sábado, 29 de julio de 2017

019: Adela

— ¿Se metieron al agua después de comer?
—No, antes de comer, él estaba ahí preparándose para zambullirse y la Gabriela le gritó de lejos que se animara a tirarse, que quería ver un buen salto ornamental. Y a él le dio un ataque de risa. Y Adela no sabía de qué se reía él tanto, y él no quería decir.
— ¿Por qué?
—Es lo que le preguntó Adela. Y él se reía, y se reía. Y ella estaba encantada de verlo tan contento, pero también intrigada por esa risa misteriosa. Y él le contó que la Gabriela de vez en cuando le miraba donde no debía. Pero él se daba cuenta, la podía controlar mirándola de reojo. ¿Te das cuenta lo que te digo, no? La Gabriela le miraba la bragueta.
—Pero las mallas de hombre no tienen bragueta.
—Pero lo que esa pobre Gabriela quería ver... era lo que está debajo de la bragueta, ¿me explico?
—Se le iban los ojos, pobre. ¿Pero eso por qué le daba risa a él?
—Porque de buenas a primeras estaba ahí de gran galán, y al sentirse centro de las miradas se puso a caminar un poco más derecho, y tratando de meter la barriga.
— ¿Cómo quedaba en malla?
—Yo no lo vi nunca, ni con malla ni sin malla. Y después de comer les contó de esas noches de pesca, de cómo hay que estar siempre atento, porque una riada se puede desatar en cualquier momento, pero el que es ducho la presiente. Y mientras él hablaba la Gabriela escuchaba muy impresionada, y Adela la empezó a observar, para ver si la otra miraba donde no debía. Y una vez la pescó in fraganti. Y ahí esta Adela tuvo un arranque muy raro. Les dijo que la disculpasen, que quería estar sola un rato, quería caminar y pensar sola, y los otros dos se quedaron bastante cortados, y Adela le guiñó el ojo a él, y se largó a caminar.
—No te creo.
—Ella no se lo creía a sí misma. Dice que le vino una lástima tan grande de la otra, le pareció tan injusto que una tuviera tanto y la otra nada, que le vino ese arranque de prestárselo un rato.

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