En el apogeo de su belleza y de su arrasador éxito como protagonista de comedias de teléfono blanco, la actriz conoció también a su ángel de la guarda. La muchacha se llamaba Otilia, tenía diecisiete años, venía recomendada y parecía honesta. La actriz la tomó a prueba y por el camino la vistió, la educó y se preocupó por refinar sus gustos. Y le dio acceso exclusivo a su camarín y los sets. La actriz era veleidosa e insegura, y Oti sabía cabalgar las olas de su pena y euforia. Cuatro años después era imprescindible: criticaba vestidos, peinados y joyas; ayudaba a memorizar la letra y opinaba prudentemente sobre escenas y situaciones. La actriz se acostumbró a llevarla a las privadas y a rogarle su parecer sobre cada gesto y entonación. ¿Estuve bien ahí, Oti? Muchas veces, Oti le respondía: Estuvo majestuosa.
Al menos dos veces, en el transcurso de los años
siguientes, Oti influyó sobre su patrona para que desistiera de un protagónico
o tomara un papel menor pero consagratorio en una gran película. Fue enemiga
silenciosa de dos maridos sucesivos de la actriz, que la desvalijaron y la
abandonaron. La actriz, en cada uno de esos finales, la miró a Oti llorando y
le dijo: Tenías razón. A pesar de que Oti jamás había abierto la boca.
La actriz se transformó en una verdadera diva cuando
pasó del cine a la televisión, y Oti tuvo que sostenerla anímicamente en sus
miedos. Las telenovelas la hicieron más famosa de lo que había sido nunca. Tuvo
dos décadas brillantes, en parte gracias a que Otilia era su mano derecha y no
le permitía cometer errores. Para conseguir una entrevista con la diosa de los
culebrones había que seducir a su ángel protector: los periodistas la
llenábamos de lisonjas y regalos. Oti abría o cerraba la puerta, y todo lo
hacía en un segundo plano funcional y perfecto. A cambio, la millonaria no le
retaceaba dinero, premios, comisiones. Mientras su jefa frecuentaba los
romances turbios y la bebida, Oti ahorraba peso sobre peso y cultivaba la
castidad. Muchas veces participaba en los comités de crisis para sacar a su
patrona de sus sucesivos infiernos. Fue, en materia de alcoholismo, una
acompañante terapéutica. Y fue también la hija que no había tenido, la administradora
que le faltaba, la asistente que estaba en cada detalle, la objetora de
guiones, la psicóloga. Cuando la actriz se sintió vieja tuvieron una única
disputa. Otilia le recriminó que rechazara pequeños papeles en espera de la
gran oportunidad. Tenía que reconvertirse y aceptar «participaciones especiales».
No podía darse el lujo de repetir el estigma del «crepúsculo de los dioses». La
actriz, repitiendo quizá la vieja escena de una comedia, le dio una bofetada, y
Oti hizo las valijas y se marchó.
Al mes, la diva fue a buscarla para pedirle perdón y
para mostrarle que había firmado un contrato: era un personaje secundario en un
unitario, pero de una presencia decisiva. Oti regresó y su patrona tuvo diez
años más de pequeños pero jugosos roles, de premios, de hombres inescrupulosos
y de recaídas etílicas.
En la vejez plena, era un fantasma arrugado e
irreconocible, había vendido todo lo que tenía para pagar deudas y estaba
internada en un geriátrico. Oti tenía, en cambio, dos departamentos en Barrio
Norte y una casa de veraneo en Pinamar; se había casado con un tramoyista
retirado y la visitaba todas las semanas.
Un día la vio ausente y sola, en el fondo del patio, y
no pudo con su genio: se la llevó a su casa y la instaló en el cuarto de
servicio. Todos los días, a las cinco de la tarde, se sentaban juntas a ver por
el canal Volver la repetición de un ciclo de los años setenta.
¿Estuve bien ahí, Oti?, le preguntaba a cada rato la
diva marchita. Estuvo majestuosa, le respondía su ángel. Majestuosa.
Jorge Fernández Diaz
Me recordó una peli esta entrada tuya, con Bette Davis y Joan Crawford: What Ever Happened to Baby Jane?
ResponderEliminarAbrazo, Chaly.
Majestuosa estuvo Oti. Otilia supo ahorrar y estar detrás. La diva, la diva se comportó como una diva.
ResponderEliminarAbrazos Chaly
El mejor negocio de la diva fue haber puesto a Oti en su vida. Todo un lujo.
ResponderEliminarMuy buen relato.
Un abrazo, Chaly.
APLAUSO
ResponderEliminarNo conocía a Jorge Fernández Díaz, escritor. El texto está maravillosamente escrito. Como en un balancín, la actriz está en lo más alto y se preocupó de educar a Oti. Esta no perdió el tiempo, aprendió rápido, pero sobre todo supo ser agradecida y cuando estuvo ella en lo más alto, no se olvidó de la actriz en decadencia.
ResponderEliminarMuy bueno, Charly.