A comienzos de la década de los años 60, se topó en el colegio San Calixto de La Paz con su amigo jesuita Lorenzo Catalá, le contó que había reprobado en el examen de ingreso a la universidad, el religioso le preguntó qué iba a hacer mientras tanto y el Gato respondió que buscaría trabajo. Catalá le contó que el padre José Gramunt de Moragas estaba en busca de un gacetillero.
Cuando conoció al Gato le lanzó, una pregunta: “¿Sabes
escribir?” Salazar esbozó una respuesta condicionante en una sola palabra:
“Depende” El sacerdote le pidió que redactara una noticia. “Nunca lo había
hecho hasta entonces. Me dijo ‘a ver, toma nota’ y me dictó unos datos de un
hecho cualquiera, creo que, de un accidente, y me dijo que escribiera una
noticia en base a eso. Entonces tardé como una hora en escribir, le entregué y
él leyó y leyó. Tachó cosas con un lápiz rojo y me dijo ‘bueno, contratado’
Por entonces no había Comunicación Social en la malla
curricular académica y decidió estudiar Derecho y Ciencias Políticas, que tenía
cierto guiño con el periodismo. Aprendió de derecho romano, las leyes y
decretos durante tres años hasta que brilló una luz en su horizonte profesional.
“Se abrió la carrera en la Universidad Católica
Boliviana, la cual en principio fue sólo para periodistas en ejercicio, para
darnos la oportunidad de conseguir un título académico en periodismo. Dejé
Derecho y empecé Comunicación Social, terminé la carrera con la idea después de
volver a terminar Derecho, pero ya salí exiliado el 71 porque era dirigente de
las Federaciones de Trabajadores de la Prensa de Bolivia”
Dictaduras y dictablandas
Mientras Salazar decidía su futuro académico, el país
entraba a la olla hirviendo de las dictaduras. “Yo empecé el 64 si no me
equivoco, probablemente en abril o mayo, y poco tiempo después vino el
derrocamiento de Paz Estenssoro, el 4 de noviembre. Eso fue el fin del doble
sexenio del MNR y el inicio del triple sexenio militar, con la serie de golpes
militares y al medio la guerrilla del Che Guevara”
Eran tres los periodistas liderados por el padre
Gramunt. “José Luis Alcázar, con quien después escribí un libro sobre la
guerrilla; Óscar Rivera Rodas, un poeta escritor que trabajó después en
Presencia y yo”, enumera Salazar.
Las noticias que ellos hacían viajaban en flota a
Oruro, para ser impresas en La Patria; y volaban por avión al diario Prensa
Libre, de Cochabamba. Eran periodistas todo terreno. “A las dos de la tarde
terminábamos de escribir nuestro boletín diario y llevábamos el material. Era,
como yo digo, periodistas tres en uno porque en la mañana éramos reporteros, a
mediodía nos convertíamos en redactores y después mensajeros”, refiere el Gato,
quien a la hora de elegir animales él prefiere los perros.
La guerrilla de Ñancahuazú marcó a Salazar y a su
generación. Ahora, quien es director de la carrera de Comunicación Social en la
Universidad Católica Boliviana, cuenta que el periodismo es un oficio que se
alimenta sobre todo en la calle y en la sala de redacción. “Se aprende leyendo
buen periodismo y escribiendo. Éste es un oficio que vas desarrollando con el
tiempo y claro, obviamente la academia es importante”, indica el hombre que
cubrió campeonatos mundiales de fútbol, pero quien no tiene una casaca
futbolera.
Cuenta que en el periodismo cada vez se requiere una
mayor especialización y que las generalidades ya casi están obsoletas.
Pero antes no era así. En los tiempos de la guerrilla
del Che Guevara, por ejemplo, Salazar escribía de forma telegrafiada (sin
artículos y yendo al corazón noticioso) porque no había cómo enviar noticias de
un lugar a otro.
Recuerda su primer encontronazo con el telegrafista
que recibió su mensaje. “Era un telegrafista acostumbrado a mandar mensajes muy
cortos, como ‘feliz cumpleaños’, ‘feliz Navidad’, ‘mañana viajo’, etcétera.
Cuando estaba entrando a Ñancahuazú entregué al telegrafista mi primer despacho
redactado en mi máquina de escribir. Era una página nada más y el telegrafista
se enojó conmigo porque no estaba acostumbrado a enviar textos así”.
En 1994, cuando viajó a cubrir el levantamiento
zapatista de Chiapas, las condiciones habían cambiado. Vio cómo algunos
periodistas se mandaban la parte con las computadoras portátiles y los
teléfonos celulares que pesaban tanto como las mochilas de los guerrilleros.
Ésta y más aventuras similares están en su reciente libro A la guerra en
taxi.
Se deslumbró con la guerrilla sandinista y se
desilusionó con el actual presidente Daniel Ortega, líder sandinista.
Reflexiona: “El poder corrompe y el poder total corrompe totalmente”. Y los
periodistas están para eso, para desnudar al poder y enfrentarlo.
“Los tiempos han cambiado, los periodistas no son los
mismos y las guerras no son lo que eran”, cuenta el Gato. Él es hoy en día un
vecino tranquilo de Obrajes; pero sus ojos claros fueron testigos de las
inequidades cometidas en dictaduras y en dictablandas. Sus manos escribieron,
contaron y recontaron la historia.