lunes, 19 de febrero de 2018

0155: Mary

—Toda biografía es tonta. La mía haría reír a un gato.
—Estoy en desacuerdo. La vida de ese común denominador mítico, el hombre de la calle, es aburrida como agua de cuneta. El neoliberalismo lo ha convertido en un manojo de represiones y de hábitos inútiles bajo ese símbolo de la clase media, la incesante lucha por el pan, el demonio de la desocupación, los picapleitos, las huecas mentiras del lecho matrimonial.
—¡Arre! ¡Arre! ¡Adelante!
—La llamaremos Mary, pero en realidad ése no es su nombre. La elegí como personaje porque la historia de su vida es una pequeña tragedia que, no obstante, no carece de toques de humor.
—¿El hombre común es un ratón? Bueno, ¿qué pasa con Mary?
—Mary vivía en una gran granja, no les diré exactamente dónde, y su padre era viudo. Tenía todo lo que importa en este mundo y bebía como una esponja, pero así y todo seguía siendo un caballero. Bueno, bueno. Olvídense de la lucha de clases. Ya la estoy viendo arder. Ese hombre procedía de una bonísima y sólida familia, pero empinaba el codo; eso es todo.
—Trabajar, coger, beber
—Era exactamente lo que les estoy diciendo, si me dejan seguir contando: un hombre de buena cepa campesina, que había hecho dinero y lo gastaba.
—Lo liquidaba.
—Tenía una sola hija, Mary, y ésta era tan pulcra y relamida que sufría viéndolo beber. Por las noches, cuando él volvía a la casa, siempre borracho, ella se encerraba en el dormitorio y desde allí lo oía tropezar por la casa, llamándola, y a veces rompiendo trastos. Pero sólo a veces; y además jamás le había tocado un cabello. Mary tenía unos dieciocho años y era una buena moza. No una estrella de cine, claro; no el tipo de Roberto, no, y tal vez tuviera el complejo de Edipo, pero odiaba a su padre y se avergonzaba de él.
—¿Cuál es mi tipo?
—Edgar quiere decir ese tipo de muchacha que uno puede llevar a su casa para mostrarle la colección de estampillas.
—Mary se enamoró de un joven al que llamaré Marcos, y le dijo a su padre: Padre, Marcos y yo queremos casarnos. Una noche lo voy a traer a cenar, y tienes que asegurarme que no beberás. Él dijo: ¡Yo siempre estoy sereno!, pero no lo estaba mientras lo decía. Después de un rato hizo la promesa. Si faltas a tu palabra, nunca te perdonaré.
Marcos era hijo de un rico granjero, una especie de Brad Pitt a la manera bucólica, pueden imaginárselo. Ella lo invitó a cenar, y él llegó, muy hermoso, con el cabello peinado. Los sirvientes estaban francos. Ella misma acudió a la puerta. Era una noche de invierno. Supongan la escena. Una campesina relamida y educada, llena de ideas fijas y de fobias, orgullosa como una duquesa, ruborosa como una lechera, abriéndole la puerta a su amado y contemplándolo allí, en el oscuro umbral, tímido y gallardo.
Su futuro colgaba de esa noche como de un hilo. Entra, insistió. No se besaron. Lo llevó al interior de la casa que había sido especialmente limpiada y pulida.
No había galería de retratos, de modo que le mostró las instantáneas de su madre en el vestíbulo y la fotografía de su padre, alto, joven, sobrio. Y durante todo este tiempo, mientras exhibía orgullosamente sus pertenencias, intentando probar a Marcos, cuyo padre gozaba de sobrada prosperidad para ser su novia, aguardaba aterrorizaba la entrada de su padre. —Oh,
Dios —rezó cuando se sentaron para la cena—, haz que mi padre esté presentable cuando llegue.

3 comentarios:

  1. Me da que cuando entre el padre, Marcos se va a enamorar de él perdidamente...


    Besos.

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  2. Bien pero a saber cual sería la reacción de padre.

    Abrazo.

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