Guiado por la redondez absoluta del vientre que fue haciendo su mujer, Diego afirmó siempre que dentro guardaba los ambiciosos sueños de una niña. Josefa le pidió que no predijera lo que no podía saberse y él respondió que sabía todo desde el quinto mes y que ella perdía el tiempo tejiendo con estambre azul, porque la criatura sería niña y la llamarían Emilia para honrar a Rousseau y hacerla una mujer inteligente.
-¿Por qué tendría
que ser tonta
llamándose Deifilia?
Preguntó Josefa acariciando el nombre de su bisabuela.
-Porque partiría del error de creerse hija de Dios y
no hija nuestra. Y esta niña es hija nuestra.
-Hasta que saque la cabeza
Argumentó Josefa, que había pasado buena parte de su
preñez temiendo que se le escapara el prodigio. Como buen hombre del Caribe,
Diego estaba acostumbrado a no discutir con los milagros y reía siempre que su
mujer expresaba sus temores, dudando de su habilidad para no equivocarse a la
hora de hacer los vericuetos de una oreja o igualar el color de los ojos.
Porque ¿cómo podía saber lo que estaba haciendo, si su intervención era igual a
la que podría tener un ánfora?
-Un ánfora chiflada
Dijo Diego levantándose a darle un beso. Tenía los
hombros fuertes y los ojos claros iluminando la oscuridad de unas ojeras
precoces, la altura mediana del padre que Josefa guardaba en su memoria, las
palmas de sus manos marcando un acertijo, las yemas de los dedos hábiles y
atinadas. Se movía aún como el nadador que había sido, acechaba los guiños de
su mujer con el deseo entre los labios.
-No empieces. Has estado entrando y saliendo por el
camino de la criatura sin ningún respeto durante todo este tiempo. La podemos
lastimar.
-No afirmes cosas de ignorante, Josefa. Pareces
poblana
Dijo, volviendo a besarla.
-Soy poblana. Que tú vengas de una tierra de salvajes
no es mi culpa.
-¿Salvajes
los mayas? Por esas tierras no
había pasado un pie humano cuando Tulúm era un imperio de dioses terrenales.
-Los mayas desaparecieron hace siglos. Ahora todo eso es selva y ruinas
Dijo ella jugando con la vanidad de su marido.
-Todo eso es un paraíso. Tú lo vas a ver
Contestó Diego levantándola del sillón de bejuco en
que tejía y empujándola hacia la cama mientras le desabrochaba el camisón. Una
hora más tarde Josefa abrió los ojos y aceptó
-Tienes razón, es un paraíso.
-¿Verdad?
Dijo, mientras le acariciaba la redonda y palpitante
barriga.
Luego, volvió como vuelven los hombres a la tierra y
preguntó:
-¿Tendrás algo de comer?
Y toda conversación finaliza en la comida...
ResponderEliminarAbrazos Chaly
Aún no ha nacido la criatura y ya están discutiendo sobre el hierro con que quieren marcarla.
ResponderEliminarUn abrazo.