Año de mil novecientos,
trienta y cinco que pasó
cuando estaba más contenta,
Rosita Alvírez murió.
Su mamá se lo decía:
Rosa, esta noche no sales;
mamá no tengo la culpa,
que a mí me gusten los bailes.
Llegó Hipólito a ese baile,
y a Rosa se dirigió
como era la mas bonita,
Rosita lo desairó.
Rosa, a mí no me desaires,
la gente lo va a notar;
a mí no me importa nada,
contigo no he de bailar.
Echó mano a la cintura,
y una pistola sacó
y a la pobre de Rosita,
nomás tres tiros le dió.
Su mamá se lo decía:
por andar de pizpireta;
se te ha de llegar el día,
en que te toque tu fiesta.
Rosita le dice a Irene,
no te olvides de mi nombre;
cuando vayas a los bailes,
no desprecies a los hombres.
El día que la mataron,
Rosita estaba de suerte;
de tres tiros que le dieron,
nomás uno era de muerte.
Rosita ya está en el cielo,
dándole cuenta al creador;
Hipólito está en la cárcel,
dando su declaración.
Pobre Rosita.
ResponderEliminarUn abrazo.
Los Hipólitos en pleno siglo veintiuno
ResponderEliminarcontinúan existiendo sin temor
y las Rositas con tanto infortunio
entregan su vida de tanto valor.
Abrazos Chaly
Pobrecita Rosa. Feliz domingo
ResponderEliminarHipólito está en lugar que debía lastima que de los 3 tiros a Rosita le hirió el corazón.
ResponderEliminarTriste corrido.
Un abrazo, Chaly.
Y la historia continúa en pleno siglo XXI... AINSSS...
ResponderEliminarUn abrazo.
Pero no bailó con él.
ResponderEliminarSAludos.