Admite haber sido un “mocoso mimado con demasiado tiempo libre”, consentido por su madre divorciada. Costeó con cautela los gastos de su único hijo mientras este crecía increíblemente rápido (según él mismo). Se presenta a sí mismo como un borracho hastiado siendo apenas un adolescente que frecuentaba los lugares más de moda en Montreal junto a una troupe de ancianos de la alta sociedad y la trágica Diana Barrymore, compartiendo las tablas con el joven William Shatner antes de cumplir la veintena.
A pesar de afirmar que la rectitud de su familia le hizo rebelarse, queda más que claro hasta qué punto fueron una gran influencia para él. “Estaré agradecido a mi pintoresca y vetusta famila por ese curioso vínculo con el pasado hasta el final de mis días, porque si hay en mí la más mínima pizca de decencia se la debo a ellos, así como mi imaginación, aunque esto jamás lo habrían adivinado"
En la década de los 50, era un joven actor de éxito enamorado de Shakespeare, el sexo y Nueva York. Y vaya si se nota: llegados a ese punto, su prosa es chispeante y llena de vida. “Antes de que uno pudiese decir Damon Runyon, ¡abracadabra, ya te había adoptado!", cuenta refiriéndose a la capital del teatro. “La isla de Manhattan se había convertido en la Isla de los Chicos Malos… y todos y cada uno de sus tesoros deslumbrantes estaban ahí para que te los llevaras".
“Fui un pésimo marido y un padre aún peor”. No obstante, no escatima en prosa conmovedora al hablar sobre las grandes damas del teatro ya entradas en años que lo acogieron bajo su ala (figuras como Ruth Chatterton, Katharine Cornell, Eva Le Gallienne, Gypsy Rose Lee y Lillian Hellman), alabando su brillantez y sus agallas desde el cariño.
Sirviéndose su aguda e implacable autopercepción, admite que “yo no tenía nada de particularmente original. Viví de las rarezas de otros; soy un camaleón resignado". El actor se presenta como una suerte de compinche echado a perder para los chicos malos más míticos de Hollywood, y en especial de Trevor Howard, James Mason y Peter O’Toole (que aprovechaba cualquier ocasión para bajarse los pantalones y enseñarle sus ronchas producto del rodaje de Lawrence de Arabia).
Y sobre todo, el legendario Jason Robards, de quien reconocía estar encandilado. Tal era su apego, que la entonces esposa de Robards, Lauren Bacall solía llamarlo para preguntarle a gritos “¿Dónde está Jason?”, a lo que él reaccionaba levantándose de su cama de su habitación en el hotel Algonquin y saliendo en busca de su temerario amigo. “La pobre Betty”—así llamaban a Bacall—“estaba muy preocupada, pero era todo de lo más inofensivo; a él simplemente le encantaba prodigarse por ahí", narraba el actor. “Cuando le encontraba, me sentaba a su lado y me unía a la diversión, olvidándome por completo de cuál era mi misión. Perdimos un montón de tiempo y cometimos abundantes tonterías, pero no desperdiciamos aquellos años: trabajamos con el mismo ahínco con el que lo pasamos bien".
Pero este Casanova que rozaba lo desagradable halló la horma de su zapato en la pícara Natalie Wood, su compañera de reparto en La rebelde, de 1965. Cayó perdidamente enamorado de Wood, a la que respetaba y de cuya compañía disfrutaba. No obstante, competía con muchos hombres por recibir sus atenciones, incluido el mismísimo Frank Sinatra, de quien afirmaba que acudía constantemente al rodaje para ver cómo estaba Wood. La sofisticada Wood no estaba interesada románticamente en el actor, pero según él no tuvo piedad a la hora de coquetear con él: “Le encantaba cantar tras haberse bebido unas pocas cervezas, y siempre me pedía muy amablemente que la acompañase… mientras se sentaba al piano a mi lado. Sentía un resplandor al guardar cercanía con ella, era una mujercita de lo más mágica. Cuando la canción acababa, aplaudía alegremente como una niña y mientras me miraba con esos ojos suyos tan húmedos y profundos, me guiñaba el ojo susurrando ‘¿Alguna vez tú y yo…?’, para luego deshacerse en carcajadas".
“Según me han ido saliendo las canas, todo, ya sean recuerdos, incidentes, amistades que me han conmovido y he dejado de lado sin pensar o que no he valorado lo suficiente, me ha dado alcance y se ha estrechado hasta reducirse a lo más esencial. Los años ya no me dejan salirme con la mía y señalan lo más importante y a lo que he de dedicar mi atención, así como quiénes son las personas más valiosas a mi alrededor"
En definitiva, Christopher Plummer pinta, tal vez sin querer, el retrato de un hombre con defectos y con talento que no fue ni mucho menos el canalla desalmado como pretende hacernos creer.
Que mal jizgamos... por apariencia
ResponderEliminarBeso charly!
Para mí siempre será el capitán von Trapp y, todos tenemos luces y sombras. Esa es la vida.
ResponderEliminarAbrazos Chaly