El amor romántico es la mayor ilusión colectiva de la historia, una estafa más o menos orquestada de la que todos los humanos, sin excepción, somos víctimas involuntarias. Y no estoy hablando de tener pareja. Me refiero al concepto idealizado de amor romántico y a toda esa parafernalia que han montado alrededor. Chico conoce chica (o viceversa), chico y chica se enamoran, discuten, rompen, se reconcilian, beso, música, funde a negro, títulos de crédito. Lo has visto millones de veces. Has crecido con ellas.
Salvo que tus padres te abandonaran en la selva nada
más nacer y te hayas criado entre babuinos, esas imágenes forman parte de tu
educación sentimental. ¿Y sabes qué?, no hay nada que puedas hacer para
borrarlas de tu subconsciente. Están ahí, incrustadas en lo más profundo de tu
hipocampo, como la tabla del 2 o la capital de Francia.
La culpa, o buena parte de ella, la tiene esa fábrica
de expectativas irreales al por mayor llamada Hollywood. Aunque no siempre fue
así. En sus orígenes, la industria de las películas se limitaba a contar
historias tan simples que rozaban la idiocia: jardineros que se mojaban con sus
propias mangueras, obreros que se caían de los andamios…
Una frase que acabaría convirtiéndose en la más
repetida de la historia del cine y quién sabe si también de la historia de la
humanidad:
I love you.
Aquello fue un verdadero bombazo. La gente se apiñaba
en las puertas de los cinematógrafos para ver a sus estrellas favoritas
diciéndose esas tres palabras, en exactamente ese orden, una y otra vez. Daba
igual cuántas veces lo oyeran, nunca tenían suficiente. El público de todo el
mundo se había convertido en un ejército de yonquis enganchados a su dosis
semanal de romance.
Fue más o menos por aquella época cuando se reinventó
el beso. Hasta aquel momento la gente se limitaba a unir sus labios y
permanecer en esa posición unos cuantos segundos. Los más lanzados se atrevían
con la exploración bucodental, lengua contra lengua, por turnos o al mismo
tiempo. Pero entonces Hollywood decidió que aquello no era suficiente. Era
demasiado sutil, demasiado pequeño para sus pantallas gigantescas. Había que
darle un buen chute de épica al ósculo de toda la vida, supervitaminarlo y
llevarlo a una nueva dimensión. El beso se había quedado viejo y era imperioso
adaptarlo a las exigencias de los consumidores contemporáneos.
Los actores y actrices empezaron a besarse de una
manera absurdamente barroca, casi coreográfica, mano a la nuca y cabeza
torcida. Contra todo pronóstico, aquella contorsión apenas viable desde un
punto de vista cervical caló en la audiencia. Tanto caló, de hecho, que
adolescentes de todo el mundo siguen intentando imitar esos besos sin saber que
la fisionomía humana, sencillamente, no permite adoptar semejante postura y
disfrutar al mismo tiempo.
Añade a eso un violín de fondo, o dos, o doscientos,
un decorado en semipenumbra y, por qué no, un poco de lluvia en el momento del
clímax. Bátelo todo, y ahí lo tienes: una bonita historia de amor idéntica a
todas las demás.
En cierto modo, es normal que fantaseemos con ello.
¿Cómo vas a resistirte a algo así? Te levantas a las siete, la caldera no se
enciende, te ha salido otra cana, tu jefe sigue siendo un imbécil y la reunión
de las diez resulta que era a las nueve y ya llegas tarde. ¿Cómo no soñar con
violines y besos sin fin en paisajes exóticos? ¿Acaso no te lo debe el cosmos?
No es el amor lo que mueve el mundo, sino la ilusión de vivirlo como en una película.
Eso, está claro, solo puede provocar frustración, pero
estamos en Occidente, donde cada cual tiene derecho a frustrarse como mejor le
parezca. Todo el mundo sabe que esas historias son irreales, lo sabemos y lo
ignoramos al mismo tiempo, porque es así como funciona el placebo. Crecemos y
envejecemos aferrados a una fantasía romántica porque necesitamos creer que hay
algo más allá del Outlook y los diez minutos, nueve ya, para el café con
sacarina. Algo mejor y más hermoso que las caras largas y cenizas de la gente
que ves cada día en el metro, mes tras mes, año tras año, y a las que no
saludas porque ellas no te saludan a ti. Algo más excitante que el pollo a la
plancha con ensalada y la clase semanal de pilates.
No hay una sola persona que no aspire a esa fantasía,
pública o secretamente. Pero el tiempo pasa, el pelo empieza a caerse, la carne
empieza a aflojarse, y, tarde o temprano, todo el mundo se ve obligado a
afrontar La Pregunta: «¿Cuánto estoy dispuesto a esperar antes de escuchar los
violines?». En otras palabras: «¿Cuánto tiempo más voy a creerme la mentira
antes de admitir que la vida es mucho más prosaica y aburrida que ese pastiche
romántico que llevo consumiendo desde la infancia?». Cumples veinte años, y
sientes que tienes toda la vida por delante. Cumples treinta, y surgen las
dudas. Cumples cuarenta, y compras Orfidal.
Empiezas a plantearte que quizá seas demasiado
exigente, que tienes que modular tus aspiraciones románticas, que quizá
deberías ser un poco realista. Pruebas con una de esas redes sociales, sales
con varias personas, pero todas te parecen o muy tristes o muy psicóticas, así
que acabas desinstalando la aplicación del teléfono. Y entonces, una mañana, te
quedas mirando a esa persona de la oficina, esa que lleva ahí toda la vida, y
piensas: «No sé, quizá podría envejecer a su lado». Bueno, ¿y por qué no? No
suenan violines cuando la miras, eso es verdad, pero la vida es finita y ella
(o él) tampoco está tan mal. No fuma y de vez en cuando te hace reír. No mucho,
cierto, pero no estás buscando un humorista, sino algo relativamente caliente
que abrazar por las noches. Alguien que te acompañe al hospital a por esos
resultados, que te diga «hay más trabajos» cuando te quedes en la calle, que confíe
en ti o lo finja muy bien cuando ni tú mismo confías ya.
Las historias de amor del mundo real son al
romanticismo de Hollywood lo que las pistas de esquí de los centros comerciales
son al Everest. Por supuesto que querrías escalar el monte más alto del mundo,
¿a quién no le gustaría experimentar algo así? Pero está muy lejos, tú andas
muy liado y, qué demonios, esa nieve artificial está muy conseguida. La
experiencia no puede ser muy diferente, ¿no? ¿No? Con esto no quiero decir que
Hollywood tenga la culpa de todos los problemas emocionales de la población mundial.
No soy tan ingenuo. Únicamente estoy exagerando con fines dramáticos. Soy
escritor, se supone que tengo que dramatizar. Lo cierto es que el cine solo ha
democratizado una fantasía que arrastramos desde… En fin, no sé, desde siempre,
supongo. Si echas un ojo a la Historia, con hache mayúscula, encontrarás un
montón de casos de personas, personas inteligentes incluso, que se pegaron
contra ese mismo muro de irrealidad. Beethoven, por ejemplo, que se presupone
un tío serio, dedicó su obra más famosa a una mujer. Para Elisa, seguro que te
suena, la compuso para una alumna suya. Debió de pensar que, si le dedicaba una
obra maestra, a lo mejor ella le invitaba a un café o a una cerveza o a eso que
estás pensando..
El amor romántico, en definitiva, no deja de ser una
forma de evasión. Un entretenimiento, como los concursos de la tele o los
sudokus, solo que mucho más sofisticado y, por eso mismo, también más
entretenido. Matamos el tiempo enamorándonos y rompiendo, sumiéndonos en la
tristeza y recuperando la esperanza únicamente para abstraernos de la enorme
cantidad de problemas reales que nos esperan ahí fuera. Nos amamos para no
enfrentarnos a lo absolutamente incomprensible que resulta lo demás.
Beethoven, por cierto, acabó muriendo en la miseria. Y
solo.
José A. Pérez
Ledo, 2016
Hooombre! algo de razón tiene, pero como dice él mismo, es un tanto exagerado suponer que hasta que no proyectaron en el cine un beso , nadie sintió nada más allá de juntar labio contra labio. Lo que sí es cierto es que la imagen edulcorada, a veces incluso ñoña del amor romántico con el que nos ha bombradeado el cine a lo largo de su historia, es algo así como el mundo de Disney y la realidad, sin embargo, está claro que el autor de este texto es un excéptico porque no ha tenido suerte, suele pasar que cada uno habla de la feria según le va en ella, tendría que leer a Rayuela para saber cómo es un beso en condiciones ; )
ResponderEliminarMuchas gracias y un abrazo o mira, un beso, pero de moflete ; )
Todo está tan mezclado en los sentimientos que hay que saber lo que es mena y lo que es ganga.
ResponderEliminarPienso que este señor ha tenido su par de decepciones amorosas y ha disparado contra todo, si bien, es verdad que Hollywood ha edulcorado el tema y los poetas y escritores han hecho su parte, el amor romántico existe.
ResponderEliminarAbrazos Chaly