jueves, 14 de diciembre de 2023

0797: DOS RABINOS

 Dos rabinos llegaron juntos a un recóndito pueblo a predicar. Mientras uno empezó a hacer discursos eruditos de tipo dogmático en medio de la plaza del lugar, el otro se situó en una esquina y se limitó a compartir su fe a base de cuentos y de anécdotas.

Sucedió que la gente abandonó pronto al primero para ir a escuchar al segundo, por lo que el primer rabino, poco después, abatido, se quejó a su compañero de la poca atención prestada por los habitantes del pueblo. Y para tranquilizar a su compañero, recibió por respuesta esta parábola:

—Estimado amigo, dos hombres llegan a un pueblo lejos de cualquier ciudad y se dedican a vender joyas. Uno vende perlas y piedras preciosas y el otro vende bisutería. ¿Quién crees que reúne a más gente y por lo mismo consigue vender más?

—Desconozco la respuesta, compañero — respondió el rabino.

—Evidentemente, vende más el que ofrece bisutería, porque eso es lo que la mayoría de la gente puede comprar– concluyó sabiamente el segundo rabino.


Y así es. Este interesante cuento oriental nos enseña una gran lección: de poco sirve decir verdades profundas si estas no están al alcance de la gente que las escucha.


UNA PEQUEÑA MORALEJA NO CAE NADA MAL.

Una Señora muy distinguida estaba en un avión viniendo de Suiza. Viendo que estaba sentada al lado de un simpático cura, le preguntó:

– ¿Discúlpeme, Padre, ¿le puedo pedir un favor?

– ¿Claro, hija, ¿qué puedo hacer por ti?

—Es que yo compré un esfigmomanómetro analógico muy caro para mi esposo que es médico. Yo realmente sobrepasé los límites de la declaración y estoy preocupada con la Aduana. ¿Será que Usted podría llevarlo debajo de su sotana?

—Claro que puedo, hija, ¡pero tú debes saber que yo no puedo mentir!

– Ah, Usted tiene un rostro tan honesto, Padre, que estoy segura de que ellos no le harán ninguna pregunta.

Y le dio el esfigmomanómetro

El avión llegó a su destino. Cuando el Padre se presentó en la Aduana, le preguntaron:

– Padre, ¿Usted tiene algo que declarar? 

– Desde lo alto de mi cabeza hasta mi cintura, no tengo nada que declarar, hijo.

Encontrando la respuesta algo extraña, el Vista de Aduana preguntó:

—Y de la cintura para abajo, ¿Qué es lo que usted tiene?

– Yo tengo un equipo maravilloso, pero que nunca ha sido usado.

Muerto de risa, el Vista de Aduana exclamó:

– Puede pasar, Padre. ¡El siguiente...!


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