Si presento como malo algo bueno que me pasó tal vez
logre que el destino me lo compute como tal y que la próxima venga buena de
nuevo, pensaba sin pensar. Hay una
realidad aún peor que esa clase de encadenamiento de buenas y malas: el destino
no tiene tanto sentido de justicia, y suele ser cruel, caprichoso y
desordenado. A veces, a una mala siguen otra mala y otra mala, y otra más. Y a
veces, las buenas parece que no acabarán nunca hasta que de pronto se nos cae
el piano en la cabeza y nos orinan cien elefantes.
Pero Matilde pertenecía también a la tribu de los que sienten culpa cuando no sufren. Le habían metido en la cabeza que «sin sacrificio no hay beneficio» y, por lo tanto, que gozar era estar en falta y que solo se avanzaba sufriendo. Cuando el motivo central de un gran dolor espiritual desaparecía, su cuerpo buscaba otro como si lo extrañara. Siempre tenía que macerar un sufrimiento en ciernes, no fuera cosa que estuviera haciendo algo mal y el destino la pasara a degüello. El sufrimiento descarga una adrenalina que es adictiva. Cuando falta el sufrimiento, hay síndrome de abstinencia: inquietud, angustia, pánico. Algunas personas que dejan de sufrir echan de menos a su gran enemigo, y buscan uno nuevo que lo reemplace. Buscan un sufrimiento flamante para volver a sufrir tranquilas.
Pedro, su marido, no puede ser más diferente. En una
cena nos dejó con el aliento cortado. Parafraseando a Borges, dijo: «Que otros
se jacten de lo que han escrito y leído, yo me jacto de lo que he tomado». A continuación,
nos refirió la variedad de drogas que había probado en su vida, desde la
marihuana hasta la cocaína, pasando por el peyote y el éxtasis. Esa insólita
jactancia no hubiera pasado de un momento chistoso si no fuera porque mi amigo
aseguró que cuando su hija creciera se sentaría con ella y le contaría las
propiedades de cada droga para que ella pudiera decidir maduramente cómo
consumirlas. Y que la alentaría incluso a hacerlo, porque la experiencia
resultaba enriquecedora.
Pedro era muy progre: colegio de laxas normas en
Caballito, breve paso por el Partido Intransigente («Nicaragua, Nicaragua
vencerá»), furiosa militancia contra Menem, lectura obligada de Le Monde
diplomatique, adoración por las medicinas alternativas y últimamente acuerdos
más o menos expresos y efusivos con el peronismo cool, el nacionalismo revisionista
y el evitismo candente.
Una tarde lo vi temblando. Quizá le hubiera venido
bien un porro, porque se tomaba un Alplax cada quince minutos. Le preguntamos qué
estaba pasando: su hija había vuelto a casa con aliento a vodka. Tiene diecisiete
años, y ni siquiera estaba borracha. Pero al marido de Matilde se le había
caído el mundo encima: ya había buscado en Google el número de Alcohólicos
Anónimos. A riesgo de pasar por reaccionario, le recordé a aquel otro amigo
garantista que teníamos en común. Un día le dieron un tirón en la calle y le
robaron el maletín. Corrió al chorro veinte cuadras, lo tiró al piso, le pateó
las costillas y el bazo y lo mandó a terapia intensiva. El maletín tenía un
bloc de hojas vacío y un sándwich de milanesa para el almuerzo.
Es un placer cenar con Matilde y con Pedro. Los
neuróticos son más divertidos que los tipos lógicos.
Jorge Fernandez Diaz
Estas personas contradictorias dan mucho juego, si tienes capacidad para tomártelas a risa.
ResponderEliminarUn abrazo.