La verbena de la Paloma (Benito Perojo, 1935)
La versión republicana de Perojo, la primera de la más mítica de las zarzuelas, sigue siendo un monumento de viveza, alegría, humor y ritmo que, demasiado a menudo, creemos no existía en el clásico cine español.
Morena clara (Florián Rey, 1936)
Icono absoluto del cine republicano, con este símbolo del final de la II República, una historia de pillos, engaños, humor, amor y música, con sorprendente mensaje anti racista (en relación al pueblo gitano) para la época y una Imperio Argentina mucho más inmensa que esa coletilla de “obsesión de Hitler” por la que siempre se la recuerda.
Sierra de Teruel (André Malraux y Boris Peskine, 1940)
Joya sobre la lucha del bando republicano en la Guerra Civil. Una obra apabullante, emocional y tremendamente vanguardista a la par que realista, ‘Sierra de Teruel’ no se vio en España hasta 1978.
La torre de los siete jorobados (Edgar Neville, 1944)
En el oscuro franquismo de posguerra, la figura de Edgar Neville, un adelantado a su tiempo, se emerge como la gran luz en la oscuridad. La viveza y originalidad de su cine eran únicas, y lo siguen siendo. Todavía hoy no lo reivindicamos demasiado, quizás porque su nombre lleva a engaños en cuanto a eso de español (nació y murió en Madrid). Veremos más obras suyas a continuación pero solo con esta, algo así como ‘El gabinete del Doctor Caligari’ de nuestro cine, una historia sobre hipnotismo, sociedades secretas y romance, se merece más de una plaza en el centro de la capital. Eso sí, si nos ponemos puntillosos y no perdonamos el año de producción de la cinta, hemos de admitir que tiene una lectura antisemita evidente.
La vida en un hilo (Edgar Neville, 1945)
Seguimos con Neville y con una Screwball Comedy. Una “adivina del pasado” (sí, como lo leéis), le cuenta a una viuda reciente en un viaje en tren como hubiera sido su vida si se hubiera casado con su otro pretendiente. Más allá de las deliciosas citas y los afinados diálogos, sin olvidarnos del juego de flashbacks, nos quedamos con la velada pero brutal crítica a la sociedad de provincias y a esa manía tan patria de criticar por criticar.
El crimen de la calle de Bordadores (Edgar Neville, 1946)
La adaptación de una historia real capaz de mezclar comedia castiza con la mejor intriga hollywoodiense. Figura, además, un uso de flashbacks contradictorios que ríete tú de Kurosawa y ‘Rashomon’
Embrujo (Carlos Serrano de Osma, 1947)
Una película de las llamadas “folklóricas”. Carlos Serrano de Osma creó para el lucimiento de Lola Flores y Manolo Caracol una de las cintas más estéticas y visuales de todo nuestro cine, Entre encadenados y mágicas actuaciones de la faraona se cuenta una historia, cuanto menos notable, de amor, obsesión, éxito y alcoholismo.
Vida en sombras (Llorenç Llobet-Gràcia, 1948)
Todo cinéfilo se ha enamorado alguna vez de ‘Cinema Paradiso’, y con razón. Pero habría que haber llegado antes a este emotivo, fantástico y metatextual homenaje al séptimo arte que no solo precede a la cinta italiana en varias décadas sino que la supera.
Surcos (José Antonio Nieves Conde, 1951)
Clásico del cine franquista, con un drama impecable sobre una familia que deja el campo por la ciudad en busca de una vida mejor y, uno a uno, van cayendo en desgracia.
Cielo Negro (Manuel Mur Oti, 1951)
La historia trata sobre una joven tan buena como inocente, engañada cruelmente por un amor epistolar que en realidad no existe. Una auténtica obra rompecorazones llena de potencia, rebeldía, momentos de auténtica catarsis y una Susana Canalejas tan inmensa que casi, casi, nos hace no nombrar también lo excepcional que está Fernando Rey. Denle más ensaimadas y café con leche, por favor.
No veo cine español no me gusta ek acento gallego
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