domingo, 3 de septiembre de 2023

0748: en la Belle Époque

A principios del siglo XX París vivía el período conocido como “Belle Époque”. El término hace referencia al progreso del país, elevado a su máxima potencia en la capital, donde las artes, la cultura y los avances tecnológicos hacían de París un símbolo del mundo civilizado y a los franceses el ejemplo a seguir en modales refinados. Pero esta percepción solo responde a la añoranza de tiempos mejores tras el dramático período vivido en Europa durante la Primera Guerra Mundial. Pues, durante las primeras décadas del siglo XX, la Ciudad de las Luz también tuvo muchas sombras. La industrialización, las galerías de arte y los cafés donde se compartían las ideas más cultas e innovadoras eran una preciosa fachada tras la que se ocultaban barrios marginados llenos de pobres hambrientos, excluidos de la sociedad bohemia y explotados en jornadas laborales que seguían siendo inhumanas por muy patria de la Revolución que fuera aquella región. 

Y, como ha pasado siempre, los excluidos de la sociedad tienden a unirse para crear sus propios códigos, conductas, estética y, en definitiva, su propia cultura en contraposición a la sociedad que los margina. Más todavía en el caso de los jóvenes que, a falta de encontrar un sitio en la sociedad, se crearon el suyo. Desde los barrios de Belleville, La Bastilla o Montmartre, entre otros del noreste de París, empezaron a surgir bandas callejeras que prendieron la llama de la delincuencia y la violencia. Un fuego avivado por la agitación de periódicos y revistas que jugaron a crear una leyenda top ventas, que un sector del público acabó por romantizar.

Delincuentes, pero con estilo

Es un fenómeno repetido en muchos países y épocas. Recientemente hemos visto publicaciones y una serie de éxito dedicada a los Peaky Blinders, el nombre por el que se conocía a las bandas criminales de Birmingham a finales del siglo XIX. Un proceso similar se vivió en París a partir de 1900, con jóvenes criminales y violentos que recibieron el nombre de “apaches”. 

Tal y como ocurría con los Peaky Blinders, los gánsteres americanos y otros muchos sectores sociales similares, los apaches de París tenían su propia estética. Gorras con viseras encasquetadas, chaquetas de satén, camisetas de rayas, chalecos, cinturones de franela roja que ajustaban en la cintura pantalones con bolsillos anchos y, colgando del cuello, fulares con los colores que identificaran la banda a la que pertenecían. Todo ello se acompañaba de tatuajes y unas siempre impolutas botas con botones dorados. Hablaban, literalmente, su propio idioma, el “jare”, un argot cuchicheado entre los callejones de los barrios pobres. 

Una plaga de París

Como toda banda criminal, los apaches contaban con sus armas distintivas. El zarin era un pequeño cuchillo fino y afilado fácil de ocultar. Palos, piedras, porras y puños americanos se unían al arsenal donde el recurso más mortal era el revólver apache.

Se contaba que utilizaban la técnica del le coup de pére François: un apache utilizaba su fular para atrapar por el cuello a su víctima. Se giraba y, espalda con espalda, tiraba del fular mientras se inclinaba hacia delante para dejar colgando a la víctima, a quien otro apache robaba sus pertenencias, sin más opciones que ver cómo se marchaban los ladrones mientras permanecía aturdido recuperando la respiración.

Diarios como “Le Matin” o “Le Petit Journal” ilustraban sus portadas con estos pintorescos personajes y acompañaban las imágenes con textos que despertaban terror entre la burguesía acomodada del centro de París. Así narraba la situación “Le Petit Journal” el 20 de octubre de 1907, cuando tachó a los apaches como una plaga de París: 

“El apache es el rey de la calle. Atesta los bulevares, ocupa las plazas. París es un campo de batalla en el que estos malhechores se sirven impunemente del cuchillo y la pistola, asaltan a los pacíficos viandantes y se entregan a reyertas entre ellos”. 

El origen del apodo

También es común entre los fenómenos sociales elevados a leyenda que contemos con distintas versiones acerca de un origen difícil de rastrear objetivamente. Hay quien defiende que el calificativo de “apaches” para definir estas bandas fue mencionado por primera vez en diciembre de 1900 en un artículo de “Le Matin” por el periodista Henri Fouquier. Otros retrasan la aparición y mencionan a otros escritores. Una de las versiones dice que fue un agente de la Policía quien gritó a un detenido que se comportaban como apaches y la expresión gustó tanto que los propios bandidos acogieron el término y lo expusieron con orgullo. 

En cualquier caso, la idea respondía al estereotipo que había por entonces sobre los indígenas americanos, una imagen extendida por novelas tan famosas como “El último mohicano” o el llamativo y sensacionalista espectáculo de circo de Buffalo Bill que por aquellos años estuvo de gira por Europa. 

Sea como fuere, las mismas noticias que despertaron el miedo y la fascinación por los apaches de París, volvieron a sumir en el olvido a los marginados sociales en cuanto hubo temas más violentos y dramáticos que contar. El estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914 diluyó la presencia de los jóvenes violentos, que tuvieron que formar parte de las filas militares, lo que dio carpetazo tanto a sus fechorías como a la visión romantizada de unas simples bandas criminales que coparon portadas y conversaciones en la París de la “Belle Époque”.

  

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