lunes, 8 de julio de 2019

0328: “¿En qué momento se había jodido el Perú?”


Homero Carvalho Oliva
La pregunta ha sido parafraseada en múltiples contextos y situaciones históricas. Antes de esta novela ya había leído La ciudad y los perros y La casa verde, que me iniciaron como un devoto de este autor a quien veía como un escritor osado, que jugaba con las estructuras y las técnicas literarias: los saltos temporales y espaciales; así como los temas de la actualidad de ese entonces tan lejano y tan cercano, tal el caso de las dictaduras. 
Leí la novela, el año 1976, cuando estaba en la universidad de la ciudad de La Paz y el hecho de que las conversaciones de la obra sean en un bar y hablaran de la dictadura de Manuel Odría y sus esbirros, me recordaban a las que teníamos en esos años de la dictadura de Banzer en cantinas malolientes en las que discutíamos los mismos temas políticos de Santiago y sufríamos la misma represión que Odría imponía en Perú con verdugos como Cayo Bermúdez. 
En el prólogo de la novela Vargas Llosa señala: “Entre 1948 y 1956 gobernó el Perú una dictadura militar encabezada por el general Manuel Apolinario Odría. En esos ocho años, en una sociedad embotellada, en la que estaban prohibidos los partidos y las actividades cívicas, la prensa censurada, había numerosos presos políticos y centenares de exiliados, los peruanos de mi generación pasamos de niños a jóvenes, y de jóvenes a hombres. Todavía peor que los crímenes y atropellos que el régimen cometía con impunidad era la profunda corrupción que, desde el centro del poder, irradiaba hacia todos los sectores e instituciones, envileciendo la vida entera”.
El año 1994 la realidad se acercó a la ficción cuando Óscar Eid y otros dirigentes del MIR, fueron acusados de recibir dineros del narcotráfico a partir de una fotografía con un reconocido narcotraficante; Eid pronunció su tristemente célebre frase: “¿Jodidos?, jodidos estamos todos” que lo enterró políticamente y me trajo a la mente la de Zavalita con respecto a su país. Y si hoy nos miramos en el espejo podemos repetir la ya inmortal pregunta de Zavalita y la patética respuesta de Eid, con la diferencia de que si antes una fotografía con un narco servía como prueba para incriminar a un político, ahora es apenas una anécdota y por eso estamos tanto o más jodidos que antes, ¿lo estaremos siempre? Quizá Zavalita tenga la respuesta y habría que releer la novela para encontrarla.

Claudio Ferrufino
¿Cuándo se jodió Bolivia? ¿O Argentina? ¿O Brasil? El Perú sigue jodido. Todos andamos más jodidos que nunca porque nos quitaron lo último que teníamos, la esperanza, esa mujer flácida e infiel que se apodaba Revolución. Hoy los pajpakus se adueñaron hasta de ella, revolcaron el pasado, enmierdaron el futuro.
Cayo Mierda representa a este grupo de ilustres delincuentes que puebla la tierra desde Agua Prieta hasta Ushuaia. Diestros o siniestros, ni importa. 
Este libro vigente pregunta por cincuenta años aquello que no tiene respuesta. O tantas tiene que cada una suelta resulta irrelevante. La Catedral, el bar de la esquina, viven con nosotros desde los fogones del Martín Fierro. Los mentideros perviven allí donde haya dos viejos y el asunto es recurrente: ¿cuándo nos jodimos? Que si el Mono Paz, que si Barrientos, que si Che o JJ. ¿Quién recuerda en el Perú a Hugo Blanco? El dolor se olvida; la muerte se oculta. La vida es un negocio turbio donde crecen los pendejos y se ahogan soñadores. 
¿Que si lo salvaría de un naufragio? Primero me salvo yo. Tengo el fetiche del libro, pero no tengo ídolos. A mi alma de coleccionista se opone mi espíritu ácrata. Lo leído vale y mejor volverlo a leer, así se lo preserva.

Alex Salinas
Conversación en la catedral es sin duda la cima del afán totalizador del escritor, del deseo por lograr una novela total, mural de la realidad peruana, tal como en su momento lo había hecho Ciro Alegría con El Mundo es ancho y ajeno (1941), novela que Vargas Llosa alguna vez había dicho admirar, pero que, según el propio escritor, fracasaba en convencernos, por el uso de técnicas narrativas obsoletas, por la intromisión de un narrador acartonado. Conversación en La Catedral, por lo contario, es el despliegue máximo de la ambición formal del peruano. El narrador desaparece casi por completo para dar lugar a los diálogos, que otorgan, a su vez, la ilusión de ser testigo antes que lector. El diálogo principal de Zavalita y Ambrosio en el bar La Catedral desemboca en el registro verbal de otros muchos personajes, otros muchos diálogos, que se leen de manera simultánea en las páginas, aunque provengan de distinto tiempo y lugar. A pesar de esto, la complejidad no deja cabos sueltos, las muchas historias se cierran, completadas en el texto o en la inferencia final de los lectores. Así, es una novela perfecta.
Ante todo, Conversación es una novela política, que responde, lo sabemos desde las primeras páginas, a la pregunta “En qué momento se jodió el Perú”. Sin embargo, a lo largo de la lectura, responde también una pregunta más profunda que el personaje principal se hace a sí mismo: ¿cuándo me jodí yo? Es decir, cuándo se perdió la inocencia de toda una generación, la pureza ideológica, la energía y la confianza de la juventud en el discurso político, ya sea aprista o comunista, para cambiar la realidad peruana. Al final, todo deviene en la tranza, en acomodo, simulacros de acción de los personajes, ya que la dictadura, la corrupción, los excesos del poder ilimitado lo envilecen todo, el universo de lo público y lo privado. En ese sentido, Conversación acaso sea la novela más relevante del peruano a la realidad política actual de Latinoamérica.

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