Homero Carvalho Oliva
La pregunta ha sido
parafraseada en múltiples contextos y situaciones históricas. Antes de esta
novela ya había leído La ciudad y los
perros y La casa verde, que me
iniciaron como un devoto de este autor a quien veía como un escritor osado, que
jugaba con las estructuras y las técnicas literarias: los saltos temporales y
espaciales; así como los temas de la actualidad de ese entonces tan lejano y
tan cercano, tal el caso de las dictaduras.
Leí la novela, el año
1976, cuando estaba en la universidad de la ciudad de La Paz y el hecho de que
las conversaciones de la obra sean en un bar y hablaran de la dictadura de
Manuel Odría y sus esbirros, me recordaban a las que teníamos en esos años de
la dictadura de Banzer en cantinas malolientes en las que discutíamos los
mismos temas políticos de Santiago y sufríamos la misma represión que Odría
imponía en Perú con verdugos como Cayo Bermúdez.
En el prólogo de la
novela Vargas Llosa señala: “Entre 1948 y
1956 gobernó el Perú una dictadura militar encabezada por el general Manuel
Apolinario Odría. En esos ocho años, en una sociedad embotellada, en la que
estaban prohibidos los partidos y las actividades cívicas, la prensa censurada,
había numerosos presos políticos y centenares de exiliados, los peruanos de mi
generación pasamos de niños a jóvenes, y de jóvenes a hombres. Todavía peor que
los crímenes y atropellos que el régimen cometía con impunidad era la profunda
corrupción que, desde el centro del poder, irradiaba hacia todos los sectores e
instituciones, envileciendo la vida entera”.
El año 1994 la realidad
se acercó a la ficción cuando Óscar Eid y otros dirigentes del MIR, fueron
acusados de recibir dineros del narcotráfico a partir de una fotografía con un
reconocido narcotraficante; Eid pronunció su tristemente célebre frase: “¿Jodidos?, jodidos estamos todos” que
lo enterró políticamente y me trajo a la mente la de Zavalita con respecto a su
país. Y si hoy nos miramos en el espejo podemos repetir la ya inmortal pregunta
de Zavalita y la patética respuesta de Eid, con la diferencia de que si antes
una fotografía con un narco servía como prueba para incriminar a un político,
ahora es apenas una anécdota y por eso estamos tanto o más jodidos que antes,
¿lo estaremos siempre? Quizá Zavalita tenga la respuesta y habría que releer la
novela para encontrarla.
Claudio Ferrufino
¿Cuándo se jodió Bolivia?
¿O Argentina? ¿O Brasil? El Perú sigue jodido. Todos andamos más jodidos que
nunca porque nos quitaron lo último que teníamos, la esperanza, esa mujer
flácida e infiel que se apodaba Revolución. Hoy los pajpakus se adueñaron hasta
de ella, revolcaron el pasado, enmierdaron el futuro.
Cayo Mierda representa a
este grupo de ilustres delincuentes que puebla la tierra desde Agua Prieta
hasta Ushuaia. Diestros o siniestros, ni importa.
Este libro vigente
pregunta por cincuenta años aquello que no tiene respuesta. O tantas tiene que
cada una suelta resulta irrelevante. La Catedral, el bar de la esquina, viven
con nosotros desde los fogones del Martín Fierro. Los mentideros perviven allí
donde haya dos viejos y el asunto es recurrente: ¿cuándo nos jodimos? Que si el
Mono Paz, que si Barrientos, que si Che o JJ. ¿Quién recuerda en el Perú a Hugo
Blanco? El dolor se olvida; la muerte se oculta. La vida es un negocio turbio
donde crecen los pendejos y se ahogan soñadores.
¿Que si lo salvaría de un
naufragio? Primero me salvo yo. Tengo el fetiche del libro, pero no tengo
ídolos. A mi alma de coleccionista se opone mi espíritu ácrata. Lo leído vale y
mejor volverlo a leer, así se lo preserva.
Alex Salinas
Conversación en la catedral es sin duda la cima del afán
totalizador del escritor, del deseo por lograr una novela total, mural de la
realidad peruana, tal como en su momento lo había hecho Ciro Alegría con El Mundo es ancho y ajeno
(1941), novela que Vargas Llosa alguna vez había dicho admirar, pero que, según
el propio escritor, fracasaba en convencernos, por el uso de técnicas
narrativas obsoletas, por la intromisión de un narrador acartonado. Conversación en La Catedral, por lo
contario, es el despliegue máximo de la ambición formal del peruano. El
narrador desaparece casi por completo para dar lugar a los diálogos, que
otorgan, a su vez, la ilusión de ser testigo antes que lector. El diálogo
principal de Zavalita y Ambrosio en el bar La Catedral desemboca en el registro
verbal de otros muchos personajes, otros muchos diálogos, que se leen de manera
simultánea en las páginas, aunque provengan de distinto tiempo y lugar. A pesar
de esto, la complejidad no deja cabos sueltos, las muchas historias se cierran,
completadas en el texto o en la inferencia final de los lectores. Así, es una
novela perfecta.
Ante todo, Conversación
es una novela política, que responde, lo sabemos desde las primeras páginas, a
la pregunta “En qué momento se jodió el Perú”. Sin embargo, a lo largo de la
lectura, responde también una pregunta más profunda que el personaje principal
se hace a sí mismo: ¿cuándo me jodí yo? Es decir, cuándo se perdió la inocencia
de toda una generación, la pureza ideológica, la energía y la confianza de la
juventud en el discurso político, ya sea aprista o comunista, para cambiar la
realidad peruana. Al final, todo deviene en la tranza, en acomodo, simulacros
de acción de los personajes, ya que la dictadura, la corrupción, los excesos
del poder ilimitado lo envilecen todo, el universo de lo público y lo privado.
En ese sentido, Conversación acaso sea la novela más relevante del peruano a la
realidad política actual de Latinoamérica.