viernes, 26 de octubre de 2018

0280: las señoritas Hurtado

- Ese muchacho quiere ser nuestro amigo.
- ¡Amigo! A su edad no se busca amigas. En todo caso se busca amantes.
- Y bien, sí. Una amante. No soy tan vieja, después de todo.
- ¿Perdiste el juicio? ¿Qué disparates estás diciendo?
- Ningún disparate. Ese muchacho quiere relacionarse con nosotras. Al menos con una de las dos.  Y ya sabes con cuál.  Soy la más joven, no lo olvides.
- Me pregunto si no te has vuelto loca.
- Quizá. Pero esta vez no podrás impedírmelo.
- ¿Impedirte qué?
- Lo sabes de sobra, toda la vida lo hiciste. Dentro de unos minutos, vendrá aquí.
- ¿Le abrirás la puerta?
- Por supuesto.
- ¿Y si no es a ti a quien viene a visitar?
- Eso lo veremos.
- Tu enamorado no se decide. Es tímido, por lo visto. No quise ofenderte. Pero no me negarás que la conducta de ese joven es muy extraña.
Leonor no respondió. Y para que Ester no creyese que estaba dormida encendió el velador, miró la hora en el reloj sobre la mesita de luz y volvió a apagar el velador. Seguía sin desvestirse.
Después Ester insistió:
- No te hagas ilusiones. Esa clase de hombres no es para nosotras.
Leonor no respondió. No habló una sola palabra durante el día siguiente. Tenía una expresión ultrajada y los ojos violentos. Por la tarde les llegó la noticia: el inquilino del sexto piso se había mudado esa mañana.
Ahora podrán dormir tranquilas. Pasó el peligro.

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