Mi abuelo me llevaba s escuchar misa los domingos a la capilla de la Guadalupe
—Papá, ¿La Lupe es la niñera del niño Jesus?
—No, es su madre
—¿Entonces porque le dicen virgen?
—Porque era virgen cuando lo concibio
—¿Entonces ahora ya no lo es?
—Si, ahora ya no lo es.
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Si la misa empezaba a las ocho, nosotros estábamos: a
las siete cuarenta y cinco
A las ocho y media no cabía ni medio culo.
Pero, no faltaban las viejas que llegasen a las ocho
cuarenta y cinco
Y, mi abuelo cedía su asiento y el mío. Eso me
molestaba bastante
Me imagino que esas viejas se deben estar pudriendo en
el infierno, porque su actuar no tenía nada de cristiano: quitarle el asiento a
un niño
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Cuando cumplí los cinco años mis padres me dejaron con mis abuelos paternos Cinco años después por una rara casualidad mis padres llegaron de visita y en esos días se celebraba el “día de la madre” Como lo había hecho todos los años anteriores, corte una cartulina y en ella dibuje en los márgenes flores y arabescos y al centro escribí una bonita poesía para mi abuela.
Ufano se la mostré a mi padre, él la miró y busco con la mirada y me dijo: ¡y para Elvira!
Yo quedé como piedra, no entendí su reclamo, la única madre que conocía era mi abuela.
El metió la mano al bolsillo, saco dinero y me dijo que compre una tarjeta.
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Mia abuela era una excelente cocinera, además hacia empanadas, galletas, queques, tortas y una rosca que me encantaba con uva pasa y nueces. A ella le encantaba el queso —que mi padre le mandaba por arrobas—y en ese entendido en algunas comidas ella la complementaba con queso. A mi me gusta el queso con café; pero no en las comidas y allí se armaba el zafarrancho. Pues mi abuelo me exigía que acabe la comida y muchas veces quedaba sentado en la mesa hasta las tres de la tarde con un plato de comida fría, finalmente mi abuela aparecía como un ángel salvador, separaba la comida en dos partes. Yo tragaba (sin pensar) la porción mas pequeña y corría en busca de mis amigos.
¿La virgen de Guadalupe ya no es virgen? Jajaja ¡qué considerado tu abuelo! y ¡cómo me gusta la sinceridad de los niños! Y te comprendo, en mi casa ocurría igual, si no terminabas lo que te servían en el plato no podías levantarte de la mesa, pero como yo no tenía ningún ángel salvador tenía que recurrir a una guarrería que te confieso a hora que no nos escucha nadie. Cuando había una comida que no me gustaba, colocaba una bolsita en el bolsillo de mi chaqueta ( hiciera frío o calor la llevaba puesta en estas situaciones, que afortunadamente no era muchas ) de manera que en caso de desesperación pudiera introducir lo que no me gustara allí y poder evitar pasarme la tarde frente al plato ; )
ResponderEliminarMe ha encantado, un abrazo fuerte CHALY!
Esas beatas que iban a dar gracias a Dios por haberlas hecho tan buenas, siempre me han sublevado.
ResponderEliminarLa madre era la abuela, claro que sí.
Me ha encantado tu entrada de hoy.
Un abrazo.