A principios del siglo XX París vivía el período
conocido como “Belle Époque”. El término hace
referencia al progreso del país, elevado a su máxima potencia en la capital,
donde las artes, la cultura y los avances tecnológicos hacían de París un
símbolo del mundo civilizado y a los franceses el ejemplo a seguir en modales
refinados. Pero esta percepción solo responde a la añoranza de tiempos mejores
tras el dramático período vivido en Europa durante la Primera Guerra Mundial.
Pues, durante las primeras décadas del siglo XX, la Ciudad de las Luz también
tuvo muchas sombras. La industrialización, las galerías de arte y los cafés
donde se compartían las ideas más cultas e innovadoras eran una preciosa
fachada tras la que se ocultaban barrios marginados llenos de pobres
hambrientos, excluidos de la sociedad bohemia y explotados en jornadas
laborales que seguían siendo inhumanas por muy patria de la Revolución que
fuera aquella región.
Y, como ha pasado siempre, los excluidos de la
sociedad tienden a unirse para crear sus propios códigos, conductas, estética
y, en definitiva, su propia cultura en contraposición a la sociedad que
los margina. Más todavía en el caso de los jóvenes que, a falta de encontrar un
sitio en la sociedad, se crearon el suyo. Desde los barrios de Belleville, La
Bastilla o Montmartre, entre otros del noreste de París, empezaron a surgir
bandas callejeras que prendieron la llama de la delincuencia y la
violencia. Un fuego avivado por la agitación de periódicos y revistas que
jugaron a crear una leyenda top ventas, que un sector del público acabó por
romantizar.
Delincuentes, pero con estilo
Es un fenómeno repetido en muchos países y épocas.
Recientemente hemos visto publicaciones y una serie de éxito dedicada a
los Peaky Blinders, el
nombre por el que se conocía a las bandas criminales de Birmingham a finales
del siglo XIX. Un proceso similar se vivió en París a partir de 1900, con
jóvenes criminales y violentos que recibieron el nombre de “apaches”.
Tal y como ocurría con los Peaky Blinders, los
gánsteres americanos y otros muchos sectores sociales similares, los
apaches de París tenían su propia estética. Gorras con viseras encasquetadas,
chaquetas de satén, camisetas de rayas, chalecos, cinturones de franela roja
que ajustaban en la cintura pantalones con bolsillos anchos y, colgando del
cuello, fulares con los colores que identificaran la banda a la que
pertenecían. Todo ello se acompañaba de tatuajes y unas siempre impolutas botas
con botones dorados. Hablaban, literalmente, su propio idioma, el “jare”, un
argot cuchicheado entre los callejones de los barrios pobres.
Una plaga de París
Como toda banda criminal, los apaches contaban con
sus armas
distintivas. El zarin era un pequeño cuchillo fino y afilado
fácil de ocultar. Palos, piedras, porras y puños americanos se unían al arsenal
donde el recurso más mortal era el revólver apache.
Se contaba que utilizaban la técnica del le
coup de pére François: un apache utilizaba su fular para atrapar por el cuello
a su víctima. Se giraba y, espalda con espalda, tiraba del fular mientras se
inclinaba hacia delante para dejar colgando a la víctima, a quien otro apache
robaba sus pertenencias, sin más opciones que ver cómo se marchaban los
ladrones mientras permanecía aturdido recuperando la respiración.
Diarios como “Le Matin” o “Le Petit Journal”
ilustraban sus portadas con estos pintorescos personajes y acompañaban las
imágenes con textos que despertaban terror entre la burguesía acomodada del
centro de París. Así narraba la situación “Le Petit Journal” el 20 de octubre
de 1907, cuando tachó a los apaches como una plaga de París:
“El apache es el rey de la calle. Atesta los
bulevares, ocupa las plazas. París es un campo de batalla en el que estos
malhechores se sirven impunemente del cuchillo y la pistola, asaltan a los
pacíficos viandantes y se entregan a reyertas entre ellos”.
El origen del apodo
También es común entre los fenómenos sociales elevados
a leyenda que contemos con distintas versiones acerca de un origen difícil
de rastrear objetivamente. Hay quien defiende que el calificativo de
“apaches” para definir estas bandas fue mencionado por primera vez en diciembre
de 1900 en un artículo de “Le Matin” por el periodista Henri Fouquier. Otros
retrasan la aparición y mencionan a otros escritores. Una de las versiones dice
que fue un agente de la Policía quien gritó a un detenido que se comportaban
como apaches y la expresión gustó tanto que los propios bandidos acogieron el
término y lo expusieron con orgullo.
En cualquier caso, la idea respondía al
estereotipo que había por entonces sobre los indígenas americanos, una imagen
extendida por novelas tan famosas como “El último mohicano” o el llamativo y
sensacionalista espectáculo de circo de Buffalo Bill que por aquellos años
estuvo de gira por Europa.
Sea como fuere, las mismas noticias que despertaron el
miedo y la fascinación por los apaches de París, volvieron a sumir en el olvido
a los marginados sociales en cuanto hubo temas más violentos y dramáticos que
contar. El estallido de la Primera
Guerra Mundial en 1914 diluyó la presencia de los jóvenes violentos,
que tuvieron que formar parte de las filas militares, lo que dio carpetazo
tanto a sus fechorías como a la visión romantizada de unas simples bandas criminales
que coparon portadas y conversaciones en la París de la “Belle Époque”.
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