953– cuando hizo su primer Conejo Verdadero. Antes ya había hecho
hervir habas, arvejas y choclos para comer con queso cuando salía a pastear las
vacas. “En el campo es así; quien no trabaja, no come”
“Después de pelarlo, al
conejo hay que sacarle las tripas con el mismo cuchillo. Luego, en otra olla,
sobre otro fogón, en la que hay agua con cola verde de cebolla, hay que hacerle
dar un hervor. La harina es cara y, por eso, en el campo, se muele maíz blanco
en un batán, se cierne y con eso se apana el conejo antes de meterlo en la olla
en la que hay manteca de cerdo para freírlo. Una vez frito, hay que ponerlo en
el guiso y se acompaña con chuño rebosado con huevo, papas hervidas, arrocito o
fideo graneado, una sarsa de tomate con cebolla y locoto picado. Es un plato
para días especiales”.
Para hacer el guiso se
debe retostar, sobre aceite o manteca, cebolla picada en cuadraditos, ají
colorado “o amarillo, como sea el gusto, o sibarita”. Después, se le añade un
poco de agua caliente, habas y arvejas. Se deja cocer un poco. Mientras tanto,
hay que aderezar con ajo, comino, pimienta, perejil y orégano. Allí se deja
reposar el conejo frito por unos minutos para que adopte el sabor. Se sirve
acompañado con el mismo guiso.
“Para el Falso Conejo es
igual, solo que sin conejo. Me enseñó a hacerlo la señora Ninfa Uría, en su
hacienda”.
A sus 14 años, cansada
del maltrato que sufría por parte de su madre y su padrastro, mi abuela huyó y
encontró trabajo en Ocobaya, en Los Yungas. Allí había otras tres jovencitas
con las que compartía labores: “Limpiar la huerta, sembrar yuca, walusa;
plantar naranja o plátano, cosechar coca, cocinar. La señora era buena con la
gente, por eso conservó su hacienda luego del 52”, recuerda.
El Falso Conejo solo
reemplaza la carne; se usa pulpa de res sopada en una mezcla de harina y pan
molido que luego será machucada en la piedra del batán hasta quedar suave.
“Todo lo demás es igual
al Conejo Verdadero, menos el hervor en el agua con cola de cebolla”, y añade,
sonriendo: “Me sirvió cocinar mal un conejo, porque así pude hacer un Verdadero
Falso Conejo”.
Rodrigo Urquiola es escritor. Autor de cinco libros y ganador de varios
premios literarios. Su mayor bien material es su biblioteca. Sin la ayuda de
Justina, su abuela, estaría muerto o no podría escribir, que al final es lo
mismo.
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