—Este hombre que está aquí al lado es un
patán. A mí me amenazó y me insultó, mucha gente lo escuchó tratarme como lo
hizo
La mujer, de piel trigueña y cabello
oscuro, parecía a punto de perder el control, como si se estuviera obligando a
mantener la calma. A su lado, Mario, permanecía completamente quieto, mientras
escuchaba la versión de Gloria.
—A la puerta de mi trabajo llegó y me
dijo que yo era una perra y un montón de cosas más. Fue horrible, todo el mundo
lo escuchó. ¡Que me diga con qué macho me ha visto como para que me trate de
semejante forma!
—Señora Gloria, necesito que se
tranquilice un poco para que siga contando su versión...
—¡Es que yo ni siquiera iba a venir! Pero
es que mi vecina desde la panadería escuchó las cosas que este tipo me dijo y
las amenazas que me lanzó. —Esto no se puede quedar así —me dijo. Hasta mi
jefe, que también presenció todo, me pidió que viniera. Yo no quiero que este
señor se me acerque más.
—¿Y por qué llegaron a este punto?
—Permítame le cuento...
Dijo el hombre, quien, por primera vez,
tomó la palabra. Según contó, él había descubierto que su novia le era infiel
con un cobradiario que visitaba la casa de ella todos los días. Despechado y
enojado, confesó, acudió a Gloria, una de las mejores amigas de su ex, para
desahogar lo que —hasta ese entonces— era un secreto entre los dos. Gloria, que
lo había visto preocupado en los últimos días, lo llamó a su casa para saber
qué le pasaba. Durante tres horas —dijo Mario— habló con ella sobre los
problemas de su relación e hizo énfasis en la infidelidad que la llevó a su
fin. Al día siguiente, contó el hombre, varias personas se habían enterado de
la historia de su ex con el cobradiario, lo que terminó de sacarlo de casillas.
—Yo, como hacen los amigos, deposité mi
confianza en esta mujer. Ella me traicionó. Mi ex y varia gente en el barrio se
enteró de lo sucedido... ¡y yo solo le había contado a ella!
—¡Yo le advertí a mi amiga que tú podías
hacerle un daño! Que le diga, doctora, las cosas que me dijo que le iba a
hacer. Yo estaba preocupada por ella.
—Esas cosas las dije por la rabia del
momento... son amenazas que nunca cumplí ni pienso hacer, pero esta vieja de
aquí al lado traicionó mi amistad. Por eso le dije esas cosas que ella dice.
—Este señor que está aquí sentado, se
hace llamar cristiano. Si supiera usted que ya lo botaron de la primera
iglesia...
—Atengámonos a los hechos del caso, doña
Gloria, por favor.
—Yo soy un hombre cristiano, y si usted
me quiere señalar... bien... no importa. Que te quede esto como experiencia: no
traiciones la confianza de la gente.
—¡Yo no dije las cosas que él está
diciendo!
—Que ella me traicionara, fue lo que me
alteró, por eso dije todas esas cosas. Aunque no aceptes lo que te voy a decir:
yo te perdono en el nombre de Dios, que es el único juez que existe y que le da
justicia a quien la tiene.
—Amén. Así es.
En ese momento, cuando todo parecía que
iba en camino a solucionarse, Gloria tomó la palabra nuevamente y negó que ella
le hubiera contado a la ex de Mario y a la gente del barrio la historia que él
le había dicho. Más calmada, Gloria manifestó que lo único que le dijo a su
amiga fue que “tuviera cuidado porque Mario le iba a romper la puerta de la
casa”. “Yo les evité un problema”, expresó Gloria, quien contó que esa noche
había llegado a su residencia tarde en la noche y por eso no pudo decirle más
nada a su amiga.
—Lo único que yo pido es respeto. Que
este hombre no vuelva a decirme más nada ni a insultarme.
—Y así va a ser... Tienen que firmar
esta acta en la que los dos se comprometen a no agredirse de ninguna forma.
Esta situación se acaba hoy.
Cuando hubo calma entre los protagonistas
la inspectora salió de su oficina en búsqueda del acta oficial que entregaría a
los implicados. En la sala de audiencias, durante su ausencia, quedó el abogado
Camacho, quien intercedió para calmar —aún más— las aguas.
El abogado, un hombre calvo y de voz
seria, felicitó a Mario y a Gloria por haber acudido a la Inspección, en donde
atienden de lunes a viernes varios casos parecidos. Además, les recordó que lo
importante en una conciliación es respetar al otro, aún más en un escenario
como este en el que los dos son vecinos.
—¿Tiene algo que decir para finalizar,
Mario?
—Ella traicionó mi confianza. Ella no
tuvo que decirle a nadie lo que nosotros hablamos.
—Deberías darme las gracias —dijo
Gloria— por mí te evitaste todas esas cosas. Qué tal que yo no hubiera dicho
nada...
—Aquí lo importante es que él está
arrepentido y no va a incurrir en esos actos que dijo ¿Cierto, Mario?
—Sí señor. Vamos a firmar el acta. Ella
sigue con su vida y yo sigo con la mía.
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