viernes, 21 de julio de 2017

013: tijereteando

—Los hombres son así la mayoría, ¿o no?
— ¿Qué quieres decir?
—Lo que quieren es estar libres y sin ataduras. Ojalá mi nieto sea así también.
—Sí, yo creo que la mayoría es así.
—Yo creo que mi nieto no se va a meter con la primera que se le cruce.
—Si le toma el gusto a la libertad, no. Éste a ella le decía que le gustaba tanto sentir el viento en la cara. En sus adentros él tendría la pretensión de compararse con el viento, pienso yo.
—No creo, yo me lo imagino más bien apocado.
—Por eso mismo, su otro yo. Libre como el viento, y completamente irresponsable, que va arrasando con todo y no se da vuelta para ver los destrozos.
—A nosotras no nos da por ahí, ¿verdad?
— ¿No qué?
—El viento no nos gusta. A las mujeres. Nos despeina, o trae polvo a la casa.
—Ahora la moda es decir que las mujeres habríamos nacido así también, irresponsables como ellos, pero que la educación nos cambió. Pero para saber a ciencia cierta si eso es verdad habría que nacer de nuevo. ¿Tú que crees?
—A todo esto, dijiste que había cosas muy picantes que me iban a escandalizar. Yo estoy esperando y todavía de picante no hubo nada.
—Ya vas a ver. Y esa noche ella estuvo contentísima con la gente del congreso, pudo concentrarse en todo eso y quedaron todos de tertulia hasta muy tarde, un grupo muy armonioso. Todos muy dentro de la misma corriente.
—Y claro, si eran todos medio comunistas no tenían motivo para pelearse.
—Sí, pero a veces hay algunos más fanáticos que otros. La cuestión es que ella se fue a dormir tarde y se despertó a las siete de la mañana. Y él todavía no había llegado. Ella ahí saltó de la cama sin perder un instante, porque si él le daba tiempo se podía arreglar un poco, ante todo lavarse los dientes, y echarse bastante agua fría en los ojos para deshinchar los párpados, que después de los cuarenta son siempre la piedra del escándalo.

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