viernes, 31 de marzo de 2023

0674: “Oye, Gato, ¿por qué te dicen Juan Carlos?”

 A comienzos de la década de los años 60, se topó en el colegio San Calixto de La Paz con su amigo jesuita Lorenzo Catalá, le contó que había reprobado en el examen de ingreso a la universidad, el religioso le preguntó qué iba a hacer mientras tanto y el Gato respondió que buscaría trabajo. Catalá le contó que el padre José Gramunt de Moragas estaba en busca de un gacetillero.

Cuando conoció al Gato le lanzó, una pregunta: “¿Sabes escribir?” Salazar esbozó una respuesta condicionante en una sola palabra: “Depende” El sacerdote le pidió que redactara una noticia. “Nunca lo había hecho hasta entonces. Me dijo ‘a ver, toma nota’ y me dictó unos datos de un hecho cualquiera, creo que, de un accidente, y me dijo que escribiera una noticia en base a eso. Entonces tardé como una hora en escribir, le entregué y él leyó y leyó. Tachó cosas con un lápiz rojo y me dijo ‘bueno, contratado’

Por entonces no había Comunicación Social en la malla curricular académica y decidió estudiar Derecho y Ciencias Políticas, que tenía cierto guiño con el periodismo. Aprendió de derecho romano, las leyes y decretos durante tres años hasta que brilló una luz en su horizonte profesional.

“Se abrió la carrera en la Universidad Católica Boliviana, la cual en principio fue sólo para periodistas en ejercicio, para darnos la oportunidad de conseguir un título académico en periodismo. Dejé Derecho y empecé Comunicación Social, terminé la carrera con la idea después de volver a terminar Derecho, pero ya salí exiliado el 71 porque era dirigente de las Federaciones de Trabajadores de la Prensa de Bolivia”

Dictaduras y dictablandas

Mientras Salazar decidía su futuro académico, el país entraba a la olla hirviendo de las dictaduras. “Yo empecé el 64 si no me equivoco, probablemente en abril o mayo, y poco tiempo después vino el derrocamiento de Paz Estenssoro, el 4 de noviembre. Eso fue el fin del doble sexenio del MNR y el inicio del triple sexenio militar, con la serie de golpes militares y al medio la guerrilla del Che Guevara”

Eran tres los periodistas liderados por el padre Gramunt. “José Luis Alcázar, con quien después escribí un libro sobre la guerrilla; Óscar Rivera Rodas, un poeta escritor que trabajó después en Presencia y yo”, enumera Salazar.

Las noticias que ellos hacían viajaban en flota a Oruro, para ser impresas en La Patria; y volaban por avión al diario Prensa Libre, de Cochabamba. Eran periodistas todo terreno. “A las dos de la tarde terminábamos de escribir nuestro boletín diario y llevábamos el material. Era, como yo digo, periodistas tres en uno porque en la mañana éramos reporteros, a mediodía nos convertíamos en redactores y después mensajeros”, refiere el Gato, quien a la hora de elegir animales él prefiere los perros.

La guerrilla de Ñancahuazú marcó a Salazar y a su generación. Ahora, quien es director de la carrera de Comunicación Social en la Universidad Católica Boliviana, cuenta que el periodismo es un oficio que se alimenta sobre todo en la calle y en la sala de redacción. “Se aprende leyendo buen periodismo y escribiendo. Éste es un oficio que vas desarrollando con el tiempo y claro, obviamente la academia es importante”, indica el hombre que cubrió campeonatos mundiales de fútbol, pero quien no tiene una casaca futbolera.

Cuenta que en el periodismo cada vez se requiere una mayor especialización y que las generalidades ya casi están obsoletas.

Pero antes no era así. En los tiempos de la guerrilla del Che Guevara, por ejemplo, Salazar escribía de forma telegrafiada (sin artículos y yendo al corazón noticioso) porque no había cómo enviar noticias de un lugar a otro.

Recuerda su primer encontronazo con el telegrafista que recibió su mensaje. “Era un telegrafista acostumbrado a mandar mensajes muy cortos, como ‘feliz cumpleaños’, ‘feliz Navidad’, ‘mañana viajo’, etcétera. Cuando estaba entrando a Ñancahuazú entregué al telegrafista mi primer despacho redactado en mi máquina de escribir. Era una página nada más y el telegrafista se enojó conmigo porque no estaba acostumbrado a enviar textos así”.

En 1994, cuando viajó a cubrir el levantamiento zapatista de Chiapas, las condiciones habían cambiado. Vio cómo algunos periodistas se mandaban la parte con las computadoras portátiles y los teléfonos celulares que pesaban tanto como las mochilas de los guerrilleros. Ésta y más aventuras similares están en su reciente libro A la guerra en taxi.

Se deslumbró con la guerrilla sandinista y se desilusionó con el actual presidente Daniel Ortega, líder sandinista. Reflexiona: “El poder corrompe y el poder total corrompe totalmente”. Y los periodistas están para eso, para desnudar al poder y enfrentarlo.

“Los tiempos han cambiado, los periodistas no son los mismos y las guerras no son lo que eran”, cuenta el Gato. Él es hoy en día un vecino tranquilo de Obrajes; pero sus ojos claros fueron testigos de las inequidades cometidas en dictaduras y en dictablandas. Sus manos escribieron, contaron y recontaron la historia.

miércoles, 29 de marzo de 2023

0673: un entorno laboral saludable

 La salud mental es un derecho humano fundamental. Lo define como “un estado de bienestar mental que permite a las personas hacer frente a los momentos de estrés de la vida, desarrollar todas sus habilidades, poder aprender y trabajar adecuadamente y contribuir a la mejora de su comunidad”.

 Lolita Berdecio, gerente de desarrollo humano del puticlub “Lunita azul”, asegura que el impacto de la salud mental es vital en la productividad. Es más, el bienestar de las chicas es una variable esencial a la hora de buscar ganancias. Por ello, apuesta a la construcción de mejores ambientes laborales.

“La pandemia cambió mucho nuestra forma de trabajar (…). Eso nos hizo ser conscientes de que había una necesidad que atender, no podíamos seguir hablando de bienestar, si no estábamos dándoles herramientas a todo nuestro equipo para gestionarlo. Ese bienestar partía de algo que parece muy básico, pero en ese momento no se hablaba tanto de eso como se habla hoy: la salud emocional”

Escuchar y conocer diferentes realidades

El tema de la salud mental continúa siendo muy delicado de abordar. En el ambiente laboral, las conversaciones personales entre la madame y las chicas, son muy poco frecuentes. Berdecio explica cómo la gerencia de capital humano de su puticlub rompió esa brecha entre lo personal y lo profesional.

“Empezamos a hacer conversaciones y llamadas telefónicas dando retroalimentación entre el equipo de desarrollo humano, muchos comenzaron a comentar: ‘He hablado con tres chicas hoy y una de ellas me dijo que se siente mal porque tiene un familiar preso, otra chica me explicó que no está pudiendo compaginar su trabajo con las tareas de la casa y otra chica me dice que se siente culpable porque ha contagiado a un familiar”, apunta como ejemplo la experta.

En situaciones como la que describe Berdecio, los proxenetas juegan un rol fundamental para gestionar el bienestar de sus chicas. El estrés y la sobrecarga laboral eran evidentes y necesitaban ser atendidos.

Una frase que describe a la perfección el momento: “yo me doy cuenta que en mi equipo hay chicas que están pasando este momento en un barco y otras chicas que están en un botecito inflable, súper vulnerable y desafiante en medio de esta tempestad”.

Los entornos de trabajo seguros y sanos tienen más probabilidades de minimizar la tensión, mejoran la fidelización del personal, el rendimiento y la productividad laboral.

lunes, 27 de marzo de 2023

0672: en vez de coger: follar

 Me he dado cuenta que el coger no es ni romántica ni sentimental.

 

—¿Y estos achachairuses?

—Ayer cogí tu camioneta y fui a Porongo

 

—¿Mírala que contenta y feliz esta mi hermanita!

—Anoche me la cogí

 

Coger no es romántica, es practica

 

Por eso he decidido utilizar la palabra Follar

 

Follar es… romántica: “Ayer follamos hasta el atardecer”

Espiritual: “Mientras follaba sentí que mi alma se elevaba a los cielos”

Sentimental: “Siento que mi corazón palpita de amor cuando te follo”

 

Desecho: Tirar, por plebeya y vulgar, pues todo el mundo se la pasa tirando.

viernes, 24 de marzo de 2023

0671: Matilde


Si presento como malo algo bueno que me pasó tal vez logre que el destino me lo compute como tal y que la próxima venga buena de nuevo, pensaba sin pensar. Hay una realidad aún peor que esa clase de encadenamiento de buenas y malas: el destino no tiene tanto sentido de justicia, y suele ser cruel, caprichoso y desordenado. A veces, a una mala siguen otra mala y otra mala, y otra más. Y a veces, las buenas parece que no acabarán nunca hasta que de pronto se nos cae el piano en la cabeza y nos orinan cien elefantes.

Pero Matilde pertenecía también a la tribu de los que sienten culpa cuando no sufren. Le habían metido en la cabeza que «sin sacrificio no hay beneficio» y, por lo tanto, que gozar era estar en falta y que solo se avanzaba sufriendo. Cuando el motivo central de un gran dolor espiritual desaparecía, su cuerpo buscaba otro como si lo extrañara. Siempre tenía que macerar un sufrimiento en ciernes, no fuera cosa que estuviera haciendo algo mal y el destino la pasara a degüello. El sufrimiento descarga una adrenalina que es adictiva. Cuando falta el sufrimiento, hay síndrome de abstinencia: inquietud, angustia, pánico. Algunas personas que dejan de sufrir echan de menos a su gran enemigo, y buscan uno nuevo que lo reemplace. Buscan un sufrimiento flamante para volver a sufrir tranquilas.

Pedro, su marido, no puede ser más diferente. En una cena nos dejó con el aliento cortado. Parafraseando a Borges, dijo: «Que otros se jacten de lo que han escrito y leído, yo me jacto de lo que he tomado». A continuación, nos refirió la variedad de drogas que había probado en su vida, desde la marihuana hasta la cocaína, pasando por el peyote y el éxtasis. Esa insólita jactancia no hubiera pasado de un momento chistoso si no fuera porque mi amigo aseguró que cuando su hija creciera se sentaría con ella y le contaría las propiedades de cada droga para que ella pudiera decidir maduramente cómo consumirlas. Y que la alentaría incluso a hacerlo, porque la experiencia resultaba enriquecedora.

Pedro era muy progre: colegio de laxas normas en Caballito, breve paso por el Partido Intransigente («Nicaragua, Nicaragua vencerá»), furiosa militancia contra Menem, lectura obligada de Le Monde diplomatique, adoración por las medicinas alternativas y últimamente acuerdos más o menos expresos y efusivos con el peronismo cool, el nacionalismo revisionista y el evitismo candente.

Una tarde lo vi temblando. Quizá le hubiera venido bien un porro, porque se tomaba un Alplax cada quince minutos. Le preguntamos qué estaba pasando: su hija había vuelto a casa con aliento a vodka. Tiene diecisiete años, y ni siquiera estaba borracha. Pero al marido de Matilde se le había caído el mundo encima: ya había buscado en Google el número de Alcohólicos Anónimos. A riesgo de pasar por reaccionario, le recordé a aquel otro amigo garantista que teníamos en común. Un día le dieron un tirón en la calle y le robaron el maletín. Corrió al chorro veinte cuadras, lo tiró al piso, le pateó las costillas y el bazo y lo mandó a terapia intensiva. El maletín tenía un bloc de hojas vacío y un sándwich de milanesa para el almuerzo.

Es un placer cenar con Matilde y con Pedro. Los neuróticos son más divertidos que los tipos lógicos.

Jorge Fernandez Diaz

jueves, 23 de marzo de 2023

0670: Cuáles son las señales para saber si te quiere

 ¿Cómo percibimos que el siente por mí el mismo amor y la misma devoción, que siento por él?

Si bien hacemos todo lo posible para que vivan felices y con sus necesidades físicas y emocionales cubiertas, es inevitable preguntarse: “Me quiere o simplemente me tolera porque vivimos juntos y le doy de comer?” El concepto del amor que tenemos las mujeres es diferente para los hombres, ya que su manera de demostrar cariño difiere de la nuestra.

A su vez, a la luz del conocimiento actual, sabemos que sí sienten, pero no cómo lo hacen en profundidad. Si quisiéramos aproximarnos a conocer sus sentimientos, deberíamos tratar de entender su código y, hay algunas demostraciones muy claras.

Se sabe que estos sienten afecto y necesidad de estar junto a las mujeres, y es conocido que pueden entender y reaccionar frente a las emociones humanas como la felicidad, la tristeza o la ira.

El comportamiento, depende del cómo se lo trate.

Ellos tienen claras señales demostrativas de afecto y buen vínculo.

La primera señal, la más conocida, es el cachondeo. Ellos suelen cachondear en muchísimas ocasiones, como, por ejemplo, cuando están estresados, enfermos o moribundos, pero siempre lo hacen cuando están a gusto. Los momentos de felicidad los remiten a cuando eran bebes y manoseaban al tomar la leche de su mamá; por eso repiten la conducta.

Otras señales son propinar pequeños pellizcos de cariño. Cuando están a gusto, muchas veces empiezan a acicalarse y mientras tanto, lanzan un pellizco. Aunque no lo parezca, esa es una forma genuina de demostrar su amor.

Otro signo de cariño es que el se frote con la que convive.

El manoseado es otra señal inequívoca de amor. Ellos han aprendido ese comportamiento cuando eran pequeños, estimulando, con este movimiento, la bajada de la leche materna.

Un signo no tan conocido pero muy frecuente con el que ellos demuestran cariño es entrecerrando los ojos, como si hicieran “ojitos”. Es una expresión de estar a gusto y de clara empatía. Este gesto se puede devolver y lo entienden como un mensaje recíproco.

Si él duerme al lado tuyo es una gran muestra de afecto, ya que cuando descansan son completamente vulnerables y pueden ser víctimas de alguna depredadora. Si se acuesta en la cama confía en que no le vas a hacer daño y se siente protegido de cualquier peligro. Si, además, cuando duerme te muestra la panza, te está mostrando su parte más vulnerable y es un signo de absoluta confianza y entrega.

Como ves, la manera de mostrar amor es muy especial y sabiendo identificarla podréis corresponderla.

Juanita Romero Capriles

lunes, 20 de marzo de 2023

0669: Cuando la diva perdió el glamour

 En el apogeo de su belleza y de su arrasador éxito como protagonista de comedias de teléfono blanco, la actriz conoció también a su ángel de la guarda. La muchacha se llamaba Otilia, tenía diecisiete años, venía recomendada y parecía honesta. La actriz la tomó a prueba y por el camino la vistió, la educó y se preocupó por refinar sus gustos. Y le dio acceso exclusivo a su camarín y los sets. La actriz era veleidosa e insegura, y Oti sabía cabalgar las olas de su pena y euforia. Cuatro años después era imprescindible: criticaba vestidos, peinados y joyas; ayudaba a memorizar la letra y opinaba prudentemente sobre escenas y situaciones. La actriz se acostumbró a llevarla a las privadas y a rogarle su parecer sobre cada gesto y entonación. ¿Estuve bien ahí, Oti? Muchas veces, Oti le respondía: Estuvo majestuosa.

Al menos dos veces, en el transcurso de los años siguientes, Oti influyó sobre su patrona para que desistiera de un protagónico o tomara un papel menor pero consagratorio en una gran película. Fue enemiga silenciosa de dos maridos sucesivos de la actriz, que la desvalijaron y la abandonaron. La actriz, en cada uno de esos finales, la miró a Oti llorando y le dijo: Tenías razón. A pesar de que Oti jamás había abierto la boca.

La actriz se transformó en una verdadera diva cuando pasó del cine a la televisión, y Oti tuvo que sostenerla anímicamente en sus miedos. Las telenovelas la hicieron más famosa de lo que había sido nunca. Tuvo dos décadas brillantes, en parte gracias a que Otilia era su mano derecha y no le permitía cometer errores. Para conseguir una entrevista con la diosa de los culebrones había que seducir a su ángel protector: los periodistas la llenábamos de lisonjas y regalos. Oti abría o cerraba la puerta, y todo lo hacía en un segundo plano funcional y perfecto. A cambio, la millonaria no le retaceaba dinero, premios, comisiones. Mientras su jefa frecuentaba los romances turbios y la bebida, Oti ahorraba peso sobre peso y cultivaba la castidad. Muchas veces participaba en los comités de crisis para sacar a su patrona de sus sucesivos infiernos. Fue, en materia de alcoholismo, una acompañante terapéutica. Y fue también la hija que no había tenido, la administradora que le faltaba, la asistente que estaba en cada detalle, la objetora de guiones, la psicóloga. Cuando la actriz se sintió vieja tuvieron una única disputa. Otilia le recriminó que rechazara pequeños papeles en espera de la gran oportunidad. Tenía que reconvertirse y aceptar «participaciones especiales». No podía darse el lujo de repetir el estigma del «crepúsculo de los dioses». La actriz, repitiendo quizá la vieja escena de una comedia, le dio una bofetada, y Oti hizo las valijas y se marchó.

Al mes, la diva fue a buscarla para pedirle perdón y para mostrarle que había firmado un contrato: era un personaje secundario en un unitario, pero de una presencia decisiva. Oti regresó y su patrona tuvo diez años más de pequeños pero jugosos roles, de premios, de hombres inescrupulosos y de recaídas etílicas.

En la vejez plena, era un fantasma arrugado e irreconocible, había vendido todo lo que tenía para pagar deudas y estaba internada en un geriátrico. Oti tenía, en cambio, dos departamentos en Barrio Norte y una casa de veraneo en Pinamar; se había casado con un tramoyista retirado y la visitaba todas las semanas.

Un día la vio ausente y sola, en el fondo del patio, y no pudo con su genio: se la llevó a su casa y la instaló en el cuarto de servicio. Todos los días, a las cinco de la tarde, se sentaban juntas a ver por el canal Volver la repetición de un ciclo de los años setenta.

¿Estuve bien ahí, Oti?, le preguntaba a cada rato la diva marchita. Estuvo majestuosa, le respondía su ángel. Majestuosa.

Jorge Fernández Diaz

 

 

jueves, 16 de marzo de 2023

0668: “Ellas Hablan”

El drama de las mujeres de la Colonia Menonita Manitoba

La película “Ellas Hablan” nominada al Oscar para la mejor película, recibió el domingo pasado el Oscar al mejor guion adaptado. Dirigida por Sarah Polley y basada en la novela de la canadiense Miriam Toews, la cinta es conmovedora y las ocho protagonistas, reunidas durante días en un granero, comentan, doloridas y humilladas, la forma salvaje como son maltratadas y violadas por los hombres de su comunidad.

En el fondo es una denuncia y una protesta contra los varones de Manitoba, contra el machismo, contra el patriarcado que degenera en incesto, lo que las coloca en la terrible disyuntiva de “o no hacer nada, o de quedarse en la comunidad y luchar o de irse”.

Manitoba, la más conservadora de las colonias menonitas, así como otras menos rígidas que están ubicadas en las proximidades de Santa Cruz-Bolivia. Los varones menonitas de Manitoba hablan muy poco con los extraños y las mujeres ni una sola palabra. Los hombres por reservados y temerosos de referirse al tema, y las mujeres porque simplemente no hablan español –solo el arcaico e incomprensible bajo alemán– y porque una menonita no se relaciona con nadie que no pertenezca a la colonia por temor a ser castigada o cuando menos censurada.

En una comunidad como la menonita, dedicada a Dios, al trabajo y a cuidar de la gran prole, era algo impensable que algunos de sus miembros pudieran cometer pecados tan horrorosos. Y es por eso que, durante los primeros meses, los habitantes de Manitoba creían firmemente que les había caído encima la ira de Dios por sus faltas. Que Dios los había desprotegido y que el diablo era el sujeto perverso que violaba a niñas, niños, adolescentes y mayores, de una manera tan cruel y misteriosa, sin dejar huella. El miedo cundió entre las familias afectadas. Se produjeron hasta agrias disputas hogareñas porque se empezó a sospechar de los propios hombres de la casa. Se sospechó del incesto, que no había sido extraño en una sociedad tan cerrada a las relaciones sexuales prematrimoniales; en un grupo humano endogámico. Finalmente, una chiquilla recordó un rostro de sus violadores y ellos fueron apresados.

Algunos de los obispos quisieron procesarlos en la colonia, pero los afectados, por primera vez en más de setenta años, pidieron la intervención de la justicia boliviana. Así fue como los violadores fueron entregados a la Policía y luego de un penoso juicio llevados al penal de Palmasola con una sentencia de 25 años.

En la película Ellas hablan no se menciona a la colonia de Manitoba y se supone que es algo que podría suceder en cualquier otro asentamiento agricola. Además, las ocho mujeres que se reúnen en el granero acusan a todos los hombres de ser los violadores, lo que no es verdad porque los delincuentes que lo hicieron fueron aprehendidos. Por último, todas las mujeres deciden irse de la colonia (no “huir” sino irse, insisten ellas) y parten en una enorme caravana de carromatos, lo que tampoco es cierto, porque no existió ese éxodo. No deja de ser absurdo pensar que todas las mujeres de la colonia se hubieran marchado sin que sus esposos e hijos se opusieran a dejarlas partir, pero todo esto último es parte, sin duda, de la fabulación de la escritora Toews o de la directora y guionista Sarah Polley. 

miércoles, 15 de marzo de 2023

0667: un libro que jamás olvidaremos

 Ursula, con los pies puestos en la tierra, advierte a sus hijas las realidades del matrimonio: »Los hombres piden más de lo que tú crees», aconseja a Remedios cuando ésta se enamora voluptuosamente de José Arcadio: »Hay mucho que cocinar, mucho que barrer, mucho que sufrir por pequeñeces, además de lo que crees.» Y al no hallar eco de sus palabras, porque tampoco pierde la cordura por no ser oída, «La abandonó a su suerte, confiando que tarde o temprano ocurriera un milagro, y que en este mundo donde había de todo hubiera también un hombre con suficiente cachaza para cargar con ella.»

 

            Es capaz de percibir los cambios de los tiempos: «Los años de ahora ya no vienen como los de antes», solía decir, sintiendo que la realidad cotidiana se le escapaba de las manos…

 

            Se aferra a la vida por amor, por el deseo de estar junto a los suyos a pesar de todo: «Ursula se resistía a envejecer, y estorbaba por todos lados, y trataba de meterse en todo…» «se empeñó en un callado aprendizaje de las distancias de las cosas, y de las voces de la gente, para seguir viendo con la memoria (…) más tarde había de descubrir el auxilio imprevisto de los olores, que se definieron en las tinieblas con una fuerza mucho más convincente que los volúmenes y el color…»

 

            La vejez la vuelve todavía más juiciosa para comprender lo que no puede cambiarse: «en la impenetrable soledad de la decrepitud dispuso de tal clarividencia para examinar hasta los más insignificantes acontecimientos de la familia, que por primera vez vio con claridad las verdades que sus ocupaciones de otro tiempo le habían impedido ver. Por la época en que preparaban a José Arcadio para el seminario, ya había hecho una recapitulación infinitesimal de la vida de la casa desde la fundación de Macondo, y había cambiado por completo la opinión que siempre tuvo de sus descendientes. Se dio cuenta de que el coronel Aureliano Buendía no le había perdido el cariño a la familia a causa del endurecimiento de la guerra, como ella creía antes, sino que nunca había querido a nadie, ni siquiera a su esposa Remedios ni a las incontables mujeres que tuvo (…) Vislumbró que no había hecho tantas guerras por idealismo (…) sino que había ganado y perdido por el mismo motivo, por pura y pecaminosa soberbia. Llegó a la conclusión de que aquel hijo por quien ella habría dado la vida era simplemente un hombre incapacitado para el amor.»

domingo, 12 de marzo de 2023

0666: así pensaban nuestros abuelos

 

—Trata de hacer de ella una mujer brillante, me gustaría que fuese una mujer inteligente.

—¿Qué crees que sea mejor, que sea inteligente o buena?

—¿Buena para qué? Uno no es bueno para nada a menos que sea inteligente.

—Por supuesto, deseo que sea buena, pero no dejará de ser virtuosa por no ser tonta. No temo que sea mala; no hay un grano de maldad en su carácter, y no lo habrá. Es buena como el pan, como dicen los franceses.

—Pero dentro de seis años no me gustaría tener que compararla con un buen trozo de pan con mantequilla.

—¿Temes que vaya a ser insípida? Querido hermano, soy yo quien le va a proporcionar la mantequilla, así que no debes preocuparte.

sábado, 11 de marzo de 2023

0665: el Paraíso

 El Pentateuco, el Génesis y el Corán rinden pleitesía a esa geografía histérica.

Pero los musulmanes le dan su más acabada descripción. ¡Vale la pena! Arroyos, jardines, ríos, manantiales, terrazas floridas, frutos y bebidas magníficas, huríes de grandes ojos, siempre vírgenes, jóvenes amables, camas en abundancia, vestimentas magníficas, telas lujosas, adornos extraordinarios, oro, perlas, perfumes, vajillas preciosas, nada le falta a ese folleto de agencia de turismo ontológico. ¿La definición del Paraíso? El antimundo, lo contrario de lo real.

Los musulmanes respetan escrupulosamente los ritos, observan una lógica rigurosa de lo lícito y lo ilícito y obedecen las leyes drásticas que norman la división de las cosas en pura e impuras.

En el Paraíso, todo eso se termina. No hay obligaciones, ni ritos, ni rezos.

En el banquete celestial, beben vino (83, 25, y 47, 15), consumen cerdo (52, 22), cantan, lucen adornos de oro (18, 31) -prohibidos en vida-, comen y beben en platos y vasos hechos con metales preciosos -ilícitos en la Tierra-, visten de seda -repugnante en este mundo, pues el hilo es una excreción de la larva...-, bromean con las huríes (44, 54), disponen de vírgenes eternas (55, 70) o de efebos (56, 17) en divanes bordados con piedras preciosas -en la tienda del desierto, sólo hay una alfombra; y mujeres legítimas, tres como máximo-: de hecho, todo lo prohibido se vuelve accesible, ad libitum...

En el campamento, la vajilla es de barro cocido; en el Paraíso, de piedras y metales preciosos; en la tienda, sentados en alfombras de pieles ásperas, comparten una modesta ración difícil de encontrar todos los días, leche de camello, carne de cordero, té de menta: en el Cielo, los manjares y bebidas abundan en cantidades astronómicas, dispuestos sobre tapices de satén verde, y brocados; bajo el toldo tribal, los olores son agrios, fuertes e intensos -sudor, mugre, cuero, pieles de animales, humo, sebo, grasa-; en compañía de Mahoma, sólo se aspiran magníficas fragancias: alcanfor, almizcle, jengibre, incienso, mirra, canela, cinamomo, ládano; alrededor del fuego, si por casualidad beben alcohol, los amenaza la ebriedad: en los empíreos musulmanes se desconoce la ebriedad (37, 47) y, cosa apreciable, los dolores de cabeza (56, 19). ¡Además, el consumo inmoderado no es pecado!

Siempre en la lógica del Paraíso como antimundo deseable para inducir la aceptación del mundo real, a menudo indeseable: el islam fue originalmente una religión del desierto con un clima inhóspito, en extremo cálido y violento; en el Paraíso reina la primavera eterna, ni sol, ni luna, una claridad eterna, nunca de día, nunca de noche. ¿El siroco curte la piel y el harmattani calcina la carne? En el cielo islámico, el viento impregnado de almizcle se colma de la dulzura de los ríos de leche, miel, vino y agua, luego distribuye generosamente su dulzor.

¿La cosecha es a menudo azarosa, a veces recolectan, a veces no, o recolectan poco, bayas ridiculas, dátiles sueltos, unos cuantos higos? ¡En la morada de Mahoma hay uvas tan grandes que un cuervo que quiera volar alrededor del racimo necesitará más de un mes para dar toda la vuelta!

¿En la inmensa superficie de arena de los desiertos, la frescura de la sombra es escasa y bienvenida? En el palacio de la Ideas musulmanas, un caballo tarda cien años en salir de la sombra de un banano. ¿Las caravanas se extienden en las dunas, el avance es lento y los kilómetros resultan interminables en la arena? Los establos del Profeta poseen caballos alados, hechos de rubíes rojos, liberados de obligaciones materialistas, que se desplazan a velocidades siderales...

Por último, podemos hacer las mismas observaciones con respecto al cuerpo. Compañero pesado que, sin descanso, exige raciones de agua, alimento, satisfacciones libidinales, otras tantas ocasiones de alejarse del Profeta y la oración, otros tantos motivos de servidumbre con relación a las necesidades naturales, el cuerpo en el Paraíso irradia inmaterialidad: ya no son necesarias las comidas, excepto por el puro placer. En caso de que se ingiera alimento, la digestión no estorba. Jesús, por ejemplo, que come pan y pescado, y bebe vino, no evacúa jamás... No tiene flatulencias ni se le escapan gases, ¡porque sus vapores pestilentes en la Tierra se convierten en eructos perfumados de almizcle en el Cielo, exhalados del cuerpo a través de la humedad de la piel!

Ya no estamos sometidos a las exigencias de la procreación para asegurar la descendencia: ya no dormimos, porque en lo sucesivo no sufrimos de fatiga; ya no nos limpiamos los mocos ni escupimos; ignoramos las enfermedades hasta el fin de los tiempos; borramos de nuestro vocabulario la tristeza, el miedo y la humillación, tan imperiosos en la Tierra; ya no deseamos -el deseo es dolor y falta, dice la tradición platónica...-, al deseo le basta con aparecer para transformarse en placer de inmediato; mirar una fruta con ganas es suficiente para sentir su gusto, textura y perfume en la boca...

¿Quién puede negarse a eso? Comprendemos que, tentados por esas vacaciones de sueño perpetuo, millones de musulmanes vayan a los campos de batalla desde la primera expedición del Profeta en Najla hasta la guerra de Irán-Irak; que bombas humanas terroristas palestinas desencadenen la muerte en las terrazas de los cafés israelíes; que piratas del aire lancen aviones de línea contra las Torres Gemelas de Nueva York; que armadores de explosivos de plástico despanzurren trenes llenos de personas que van a trabajar a Madrid.

Aún se obedecen esas fábulas que dejan pasmada a la inteligencia más modesta...

miércoles, 8 de marzo de 2023

0664: Frases de Lin Yutang

 01.La mitad de la belleza depende del paisaje y la otra mitad del hombre que la mira.

02.El hombre superior ama su alma; el hombre inferior ama su propiedad.

03.Vive como si no fueras a morir nunca, actúa como si fueras a morir mañana.

04.El máximo de poder es la iniciación de la decadencia.

05.La sabiduría de la vida consiste en eliminar lo que no sea esencial.

06.El humor es parte de la vida y en consecuencia no debe ser excluido, ni aun de la literatura seria.

07.En esta vida hay lágrimas, y lo que importa, después de todo, es ante qué lloramos.

08.Si no puedes vivir una vida bella, debes soñarla.

09.Perdonamos a los grandes del mundo porque han muerto; pero en vida son imperdonables.

10.Los que son sabios, poco hablan; y los que hablan mucho, son poco sabios.

11.Hay dos maneras de difundir la luz... Ser la lámpara que la emite, o el espejo que la refleja.

12.No hay una edad para empezar a ser galante ni para dejar de serlo.

 

Un hombre educado es el que tiene los amores y los odios juntos.

No hay condición tan baja que no tenga esperanzas, ni ninguna tan alta que no inspire temor.

Bromear es una de las cosas amenas de la vida, pero cuesta muchos años de aprendizaje.

La sabiduría de vivir consiste en eliminar lo que no es indispensable.

 

Quiero algunos buenos amigos que sean tan familiares como la vida misma; amigos con los que no haya necesidad de ser cortés y que me cuenten todas sus dificultades, las matrimoniales y las demás; amigos capaces de citar a Aristóteles y de contar cuentos subidos de color; amigos que sean espiritualmente ricos y que puedan hablar de obscenidades y de filosofía con el mismo candor; amigos que tengan aficiones y opiniones definidas sobre las cosas, que tengan sus creencias y respeten las mías.

lunes, 6 de marzo de 2023

0663: “Siempre amé demasiado, pero nunca sabiamente”

"92–50–92" Todavía faltaba mucho para que un periodista del show business llevara a letras de molde la célebre definición: “Es el animal más hermoso del mundo”.

Pero pronto, a la mejor manera de Hollywood, dos matrimonios. Con Mickey Rooney –que sería un ícono: actuó desde niño casi hasta los 94 años–, y con el rey del clarinete Artie Shaw.

Parejas fugaces: un año cada una. Pero un lustro más tarde, en 1951, boda con el hombre de su vida. Para bien. Para mal. Para desatar tormentas atronadoras y escándalos récord.

Para amarse, odiarse, volver a amarse, no olvidarse jamás.

Boda con Frank Sinatra. Ninguno de los dos volvió a repetir una pasión tan brutal. De ríos de alcohol. De sexo irrepetible, según ambos. Pero imposible de sostenerse en el tiempo. Frank fue exacto en explicarlo: –No podíamos seguir porque somos demasiado parecidos. Le faltó completar la definición: “en la locura”.

El territorio definitivo (cielo e infierno) fue España.

Ella llegó allá para filmar Pandora y el Holandés Errante. Lugar: Tossa de Mar, en la Costa Brava. Y el país se metió en su sangre como "un dulce veneno": tres palabras dignas de una novelita de Corín Tellado… Bares infinitos. Tablados gitanos. Noches corridas hasta que apuntaba el sol.

¡Los toros! Pero más (mucho más), los toreros.

Como Mario Cabré primero y Luis Miguel Dominguín después. Sin secretos. A la vista. En toda la prensa. Con palabras de sinceridad brutal: 

–Me encanta España porque se parece a mí. Es violenta, rural, caprichosa…

Por supuesto, las noticias de sus correrías nocturnas, sus amantes, su desenfreno, llegan a las entrañas de Sinatra –cuya vida no era la de un monje cartujo, aclaremos–, que llega por primera vez a España en 1950 ciego de ira y de celos, con seis cajas de Coca Cola y un collar de esmeraldas. Y es leyenda su amenaza: 

–Si te vuelvo a oír hablar de ese tipo, ¡los mataré a los dos!

Por fin, en 1957, luego de seis años salvajes, se divorciaron. Pero nunca se olvidaron. Ni siquiera para el sarcasmo. Cuando ella se enteró de la boda de él con Mia Farrow, dijo: 

–Siempre supe que Frank acabaría en la cama con un muchachito… 

Ava Gardner no fue una gran actriz (como Bette Davis, por ejemplo), pero tampoco lo necesitó: la belleza y el magnetismo bastaban. Pero además, a pesar de que jamás abandonó su desaforada vida, tenía una fuerza titánica. Según un famoso director, “aunque haya dormido una hora, es capaz de filmar durante diez, sin desmayo, y repitiendo exactamente sus líneas”. Ella lo explicaba así: –Son mis genes de campesina. 

viernes, 3 de marzo de 2023

0662: algo muy grave va a suceder en este pueblo

Imagínese usted un pueblo muy pequeño donde hay una señora vieja que tiene dos hijos, uno de 17 y una hija de 14. Está sirviéndoles el desayuno y tiene una expresión de preocupación. Los hijos le preguntan qué le pasa y ella les responde:

-No sé, pero he amanecido con el presentimiento de que algo muy grave va a sucederle a este pueblo.

Ellos se ríen de la madre. Dicen que esos son presentimientos de vieja, cosas que pasan. El hijo se va a jugar al billar, y en el momento en que va a tirar una carambola sencillísima, el otro jugador le dice:

-Te apuesto un peso a que no la haces.

Todos se ríen. Él se ríe. Tira la carambola y no la hace. Paga su peso y todos le preguntan qué pasó, si era una carambola sencilla. Contesta:

-Es cierto, pero me ha quedado la preocupación de una cosa que me dijo mi madre esta mañana sobre algo grave que va a suceder a este pueblo.

Todos se ríen de él, y el que se ha ganado su peso regresa a su casa, donde está con su mamá o una nieta o en fin, cualquier pariente. Feliz con su peso, dice:

-Le gané este peso a Dámaso en la forma más sencilla porque es un tonto.

-¿Y por qué es un tonto?

-Hombre, porque no pudo hacer una carambola sencillísima estorbado con la idea de que su mamá amaneció hoy con la idea de que algo muy grave va a suceder en este pueblo.

Entonces le dice su madre:

-No te burles de los presentimientos de los viejos porque a veces suceden.

La pariente lo oye y va a comprar carne. Ella le dice al carnicero:

-Véndame una libra de carne -y en el momento que se la están cortando, agrega-: Mejor véndame dos, porque andan diciendo que algo grave va a pasar y lo mejor es estar preparado.

El carnicero despacha su carne y cuando llega otra señora a comprar una libra de carne, le dice:

-Lleve dos porque hasta aquí llega la gente diciendo que algo muy grave va a pasar, y se están preparando y comprando cosas.

Entonces la vieja responde:

-Tengo varios hijos, mire, mejor deme cuatro libras.

Se lleva las cuatro libras; y para no hacer largo el cuento, diré que el carnicero en media hora agota la carne, mata otra vaca, se vende toda y se va esparciendo el rumor. Llega el momento en que todo el mundo, en el pueblo, está esperando que pase algo. Se paralizan las actividades y de pronto, a las dos de la tarde, hace calor como siempre. Alguien dice:

-¿Se ha dado cuenta del calor que está haciendo?

-¡Pero si en este pueblo siempre ha hecho calor!

-Sin embargo -dice uno-, a esta hora nunca ha hecho tanto calor.

-Pero a las dos de la tarde es cuando hay más calor.

-Sí, pero no tanto calor como ahora.

Al pueblo desierto, a la plaza desierta, baja de pronto un pajarito y se corre la voz:

-Hay un pajarito en la plaza.

Y viene todo el mundo, espantado, a ver el pajarito.

-Pero señores, siempre ha habido pajaritos que bajan.

-Sí, pero nunca a esta hora.

Llega un momento de tal tensión para los habitantes del pueblo, que todos están desesperados por irse y no tienen el valor de hacerlo.

-Yo sí soy muy macho -grita uno-. Yo me voy.

Agarra sus muebles, sus hijos, sus animales, los mete en una carreta y atraviesa la calle central donde está el pobre pueblo viéndolo. Hasta el momento en que dicen:

-Si éste se atreve, pues nosotros también nos vamos.

Y empiezan a desmantelar literalmente el pueblo. Se llevan las cosas, los animales, todo. Y uno de los últimos que abandona el pueblo, dice:

-Que no venga la desgracia a caer sobre lo que queda de nuestra casa -y entonces la incendia y otros incendian también sus casas.

Huyen en un tremendo y verdadero pánico, como en un éxodo de guerra, y en medio de ellos va la señora que tuvo el presagio, clamando:

-Yo dije que algo muy grave iba a pasar, y me dijeron que estaba loca.

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

Nota: En un congreso de escritores, al hablar sobre la diferencia entre contar un cuento o escribirlo, García Márquez contó lo que sigue, "Para que vean después cómo cambia cuando lo escriba". 

miércoles, 1 de marzo de 2023

0661: la mujer de mi padre

 Odio a mi padre, y él lo sabe. También quiere matarme, pero no concibe el gesto de hundir el cuchillo en mi pecho. En compensación, como un pirata, se dedica al pillaje a diario. Roba pedazos de mí y no me los devuelve. Y lo hace por medios diversos, como convenciéndome de que no estoy a la altura de él ni de la mujer que ha traído a casa. Y si menciona a Ana, es porque ya sabe que deseo a la puta de su mujer.

Esa Ana, cuyo nombre está en la Biblia, tiene una función divisoria. Por lo que he entendido, a ella correspondió coser con aguja gruesa el manto que abriga el Antiguo y el Nuevo Testamento.

Pues, al anunciar a María que estaba encinta del Salvador, ganó una importancia inusitada. Pero esta Ana, la de mi padre, heredera universal, no fue testigo de la ira que existe en el Antiguo Testamento y que dirige aún hoy nuestros instintos.

Al contrario de lo que afirma mi padre, no he estudiado, pero he leído. Frecuento la biblioteca del pueblo. Entre nosotros nunca ha habido un solo licenciado. Somos ejecutores que castigan a otros seres desde la esclavitud, y aprendimos a arrancar oro de la tierra.

Yo ni para eso sirvo. No sé dar órdenes ni decretar la miseria sin piedad como mi padre, que no reparte monedas, sino que las guarda para comprar a Ana.

Me lamento igual que el profeta Jeremías, por cuya historia me interesé. Sin embargo, soy un hombre que carece de intensidad. La verga es mi enemigo. No inflama la carne de Ana. Vivo como un castrado sumergido en mi propia sangre. Qué imagen tan siniestra tengo de mi vida sin sol. 

Cuántas veces habré huido, siempre mirando atrás, a la espera de que me siguieran. Pero nadie me echa en falta. Hace poco desaparecí y nadie dijo: «¿Dónde está João, que no ha venido a comer ni a cenar?». Si mi madre estuviera viva, habría tomado medidas pese a mi padre. Por eso cuando murió me escondí en el establo, entre las vacas. No busqué refugio en esa huida. Esperé a que anocheciera. Rehuí la conmiseración de los vecinos, conocedores de la enemistad entre padre e hijo. Pero regresé tres días después, sucio y hambriento. Al entrar en casa, nadie me dio la bienvenida. Solo Maria, que está con nosotros desde la infancia.

—Ya era hora, niño. Ve a darte un baño, que apestas.

Mi padre se regocijó con la muerte de mi madre, que lo perseguía por sus traiciones. No respetaba ni a las empleadas, hasta el extremo de que mi madre vigilaba a cualquier criada nueva, para luego cedérsela a cambio de ampliar su poder en casa.

Ella no le daba tregua. Tan pronto mi padre pisaba el umbral de la puerta, mi madre le exigía los favores debidos. La convivencia conyugal los hizo cómplices. La alianza perversa preveía que ella gobernara la fortuna y él, quedando exento de los deberes conyugales, mantuviera a las amantes a su alcance. Tal pacto lo dispensó de llorar en su entierro. 

Un día, mi padre anunció la llegada de Ana. Se limitó a ponerla en el centro del salón, como un jarrón chino, y a darle, delante de todos, las llaves de la caja fuerte y todas las dependencias. Y que nadie pusiera en entredicho que era su mujer, pese a ser quien era. A partir de aquel momento, la casa pertenecía a la recién llegada.

Un acto para el que, por lo tanto, no hacían falta aclaraciones. Y, sin mirarme una sola vez, como si no existiera, agarró a aquella mujer del brazo para llevársela con él a la habitación que mis padres habían ocupado en el pasado, y que a partir de aquel momento, de aquella presentación formal, sería de él y Ana.

 

Mi amor por Ana nació aquel día. El sentimiento oscilaba con las estaciones. Y solo se alteró cuando mi padre, años después, fue hallado muerto, asesinado en el lecho donde parecía dormir. Le cortaron la carótida con una navaja, que desapareció con la intención de borrar cualquier indicio.

El comisario, amigo de mi padre en el juego, se empeñó en buscar al asesino, que había entrado por la ventana aprovechando el sueño de la víctima y la ausencia de su esposa, ocupada con los quehaceres de la casa. Recorrió el mismo camino que el asesino había seguido para entrar o salir. Detectó pisadas en la hierba, junto a los rosales plantados al pie de la ventana.

El comisario buscó, incluso bajo la cama, pruebas que aceleraran la investigación. Quizá el asesino había escondido bajo el colchón la nota que aclararía el delito. La patología humana siempre le había fascinado. Y apreció que Ana le trajera café recién hecho y un pedazo de pastel de maíz. Lo habían despertado temprano, y no había comido nada. Pero también había que desconfiar de la mujer, incluirla en el papel de los sospechosos.

Y es que quizá le urgía heredar los bienes, porque ya no soportaba la asiduidad con que el viejo la montaba, cerraba los ojos en cuanto veía su miembro erecto, dispuesto a dar la primera embestida. Así pues, era sospechosa.

Yo mismo llamé al comisario y aseguré la inocencia de Ana en su presencia. Como hijo, tenía interés en castigar al asesino. Estaba convencido de que el crimen era un acto de venganza. Por parte de algún capataz, de algún empleado despedido. Y es que mi padre había acumulado enemigos a lo largo de los años.

Ana me miró. Se negaba a deber su libertad a mi franqueza, temía que le cobrara la deuda. La observé con una mirada opaca. Ni yo sabía qué pretender de ella. En el funeral de mi padre, en ausencia de mi difunto abuelo, me vi ante el féretro. Por primera vez me concedían importancia. Tenía derecho a oponerme al testamento fraudulento de mi padre.

Ana presintió el peligro que corría. Solo sería dueña de aquello que yo le concediera de común acuerdo. Junto a la viuda, ahora yo era el padre. Pero esa es otra historia. Una historia penosa e interminable.

Por Nélida Piñon