“Quizá por mi forma de ser acepto muchas cosas que
otros no aceptarían. Por ejemplo, lo de los gays y lesbianas no me molesta. Mi
límite es no utilizar el poder para joder”
Es Xavier Albó Corrons, más conocido como El Pajla,
catalán de nacimiento y boliviano por adopción más que un curioso cualquiera es
un hacedor de líderes, formador de conciencia social, es un cura
revolucionario. Dice de sí mismo que es “poco devoto”. Prefiere el trabajo de
campo que dar misa y, cuando de todas formas celebra una que otra, lo hace de
preferencia en quechua o aimara. Ya lo hacía así cuando los oídos católicos
estaban acostumbrados a las misas en latín.
En la década del 70 compartió casa con Luis Espinal y
otros sacerdotes, pero también con el sub jefe del MIR: Óscar Eid y su esposa,
con Gloria Ardaya y sus dos hijos. Vivía entonces “encima de dos mujeres”,
cuenta en tono de broma, puesto que el departamento estaba ubicado en los altos
de una fricasería que era atendida por una madre y su hija. La mujer, que
seguramente tenía la lengua ágil, insultaba a los niños llamándoles
“candeleros”, que en lenguaje popular significaba “hijos de cura”. Albó cortó
el atrevimiento con la amenaza de bendecir a la mujer con la mano izquierda. No
faltó el niño que en plena misa llamó “papá” a Albó, lo que empeoró cuando la
madre recriminó al pequeño llamándole por su nombre: “Javierito, ven acá”. El
pequeño se llamaba nada menos que igual que el cura. Hubo que aclarar la
confusión llevando al padre del niño a la misa.
Descurados por amor
En aquella época, cuenta Albó, muchos jesuitas “se
descuraron”. Por lo general se enamoraron o empezaron a militar y tuvieron que
dejar la sotana, lo cual es un decir, porque no usaban sotana, ni siquiera
cuellito blanco desde hacía tiempo. Albó, en cambio, dice que no se enamoró
tanto como para dejar el sacerdocio. “Por mi parte, nunca me he enamorado a
fondo, a fondo, ni cuando era joven, no. Un enamoramiento de esos que matan,
no”
Dice no tener tanta sensibilidad para lo femenino y
que no tiene problemas en ver a alguna amiga con poca ropa, como le ocurrió con
la socióloga Silvia Rivera Cusicanqui, su amiga, a quien vio a “medio vestir”.
Luego replicaría ese tipo de vida comunitaria en una
casa en Miraflores hasta que Luis Espinal Camps, fue asesinado por la dictadura
de Luis García Mesa. Sin embargo, Albó no estaba dispuesto a regresar a la
convivencia clerical y por eso se fue a vivir a Qurpa, una obra de jesuitas
ubicada en Tiwanaku, para finalmente instalarse en su entrañable Jesús de
Machaca.
Una cantera de líderes
Albó junto a los jesuitas Luis Alegre y Francisco
Xavier Santiago de Pablo, más conocido como Papaco, fundó el CIPCA, el Centro
de Promoción del Campesinado. Los tres, que discutían a voz en cuello cuando
estaban creando la institución, celebraban cada acuerdo con una copa de whisky
que alguien les regaló, estrategia que apuraba la discusión.
Un consenso fue que la institución estuviera en La Paz
y que el trabajo de hiciera con campesinos. Para entonces nadie hablaba de
indígenas, quienes habían sido convertidos en campesinos por la Revolución de
1952.
CIPCA empezó sin dinero y funcionando en el cuarto del
propio Albó, pero pronto se convirtió en un referente en el trabajo en La Paz,
para posteriormente expandirse a otros puntos del país.
CIPCA primero y la Fundación Nina después se
convirtieron en una cantera de líderes sociales y políticos, que llegarían al
escenario público a cambiar el sistema de exclusión que imperaba en el país.
Víctor Hugo Cárdenas, Miguel Urioste, Hugo Fernández (exvicecanciller), David Choquehuanca
(excanciller), Genaro Flores, entre otros, bebieron de los conocimientos que
Albó y otros jesuitas impartieron en esas instituciones, en talleres regados
por el campo, en la universidad de la vida.
Por eso, no faltan quienes culpan a Albó y a sus
instituciones de buena parte de lo que ocurre en el país, como el texto de la
nueva Constitución, de la preeminencia indígena en las normas y hasta del
prorroguismo del gobierno de Evo Morales, quien también participó de algunos
talleres en Nina.
Viviendo como un indígena
Y, mientras convertía a los campesinos e indígenas en
sujetos políticos, Albó vivió como uno de ellos, en medio de la pobreza. Para
entenderlos, antes que nada y apenas llegado a Bolivia, aprendió sus idiomas, a
tal punto que se convirtió en un estudioso de los mismos, especialmente del
quechua, sobre el que versa su tesis doctoral en la Universidad de Cornell.
Bromista como es, Albó se jacta de ser el hombre que
más mujeres puso en cinta, refiriéndose a la grabadora con la que registraba
las charlas en quechua para su tesis.
Estudió el quechua en Cliza, Cochabamba, en contacto
con la gente y viviendo en una chichería. Se enamoró de ese pueblo, donde según
dice le enseñaron a “hablar quechua, a tomar chicha y a teñir burros (cuando un
poblador robaba un burro lo teñía de otro color para venderlo)”. Para mostrar
su arraigo hacia esa tierra dice: “A mí me robaron mi plata, mi corazón y mi
honra”.
No fue tan grata su estancia en La Rinconada, por la
zona de Achacachi, donde vivió un par de meses perfeccionando su aimara que
había empezado a estudiar mientras estaba en Barcelona. Allá, según dice, la
gente era menos amigable que en Cliza y cuenta un incidente en el que terminó
apedreado.
Su estilo de vida lo llevó a viajar en camión, en tren,
en mula y a nado. Se plantó muchas veces, se embarró hasta la cabeza y, por si
fuera poco, viajó en un camión “lleno de mierda”, que volvía de dejar unas
vacas en Santa Cruz y que se dirigía a Charagua, su destino.
Quién diría que ese hombre, porque de cura tiene muy
poco, es un PHD en Filosofía, especializado en sociolingüística. Estudió casi
20 años para ser lo que es, pero fundamentalmente aprendió en las arrugas de
los ancianos, como Choquehuanca, pero a diferencia del excanciller, se sumergió
también en los libros y mucho.
El Pajla es políglota. El catalán y el español le
acompañan desde la cuna. En el colegio aprendió el francés y el inglés; durante
sus estudios como jesuita el latín; y ya estando en Bolivia, el quechua y al
aymara.
Si bien Albó no militó en ningún partido, se involucró
en la lucha por la democracia. Integró la huelga de hambre de las mujeres
mineras que terminaría con la dictadura de Hugo Banzer. Es tan modesto que
ahora dice que solo concurrió para acompañar a Espinal. La verdad es que estuvo
19 días sin comer y que le quedó una secuela en la voz.
Desde la recuperación de la democracia, su
participación en la vida pública fue constante. Hizo estudios lingüísticos, un
estudio para validar la papeleta multicolor y multisigno y en cada censo dejó
su huella, sobre todo cuando se trataba de identificar a los indígenas de
Bolivia.
Sus vicios
Tiene pocos vicios. Alguna vez se fumó un puro,
algunos cigarrillos, tomó unos mates de chicha, algunos vasos de cerveza, otros
de whisky, pero nada fuera de lo común. Y, como quien sucumbe al imperio,
viviendo en EEUU, se hizo fanático de los Kentucky Fried Chiken (pollo frito).
Según cuenta, una vez estuvo “en una casa de putas”,
pero sin saberlo. Ocurrió en Toledo, donde fue a visitar a unas vecinas, que,
para su sorpresa de él, llegaban a la casa emparejadas.
Albó es un bromista mal hablado, a tal punto que a
unas monjas que le preguntaron qué significa CIPCA, les dijo: carajo, hijo de
puta, cabrón. Luego supo que las hermanitas se insultaban con la palabra
“cipca, cipca, cipca”.
En dos ocasiones estuvo a punto de morir, una vez
cuando se resbaló en un seminario internacional desarrollado en Bolivia, lo
que, según dice, lo hubiera convertido en “mártir de la antropología”, y otra
cuando se subió a una avioneta que se dejaba llevar por el viento en Brasil.
Volver a nacer en Bolivia
Este catalán llegó a Bolivia a los 17 años en 1952,
vistiendo sotana y aún con pelo en la cabeza. Aquí, según dice, volvió a nacer
porque nunca intentó regresar a su patria, salvo para concluir sus estudios de
Teología. De hecho, tiene carnet boliviano porque Albó es más boliviano que la
chicha.
A sus 83 años, hace poco se convirtió en inca porque
durante una operación le abrieron el cráneo para sacarle un tumor, lo que según
su bromista modo de ver el mundo es “una trepanación que me convierte en inca”.
El inca Albó tiene una tremenda hendidura en el cráneo, pero no por eso ha
perdido la lucidez, la inteligencia y el amor por Bolivia.
Un Cóndor que le incomoda
Albó apoyó al gobierno de Evo Morales porque
representaba todo aquello por lo que él había trabajado desde la década del 70.
Sin embargo, en el último tiempo adoptó una posición un tanto crítica, sin
bajarle completamente el pulgar.
Hace casi dos años fue condecorado por Morales con el
Cóndor de los Andes, pero la semana que concluye abrió la posibilidad de
devolverle la medalla, tras conocer que el presidente logró habilitarse como
candidato presidencial de por vida.
De hecho, cuando la recibió sorprendió al país con su
mensaje que, lejos de ser únicamente de agradecimiento, instó a sumar a la
trilogía andina, el ama llunk’u (no seas adulón) y el ama ch’in (no te calles).
Esta posición demuestra su coherencia. Demuestra que Albó no ha cambiado ni un milímetro. Demuestra que Morales es quien ha cambiado y mucho.
Muy interesante.
ResponderEliminarUn abrazo.
Mil gracias! ya sumo otro a CARDENAL, sin duda veo que eres un experto en este tipo de personajes admirables. Genuinos, coherentes y sobre todo unidos a pie de obra con los que de verdad merecen la pena, al margen de intereses o convencionalismos estereotipados e inquisitivos impuestos o por la jerarquía eclesiástica o por los políticos de turno que ya veo, su apartamiento de la senda correcta es otro mal endémico ahí, porque lo mismo que le pasó a Cardenal con Daniel Ortega, le pasó a este Pajla tuyo con Evo Morales. ¡Qué lástima! : (
ResponderEliminarBuenísima la anécdota del supuesto hijo con el remate de su nombre en medio de la misa jajajaja
Un abrazo fortísimo, Chaly !!!
Muy pero que muy interesante.
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