“Pero, en cambio, de Carmencita, mi mujer por muchos
años, me acuerdo muy bien. Solo que no hablo con nadie, de ella. Todas las
noches, parece mentira, desde que cometí la locura de abandonarla pienso en
ella y me asaltan los remordimientos. Creo que solo una cosa hice mal en la
vida: abandonar a Carmencita por una mujer que no valía la pena. Ella nunca me
perdonó, por supuesto, jamás pude amistarme con ella (...). Es el único
episodio de mi remoto pasado que mi memoria no ha olvidado y que me atormenta
todavía. Todas las noches, antes de dormir, pienso en Carmencita y le pido
perdón (...). Ya me olvidé del nombre de aquella mujer por la que abandoné a
Carmencita (...). Nunca la quise. Fue un enamoramiento violento y pasajero, una
de esas locuras que revientan una vida. Por hacer lo que hice, mi vida se
reventó y ya nunca más fui feliz (...). Fue un enamoramiento de la pichula, no
del corazón. De esa pichula que ya no me sirve para nada, salvo para hacer
pipí”.
Cuento escrito -hace tan solo un par de años- por Mario
Vargas Llosa.
Y si tampoco fuera porque el autor octogenario además de premio nobel se ha vuelto un connotado personaje de las revistas del corazón, no nos hubiésemos enterado de la ruptura con su última novia, Isabel Preysler, a los pocos minutos de que ella despachara la que supongo fue la frase de despedida. Algo así como: “tú y tu pichula pueden irse por esa puerta, que ya no me son útiles”.
De haberle hecho caso a Carlos Fuentes, que sostenía que los hombres deben amar a aquellas mujeres que los admiran... Patricia parecía admirarlo sin condición (“hasta cuando cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: ‘Mario, para lo único que tú sirves es para escribir’.” decía él en su conmovedor discurso al recibir el Nobel).
Estos aventureros salen al mundo a buscar su verdadero yo emocional y a alguien que colme ese yo, y lo entretenga. Exploran a tientas la novedad y se convencen de que les traerá otra felicidad, una mejor. Estos de espíritu errante suelen acabar su periplo en el lugar de origen, aquel del que huyeron pensándose desdichados. Algunos afortunados logran ser acogidos de vuelta. Otros no.
Uno de los personajes femeninos más entrañables de Balzac, Paulina, recibe a su amado -quien vuelve después de un tiempo de haberse marchado- con un “si hubieras querido dejarme, no me habrías abandonado”. A Patricia, Mario no la abandonó, la dejó.
Vargas Llosa resolvió cierta tarde que llevaba una vida miserable y que era momento de desviar el cauce. Subió a una canoa que creyó lo llevaría por los canales de Venecia, pero ya montado en la góndola advirtió que quien la conducía era Caronte y que su destino era el inframundo. Se desesperó porque ya no podía hacer nada, más que tomar conciencia de la equivocación que lo había llevado hasta ahí, e intentar soportar el infierno recordando su maravilloso aporte literario a la humanidad y que alguna vez fue feliz con Carmencita, aunque no sabía cuánto.
Así de claro Chaly, Vargas Llosa dejó a su esposa tras celebrar sus cincuenta años de matrimonio con Patricia, ahora más viejo, no sé si le quedaran cartuchos por disparar.
ResponderEliminarAbrazos Chaly
Muy bueno.
ResponderEliminarUn abrazo.
Tan viejo todo como aquello de... "otro vendrá que bueno te hará". Nunca valoramos lo que tenemos hasta que lo perdemos, así que habrá que empezar a abrir bien los ojos y valorar lo afortunados que somos, antes de que lo que tenemos delante, desaparezca, sea Carmencita, Patricia, Mario o Isabel ; )
ResponderEliminarMe ha gustado.
Un abrazo