“Me voy “pelado”, como el ala de un murciélago”, como corresponde a
un poeta.
Comienza manifestando la
estima a su destinatario. Estimar es manifestar afecto por alguien, pero
también es un cálculo: “se estima que bajen los precios del petróleo”, por
ejemplo. El renunciante calculó y su cálculo le da como resultado, le indica,
pues, que es hora de abandonar el barco porque estima que el estimado ya no lo
es tanto.
“Debo reconocer que nací para martillo y del cielo me caen los clavos”
Afirmación sin duda
objetiva, veraz y oportuna. Los clavos, que llevamos veinte años recibiendo
martillazos, mazazos, zurda conductazos y hojillazos, damos fe de ello. Curiosa
la nomenclatura la que el régimen usa, que involucra siempre una suerte de
confesión de sus auténticos propósitos:
“Sepa usted, presidente, que yo sigo senderos rectos como una lanza”
La carta, luego, da un
giro teológico, para aludir a los apóstoles del “presidente”. Parece que, a la
inversa de Jesús, solo uno es honesto (él) y el resto traidores (“víboras con cabeza triangular”). Nos
revela –con premonitoria lucidez– su partida al infierno, “como San Pablo”
Nos revela, además, que
se retira de la política al oficio de ser abuelo para escribir, para sus
nietos, la historia de estos veinte años, en código de tío tigre y tío conejo,
supongo.
Nos confiesa que se va
sin bienes, que aprovecha para informar que vende un carro con poco uso, que su
esposa empeña las joyas de su antecesor en el cargo de embajador. Curiosas
confesiones para quien lleva dos décadas en puestos públicos de altos sueldos y
con gastos “cubridos”.
Atribuye el descalabro al
bloqueo norteamericano e italiano, con lo cual suponemos que sus ahorros están
en el imperio en vez de en el Banco de Venezuela en bolívares, donde tendrían
que estar los de todos los que confían en clima de progreso que vive Venezuela
“… sepa usted, Presidente, que su pueblo no solo es
insobornable sino, también, difícil de engatusar”
Curiosa conclusión para
ser hecha, por quien es parte de un régimen que ha sustentado su poder
político, antes y ahora, justamente en el más miserable de todos los sobornos:
comprar con comida el apoyo político. Acompañado este soborno con el más vil de
los engatusamientos: abusar de la ignorancia de un pueblo para venderle como
progreso la demolición de un país.
Por último señala el
renunciante que el insomnio le perturba. ¿Desde cuándo?, es la gran pregunta:
¿desde los tiempos de la vicepresidencia, de la fiscalía, de la Asamblea Nacional
Constituyente?
Se esfuerza, en
definitiva, el renunciante tanto en presentarse como una persona recta, como un
hombre justo, honrado, leal y de bien, que empieza uno a notar –con tal
exhibición de vehemencia– que más que a su jefe, la carta está dirigida a sí
mismo.
¿Habrá podido convencerse? Al mirarse al espejo, ¿qué leerá
en sus ojos?
Esas frases hechas son propias de cada lugar y algunas no les saco todo su jugo.
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