Ursula, con los pies puestos en la tierra, advierte a sus hijas las realidades del matrimonio: »Los hombres piden más de lo que tú crees», aconseja a Remedios cuando ésta se enamora voluptuosamente de José Arcadio: »Hay mucho que cocinar, mucho que barrer, mucho que sufrir por pequeñeces, además de lo que crees.» Y al no hallar eco de sus palabras, porque tampoco pierde la cordura por no ser oída, «La abandonó a su suerte, confiando que tarde o temprano ocurriera un milagro, y que en este mundo donde había de todo hubiera también un hombre con suficiente cachaza para cargar con ella.»
Es capaz de percibir los cambios de
los tiempos: «Los años de ahora ya no vienen como los de antes», solía decir,
sintiendo que la realidad cotidiana se le escapaba de las manos…
Se aferra a la vida por amor, por
el deseo de estar junto a los suyos a pesar de todo: «Ursula se resistía a
envejecer, y estorbaba por todos lados, y trataba de meterse en todo…» «se
empeñó en un callado aprendizaje de las distancias de las cosas, y de las voces
de la gente, para seguir viendo con la memoria (…) más tarde había de descubrir
el auxilio imprevisto de los olores, que se definieron en las tinieblas con una
fuerza mucho más convincente que los volúmenes y el color…»
La vejez la vuelve todavía más
juiciosa para comprender lo que no puede cambiarse: «en la impenetrable soledad
de la decrepitud dispuso de tal clarividencia para examinar hasta los más
insignificantes acontecimientos de la familia, que por primera vez vio con
claridad las verdades que sus ocupaciones de otro tiempo le habían impedido
ver. Por la época en que preparaban a José Arcadio para el seminario, ya había
hecho una recapitulación infinitesimal de la vida de la casa desde la fundación
de Macondo, y había cambiado por completo la opinión que siempre tuvo de sus
descendientes. Se dio cuenta de que el coronel Aureliano Buendía no le había
perdido el cariño a la familia a causa del endurecimiento de la guerra, como
ella creía antes, sino que nunca había querido a nadie, ni siquiera a su esposa
Remedios ni a las incontables mujeres que tuvo (…) Vislumbró que no había hecho
tantas guerras por idealismo (…) sino que había ganado y perdido por el mismo
motivo, por pura y pecaminosa soberbia. Llegó a la conclusión de que aquel hijo
por quien ella habría dado la vida era simplemente un hombre incapacitado para
el amor.»
Cómo olvidar CIEN AÑOS DE SOLEDAD! durante mucho tiempo fue como mi breviario ; )
ResponderEliminarGracias por recordarlo. Un abrazo!
Es un libro de cabecera.
ResponderEliminarQué le vas a decir a Macondo.
ResponderEliminarUn abrazo.