Para los que vivieron en
una burbuja es difícil sostener la existencia de un año, cuando lo único
importante fue defender la vida frente a la muerte. A nadie le importaba si era
lunes o domingo.
Un año que se pasó entre
desayuno, almuerzo, cena, cama y preocupación parece un texto que describe una
sociedad distópica.
El 2020 nos deja un lodazal
de incertidumbres y un mar de enseñanzas.
La pandemia dejó al
descubierto la debilidad del sistema basado en el mercado.
La pandemia -mejor que un
experto- demostró que, sobre todo, la salud en manos del mercado no
funciona.
El nacionalismo de los
muertos se expresó a través de medir la capacidad de resistencia nacional, el
objetivo parecía ser tener la menor cantidad de muertos. Un conteo macabro.
Cada país tiene su método
de medición lo que hace imposible comparar. Países sin prensa ni instituciones
libres suelen alterar sus estadísticas.
El método para combatir
la pandemia no fue uniforme, sin embargo, hubo similitudes, probablemente
Suecia fue la excepción. Al ser la irregularidad, Suecia fue el país más
golpeado por el nacionalismo de los otros, se magnificaron los errores y se
minimizaron los aciertos.
Pero, también hubo un
nacionalismo interno, “nuestro método es el mejor”. Las críticas llegaron con
la segunda ola.
El nuevo año no llega con
soluciones, llega con preguntas. Y, no ha eliminado el miedo.
Creer que la vacuna es la
solución es una simpleza porque no implica la eliminación del virus.
La gente tendrá que
acostumbrarse a coexistir con la Covid-19 y ello implica hacer permanentes
algunos de los resguardos como lavarse las manos con más frecuencia, la
distancia social, evitar aglomeraciones y el barbijo cobrará ciudadanía
mundial.
El miedo sigue gobernando
nuestro comportamiento, no ha reculado.
La pandemia dejó al
descubierto la debilidad del sistema basado en el mercado. La pandemia -mejor
que un experto- demostró que, sobre todo, la salud en manos del mercado no
funciona.
Hasta los gobiernos más
ortodoxos en términos liberales tuvieron que salir a socorrer empresas y a dar
protección social y económica a las víctimas de la mercadización sobre todo en
los sectores de la salud y la asistencia social.
Como siempre hay
optimistas que pensaron que la pandemia iba a ser el punto de partida de un
cambio radical. Más empatía, solidaridad, igualdad, etc. pero el miedo no es
acelerador de cambios es freno, es conservador y reaccionario.
Si antes el mundo se
dividía entre capitalismo y comunismo hoy el mundo se divide entre “los que
tienen miedo y los que tienen bronca”
Los que tiene miedo ya
estaban prisioneros de su miedo antes de la pandemia, no otra cosa implica
vivir rodeados de murallas, con policías privados y escuelas exclusivas. O con
policías fronterizas multinacionales que actúan de guardianes de muros legales.
Los que tienen bronca
tampoco son producto de la pandemia. La bronca y la furia tenía expresiones que
van desde la delincuencia hasta la curiosidad de ver que hay detrás los muros,
pero, el sólo hecho de pasar por encima de ellos, aunque sea por curiosidad,
los convierte en delincuentes.
La paradoja que nos
dejará la pandemia es la unidad de contrarios. Los que tienen miedo y los que
tienen bronca están dispuestos a perder su libertad por un gramo de salud y
algunos centímetros de vida, por eso me temo que voten en las próximas
elecciones por soluciones autoritarias y dictatoriales.
El periodismo profesional,
es el que nos permitirá el debate para abrir el diafragma cerebral apuntando
los peligros de las soluciones autoritarias y antidemocráticas.
Y… para cumplir con la
tradición: ¡Feliz año nuevo!
¡¡¡Chapeau!!!
ResponderEliminarNo te conocía esta faceta, pero me ha gustado.
Un abrazo