lunes, 3 de julio de 2023

0716: Lucy

 —¿Lucía, cierto?

—Sí. Perdona, ¿tú me vas a hacer la evaluación?

—Sí, ¿por qué? ¿Hay algún problema?

—En realidad, había pedido una profesora. Mujer.

—No había ninguna profesora disponible en este horario, lo siento, pero ya que estás aquí, no creo que haya problema con que empecemos. ¿Apellido?

—Reyes. Lucía Reyes 

—¿Edad? 

¡Qué impertinencia! Esto se parecía cada vez más a una de esas incómodas visitas al ginecólogo; esas donde te pregunta si eres sexualmente activa y tú respondes si cuenta o no un polvo hace tres años.

—Veintinueve 

—Anotado. Por favor sácate los zapatos para medir tu altura y tu peso.

....

—1, 58 centímetros y peso…

¡Dios mío! ¡Eran más kilos de lo que pensaba! Maldita báscula inservible de mi baño, iba a irse directo a la basura.

—¿Estamos listos? ¿Ya puedo irme?

—Apenas empezamos; levántate la camiseta, por favor.

—¡¿Qué?!

—Que te levantes la camiseta para poder medir tus perímetros, o puedes quitártela si llevas peto deportivo.

¡Quitármela! Este tipo está demente. Ni loca iba a exhibir mi piel flácida.

—¿Es necesario que me midas?

—Sí, es necesario para evaluar tus futuros progresos, conocer tu índice de grasa corporal y crearte una rutina. ¿Quieres bajar de peso o no?

Maldición, sí quería. Era lo que más quería en este mundo después de mi deseo de olvidar a Alan y hacer que Gabriel se fijara en mí (o en su defecto, Chris Evans). Ni modo, me tocaba resignarme. Muerta de vergüenza, me levanté la camiseta y lo dejé trabajar. ¡Qué vergüenza, por Dios! Aunque sus manos se movían en mí de forma impersonal, yo no podía sentirme más humillada. Después de cinco horribles minutos que más parecieron horas, al fin Max dejó de lado los instrumentos, se sentó y me hizo una señal para que hiciera lo mismo.

—¿Tienes alguna lesión física, Lucía, o te han operado de algo?

—Me operaron de la rodilla hace dos años, del menisco izquierdo

—¿No haces deporte porque te duele la rodilla? Te lo pregunto porque tu cuerpo no es el de alguien que entrene.

—Mi rodilla está bien Hice rehabilitación con un kinesiólogo.

—De todas formas, la cuidaremos. Para eso tienes que fortalecer tus muslos, están flácidos porque no tienen masa corporal.

¿Escuché mal o acaba de decirme que mis muslos están flácidos?

—Además tendremos que controlar tu alimentación y tu peso. Tu porcentaje de grasa es 40. Tienes mucha grasa, lo cual es peligroso para tu salud. Cualquier porcentaje arriba de 30 lo es.

¡Y ahora insinúa que estoy grasienta! ¿Pero quién se ha creído?

—Haremos una rutina que incluya cardio y pesas, ¿te parece?

—No, no me parece. Gracias por tu tiempo, pero prefiero terminar ahora la evaluación.

—¿Estás molesta? Creo no haber hecho nada para incomodarte.

—¿Te parece poco decir que mis muslos están flácidos? Además te faltó nada para llamarme grasienta.

—Tal vez no debí expresarme así, pero tú sabes que es verdad. Solo quise ser honesto.

—Bueno, pues buscaré otra forma de solucionarlo, muchas gracias.

—No ando con rodeos con la gente que entreno, pero te aseguro que mis métodos dan resultados. Excelentes resultados.

—No creo que me sienta cómoda con tus métodos.

—Bien, como quieras. Supongo que hemos terminado entonces.

—De cualquier forma, tampoco tengo tiempo de entrenar.

—Me imagino.

Idiota. Tomé mi polerón que estaba abandonado en la silla y me lo puse rápido para salir de allí cuanto antes.

—Espera, Lucía 

Dijo de pronto Max con voz llena de asombro. Sus ojos estaban clavados sobre el logo de mi empresa bordado en el polerón

—.¿Trabajas en Mentoring?

—Así es, soy una de las socias fundadoras.

Me sentía orgullosa de que mi consultora de negocios se hubiera hecho tan conocida. Desde que habíamos sido finalistas para el premio de emprendimiento nacional se nos duplicaron los clientes debido a la tremenda exposición de los medios. La expresión de Max pasó del asombro a la admiración.

—¡Por supuesto! Recuerdo haber visto tu foto en algunos foros de emprendimiento. Son famosas las asesorías de tu empresa. Oye, ¿y el servicio que ofrecen cuánto vale? Es que tengo un negocio que…

¡Ay, no! Si no escapaba pronto de allí, otro más que iba a darme la lata. Siempre pasaba lo mismo. Parecía que lo único que veían los emprendedores en mí era un cerebrito con patas. Bueno, al menos ellos veían algo, porque para el resto de los hombres yo era inexistente.

—Está toda la información en nuestra página web Te recomiendo mandar pronto tu solicitud si estás interesado porque tenemos lista de espera de un mes.

—¿No podrías asesorarme tú por cuenta tuya?

¡Ja! A él menos que a nadie. Ese hombre no se enteraba. No quería volver a ver a ese tipo que me había apretado los rollos y me había hecho sentir como una barra de mantequilla.

—No, eso iría en contra de la política de mi empresa 

Mentí, poniéndome de pie. Podía haber accedido, pero no quería.

—¡Espera! ¿Es eso o no quieres aceptar porque fui demasiado directo? Si es así, discúlpame por favor. Ando estresado, ni te imaginas el día horrible que he tenido.

Su tono angustiado calmó mi molestia, pero de todos modos estaba decidida a irme. No alcancé a decírselo porque la llamada de alguien a la puerta nos interrumpió. El corazón me dio un vuelco cuando se asomó el hermoso rostro de Gabriel. Juro que escuché música celestial. Todo lo que no fuera él se desvaneció al instante.

—Hola Lucía 

Me saludó mi angelito. Me puso feliz que se acordara de mi nombre

—No traes hoy tu camiseta de Star Wars; ya no podré llamarte chica Jedi.

—Puedes llamarme Lucy, así me dicen mis amigos 

Dije sonriendo (como tonta, seguro). ¡Dios! Era aún más guapo de lo que recordaba. Gabriel también sonrió.

—Perdona que haya interrumpido, Lucy… Quería saber si falta mucho para que desocupen la sala 

—Estamos casi terminando Vuelve en unos cinco minutos.

Gabriel asintió. Sus preciosos ojos volvieron a posarse en mí.

—Te dejo terminar tu evaluación, Lucy. Espero encontrarte pronto por el gimnasio.

Mi sonrisa se hizo más ancha todavía. Me despedí de él encandilada. Solo me di cuenta de que Max no me quitaba ojo de encima cuando cerró la puerta frente a mí.

—Te atrae Gabriel.

—Por favor, claro que no 

Max se quedó en silencio, como si estuviera evaluando qué decir.

—Si me asesoras, puedo ayudarte con él, ¿sabes?

Mi cara se mantuvo impasible, aunque mi corazón se aceleró por la oferta.

—¿Te parezco tan desesperada como para aceptar un trato así? 

Él soltó una exhalación y se pasó la mano por el pelo.

—No, disculpa. No quería insinuar que estabas desesperada, es solo que me pareció que él te atraía. Gabriel suele provocar ese efecto en las mujeres.

—¿Ah sí? ¿Y su novia no se pone celosa?

Bien, Lucía, eres la discreción con patas. Qué forma más sutil de averiguar si Gabriel está soltero. No sé por qué la CIA no te contrata.

—Él no tiene novia. Ayúdame con mi negocio y yo te ayudaré con Gabriel.

Me tragué una risa irónica. Por más que fantaseara con la idea, en el fondo sabía que era imposible que Gabriel se fijara en mí. Vamos, si estaba completamente fuera de mi liga. Solo bajo efectos alucinógenos podría encontrarme guapa, pero Max no tenía pinta de narco que anduviera drogando gente.

—Mira, Max, lo siento pero mi respuesta es no. Una asesoría lleva tiempo y yo estoy muy ocupada; aunque quisiera, no podría.

—Entonces ayúdame con lo que puedas, con cualquier cosa. A cambio yo te ayudaré a conseguir el cuerpo con el que siempre soñaste ¿Conoces a Ana Brett? Yo soy su entrenador.

Debí haber puesto una cara de asombro total, porque Max asintió con aire satisfecho. Ana Brett era la modelo más famosa del país. Era guapísima, loca como una cabra, pero tenía un físico envidiable.

—¿En serio? 

—En serio. Soy yo quien diseñó su programa de ejercicios y quien la entrena todas las semanas Te propongo un trato, Lucía. Dame una clase, una sola para demostrarte lo que puedo hacer porti. Si te sientes cómoda, ofrezco entrenarte a cambio de que me ayudes; si no te gusta, no insistiré más en el asunto, ¿qué dices?

—No sé 

Dije poco convencida. Por un lado me tentaba la idea de ponerme en forma, pero por otro lado, no estaba segura de poder lograrlo. Menos ayudada por un hombre que aún no decidía si me caía bien.

—Vamos, solo una clase y de ahí evalúas si te gusta trabajar conmigo ¿Qué tienes que perder con una sesión de prueba? Si no te gusta, solo invertiste una hora; pero si te sientes cómoda conmigo te ayudaré a conseguir tus metas: eliminar grasa, un físico tonificado... lo que quieras Solo una clase, ¿trato hecho? 

Miré el rostro entusiasta de Max, meditando mi respuesta. ¿Sería posible que él me ayudara a sentirme bien con mi cuerpo y a conseguir el amor de Gabriel? Más que posible, parecía un milagro. Aun así, no tenía nada que perder y me vi a mí misma estrechando su mano de vuelta.

—Trato hecho 

Y de pronto tuve el presentimiento de que estaba poniendo en marcha el nacimiento de una nueva Lucía.


“El trato más dulce” Amanda Laneley


2 comentarios:

  1. No sé si terminará sintiéndose bien con su cuerpo, pero su cabeza no tiene arreglo.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Estoy con MACONDO, no sé como será en los negocios, porque en este diálogo Lucy, parece una descerebrada prepotente completa, vamos! si nace más tonta, no nace ; )

    Un abrazo!

    ResponderEliminar