Los primeros registros del Ekeko datan del Horizonte
Medio de Tiwanaku (400-1100 d.C), éste se halla representado por la imagen de
un hombre jorobado, con las rodillas flexionadas contra el cuerpo y una
caracola en la mano.
Durante el Horizonte Tardío (1100-1530 d.C.) cuando
Tiwanaku cae y es sustituido por los “señoríos aimaras” y por los incas, el
Ekeko cambia su aspecto por primera vez, aunque conserva la joroba, sus piernas
ya están extendidas para dejar ver sus genitales: se muestra con el pene erecto
como símbolo de fertilidad, además lleva las orejas horadadas al estilo de los
orejones y un tocado característico de los reinos del Tawantinsuyo.
La llegada de los españoles significó una fuerte
persecución a las religiones antiguas y la extirpación de idolatrías provocó
que los cultos a los viejos dioses se llevaran a cabo en secreto, así que el
Ekeko fue venerado desde 1532 hasta 1780, a escondidas.
Las cosas cambiaron cuando las rebeliones indígenas
provocaron el terror en los españoles y aunque los levantamientos fueron
sofocados, en La Paz, sitio donde el cerco y la avanzada indígena se dejaron
sentir, los líderes victoriosos decidieron buscar puentes de encuentro que
rompieran con la polarización que se había creado entonces; encabezados por
Sebastián Segurola, convocaron a la población a practicar libremente la
veneración al Ekeko a manera de concesión a los insurrectos.
Así pues, el Ekeko cambió su forma por tercera vez en
1783 mediante una ordenanza, se escogió el 24 de enero como su día y se mandó
que llevara el rostro de Segurola, fuera vestido para conservar su pudor y en
lugar de joroba, tuviera el atributo europeo de la riqueza: una simpática
pancita.
Después se inventó la leyenda que todo mundo conoce
sobre el diosecillo que salvó a los Segurola de la hambruna, pero ya saben que
los políticos siempre nos inventan cuentos para esconder las verdades.
En todo caso, este Dios ya no era sólo de los aimaras,
ahora era de todos, y no se lo disfrazó de algún santo católico como Illapa en
Santiago, sino que permaneció como Ekeko, aunque algo cambiado pero esas
evoluciones le permitieron llegar a más gente, y sin perder su esencia.
La época republicana conservó al Ekeko y a su fiesta
que se fue ampliando a otros territorios; este 2023 en su nombre compraremos
casas, autos, gallos, autobuses y todo lo que imaginemos, y tanto aimaras como
jailones, clasemedieros, zurdos, derechosos, progres o conservadores, cada
quien con su visión, cada quien desde su materialidad y su espiritualidad, irá
a rendirle culto a este personaje.
¿No les parece que el Ekeko es el ejemplo más claro de
plurinacionalidad? Porque abarca los deseos de todos y el único requisito que
necesitas es tener fe y comprar tus miniaturas a las 12:00; el que quiera las
hará sahumar, otro las llevará a la iglesia para hacerlas bendecir, uno más
hará ambas cosas, y el que no crea, irá a jugar canchitas y a comer churros,
ése es el modelo de una institución plurinacional.
Todos los paceños nos juntamos el 24 y lo celebramos
como queremos y es tan linda esta costumbre, que se ha llevado al Perú y a
otros departamentos, cada quien dándole al Ekeko el lugar que su identidad le
acomode, así debería sentirse uno con respecto al Estado, la Alasita aglutina,
no impone.
Tal vez sólo soy yo queriendo convencerles de que
vengan a la feria y me compren miniaturas, pero es bueno recordar que la
fortuna está en abrir los brazos como el Ekeko, no en cerrarlos.
Por Sayuri Loza
HISTORIADORA, BAILARINA Y ARTESANA
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