No oí el estruendo. Solo
vi unos cristales sobre el piso y en la mitad una pequeña esfera de plata que
destellaba en el sol del mediodía.
Los encargados del
banquete habían dejado caer la tapa de la bandeja de fino cristal de Murano.
Había que decirle al temperamental anfitrión y entregarle lo que quedó de la
cubierta: la esfera de plata que servía de agarradero.
Él tomó la esfera entre
su pulgar y su índice y la elevó hasta donde su brazo le dio.
–Es
preciosa –exclamó– y tiene el destello de una perla; lo ocultaba
siempre la mano de quien levantaba la cubierta para servir. El valor del
cristal no se equipara con el sosiego que me da contemplar este
brillo. ¡Qué accidente tan afortunado! Buen provecho para todos.
Hay que se positivos.
ResponderEliminarUn abrazo.
Y despidan al manos de mantequilla...
ResponderEliminarSaludos,
J.