-Vuelvo en seguida -y entró en el cuarto de baño.
Yo vacilaba entre esperarlo de
pie, fingiendo hacer algo o buscar algo en el neceser, o esperarlo sentada
fumando un cigarrillo, o echada ya en la cama. Cada una de esas posiciones
denotaba una postura interior y casi una forma de ser. Me pareció más lógica y
directa la última: dejé el salto de cama sobre un sillón y me introduje entre
las sábanas. Estaban frías y un poco húmedas. Sentí un nuevo estremecimiento. «No
pasa nada, tonta», me dije. Pensé en mi madre, y me pregunté por qué pensaba en
ella. Me habría gustado que estuviera cerca. «Probablemente lo está.» O que
estuvieran en una habitación próxima. «Niñerías y sandeces. Detrás de aquella
puerta está tu marido. Dentro de un minuto se abrirá y saldrá él, te estrechará
entre sus brazos y te cogerá. Al principio quizá te duela un poco, pero sabes
de sobra cuánta literatura se le echa a estas cosas.» Lo deseaba; deseaba
estrechar también su cuerpo; verlo desnudo, y que él me desnudara. «Qué alegría
más grande: el deber coincide por fin con el deseo»
En efecto, se abrió la puerta del baño. No apagó la luz de dentro; lo vi contra ella; no se había puesto nada.
-¿Quieres apagar desde ahí las demás luces?
Obedecí. Él se había quedado
inmóvil. Yo veía su espléndida silueta, con las piernas entreabiertas y una
mano ligeramente levantada. Le tendí los brazos. Se acercó. Se sentó en la
cama. Nos abrazamos con dulzura y sin prisas. Luego él echó hacia los pies de
la cama la ropa que me cubría. Con delicadeza, desató los lazos de los hombros
de mi camisón y, sosteniéndome, lo sacó por abajo. Yo pensé que, habría sido
más fácil sacármelo por la cabeza, pero lo pensé muy confusamente. Nuestras
bocas no se despegaban una de otra. Me acariciaba las espaldas, las nalgas, los
muslos. Yo acariciaba sus espaldas, que me parecían más anchas que nunca, sus
nalgas y sus muslos. Mis tetas se rozaban contra su pecho, y él se inclinó para
besármelos. Las brumas del deseo no me dejaban ver ninguna realidad -tampoco quería
verla yo-, ni medir el tiempo que pasaba... Sin saber bien la causa, quizá por
percibir una distracción suya, como si hubiese hecho un mínimo e intempestivo
aparte, me separé de él y abrí los ojos. Me estaba mirando. Sonreía con una
sonrisa infantil y avergonzada, como la de un niño sorprendido en una travesura.
-Te quiero tanto que no soy
capaz de demostrártelo. Pero no te preocupes: pasará. ¿Tú me quieres?
-Sabes muy bien que si. Ahora
quiero ser tuya. Ven ya -dije casi en su oído.
-Eso querría, pero... Nunca me
había ocurrido antes. Será que estoy cansado.
Sólo entonces entendí lo que insinuaba. Podía haberle preguntado qué otras veces y con quién había hecho el amor, no obstante, preferí decirle:
-No me importa. De verdad.
No sé cuánto tiempo
transcurrió hasta que fue quedándose dormido. Yo fingí que dormía mucho antes; incluso
sospeché que él lo fingía también. Habíamos olvidado correr las cortinas. Una
luz que se hacía más y más nacarada entró por la alta ventana que daba a un
claustro muy extenso. El cuarto entero tomaba un aire fantasmal. Yo oía su
respiración acompasada. Pensé de nuevo en mi madre, y me dormí sobre ese
pensamiento. Era como si tuviese apoyada mi frente en sus rodillas y ella me
cantara, lejos y dentro de mí a un tiempo, una nana vulgar: Duérmete, niña
mía, /que viene el coco /y se come a las niñas /que duermen poco,
bueno, alguns comienzos no son dulces pero no tienen que ser siempre asi :)
ResponderEliminarElla, pensando en su madre y él..a saber ¡claro así las cosas salen como salen! hay que estar a lo que se está : )
ResponderEliminarMuy buen relato, graaciass
Un abrazo!
Ese será que estoy cansado, no lo creo. Supongo que el hombre ya venía de otros lares y simplemente no tenía ganas. Ella se quedó entre las sábanas pensando..pensando.
ResponderEliminarAbrazos Chaly
Al final resultó que la veterana parecía ella y el novato él.
ResponderEliminarUn abrazo.