domingo, 28 de mayo de 2023

0698: ¿Qué tipo de madre eres?

- Mamá gallina
Evitas lo más posible que tus hijos compartan tiempo con otras personas, porque sabes que contigo no estarán mejor que con nadie más. Te pasas la vida buscando la manera de que 
tu casa sea más segura, a prueba de cualquier accidente ocasional que pueda suceder. Ser precavida, para ti, no es una obligación, es un hecho y una forma de vida. Le haces un escáner a todos sus amiguitos, incluso a sus padres, y aunque no lo reconoces en voz alta, eres de las que piensas que las malas influencias para tus hijos no son buenas.

Si te identificas con ser una mamá gallina, debes saber que el exceso de protección puede llegar a afectar a tus hijos. En tu caso, se trata de encontrar un término medio y aprender a confiar en tus hijos, deja que ellos sean quienes tomen las elecciones de su vida, solo tienes que acompañarlos (y protegerlos, pero desde una posición menos invadida).

 - Mamá lechuza
No aceptas las críticas hacia tus hijos, porque ¡son perfectos! Si en la escuela no sacan buenas notas, le echas la culpa a los profesores, seguro que no enseñan bien o le tienen manía. En casa, se merecen nada más que lo mejor, así que te desvives porque estén siempre impecables, tengan toda la ropa y 
juguetes que quieran y no tengan que hacer nada de nada. Eso sí, si un día por sí mismos recogen su habitación, te pasarás un mes presumiendo a las mamis de lo increíbles que son tus hijos. ¿Te suena de algo?

Es natural sentirse orgullosas de nuestros hijos, pero a veces no querer ver cuándo se equivocan puede revertir su desarrollo social. Si nunca aprenden a pedir perdón o a reconocerse en el fracaso, pensarán que todo lo que hacen es perfecto y cuando salgan a la vida real se llevarán un gran chasco. Las mamás lechuza tienen un aspecto positivo y es que cuando lo hacen de manera moderada, logran impregnar una autoestima sana en sus hijos. Sin embargo, si son demasiado lechuzas, acaban por ayudar a desarrollar en sus hijos una sobre autoestima que puede desembocar en actitudes incluso abusivas sobre los demás.

- Mamá canguro
Desde el momento que tu pequeño o pequeña nació te autoconvenciste de que has nacido para ser madre y que tu único propósito es hacerle feliz. Por eso, vas con tus hijos a todas partes: a comprar el pan, a las clases de yoga, a la peluquería... En ocasiones dejas de hacer muchas cosas en tu vida porque no son cosas que se puedan hacer con niños. Tus pequeños se han acostumbrado a tenerte ahí pese a todo y ante todo, y les encanta estar pegados y encima tuya. Seguramente 
pienses que has desarrollado un vínculo especial con ellos que nadie más tiene, y por supuesto que es así, pero si te has tomado demasiado en serio lo de ser mamá canguro, quizás es hora de reflexionar en dos aspectos: ¿saben ser autónomos tus hijos? Y ¿hace cuánto que no piensas en ti?

Querida mamá canguro, sabemos que todo lo haces con el corazón, pero tus hijos también necesitan despegarse un poco de ti para aprender a socializar y relacionarse en este mundo. Además, te mereces algunos descansos de vez en cuando. No eres mala mamá porque te des un capricho de vez en cuando o un espacio para ti misma y dejes a tus pequeños con el papá o los abuelos. ¡Respira!

¿Mamá koala o mamá osa?

Si no te has identificado con ninguno de los tres tipos de arriba, ¡no te preocupes! Aún nos quedan dos clases de madre que quizá encajan más contigo.

- Mama koala
Desde el momento en que te convertiste en mamá nunca has vuelto a dormir igual y te pasas el día zombi con sueño y cansancio. Lo haces lo mejor que puedes, pero siempre tienes una sensación de un agotamiento que no comprendes. 
Tienes unos hijos demandantes, lo que significa que no paran ni un momento, tanto a nivel físico como cognitivo. ¡No puedes más!

A veces te gustaría tirar la toalla y esos sentimientos te hacen sentir tan mala mamá y, en vez de darte un respiro, haces todo lo contrario y te ocupas de aún más cosas de las que ya haces. Mamá koala, la única manera de recuperar la energía perdida es descansando. Aprende a delegar, no tienes que hacerlo todo, puedes de vez en cuando ser una madre menos perfecta y comprar el disfraz de tus hijos en vez de coserlo. Recuerda que, si tú te sientes bien, tus hijos también.

- Mamá osa
Cuidado con quien se mete con tus hijos porque eres capaz de sacar las garras y usarlas hasta las últimas consecuencias. ¿Que un niño le ha quitado un juguete a tu hijo? Que tiemble, porque le dirás cuatro cosas bien dichas y después probablemente acabarás teniendo una discusión con su mamá o papá. ¿Que tu hija se ha comportado mal en la escuela? Cuando vayas a dirección la defenderás con uñas y dientes, incluso aunque no sepas lo que ha pasado. Puede que llegando a casa regañes a tu pequeña, pero nadie más en esta vida puede hacerlo.

Relájate mamá osa, sabemos que tu pequeña es tu mundo y que necesita quien la defienda, pero quizás no está de más bajar el tono un poco y dejar que tu hijo/a se explique un poco y también aprenda a defenderse por ella o el mismo. Tus hijos saben que estarás ahí para defenderlos cuando lo necesiten, porque te conocen y ya se lo has demostrado muchas veces, así que espera a que te pidan ayuda. Además, también necesitan aprender a solucionar sus problemas por sí mismos y de una manera más cordial. Recuerda siempre que eres un ejemplo para ellos, y si te pones siempre como una osa enojada cuando los defiendes, así es como ellos actuarán en el futuro. 

sábado, 27 de mayo de 2023

0697: Día de la Madre: un Homenaje a la valentía de las mujeres

 

Tras los levantamientos revolucionarios de Chuquisaca, La Paz y Oruro —a partir de 1809—, Cochabamba siguió el ejemplo independentista con el fin de derrotar el dominio español. En ese marco, tras la sublevación reprimida de Sipe Sipe, el español José Manuel Goyeneche emprendió camino hacia la Argentina con el fin de invadir sus provincias y apagar el fuego revolucionario que se había iniciado.

Con lo que no contaba es con la nueva insurrección que se produjo tras su salida del Alto Perú. No obstante, y tras enterarse de la nueva rebelión, Goyeneche retornó a Cochabamba y enfrentó a los patriotas encabezados por Esteban Arze, a quienes derrotó el 24 de mayo de 1812.

Tres días después, Cochabamba fue tomada pese la resistencia heroica de las mujeres cochabambinas en la colina de San Sebastián, mujeres que al ver cómo morían sus esposos, hermanos y padres, no dudaron en ir a defender la patria encabezadas por la ciega Josefa Gandarilla.

En esta colina —hoy conocida como de la Coronilla— cientos de mujeres murieron a manos de las fuerzas realistas. En homenaje a ese valor demostrado aquel 27 de mayo es que hoy se recuerda esa fecha como el Día de la Madre boliviana, conmemoración que fue confirmada a través de una ley del 8 de noviembre de 1927. Desde esa fecha, cada 27 de mayo, cada boliviano, sin importar dónde esté, sonríe y festeja al ser que le dio la posibilidad de estar vivo. Agradecidos por el milagro de la maternidad.

Cuando somos niños, la mejor sensación que podemos experimentar es la protección en el regazo de nuestra mamá; las peores aflicciones se alivian con sus besos; su paciencia y sabiduría son lo mejor para ayudarnos con las tareas escolares; cualquier herida o rasmillón se curan entre reprimendas, caricias y recomendaciones. La madre es el ser más parecido a Dios porque crea vida, la fortalece y la preserva por encima de todo. Son días hermosos aquéllos en que llegas a verla y ella siempre te espera y recibes sus besos como bendiciones de Dios.

jueves, 25 de mayo de 2023

0696: Así empieza “De tanto amarte, me olvidé de mí”

Si tu relación afectiva es buena, si el amor fluye de ida y vuelta y además eres compinche de la persona que amas, no deberías sentir que te olvidaste de ti después de dar amor. El problema no siempre está en amar demasiado, sino en no cimentar una buena relación con suficiente ternura, amistad, deseo y amor propio. Cuando te olvidas de ti por amar al otro, tal como señalé, estás rompiendo la ecuación básica del amor de pareja: solo queda una variable en vez de dos.

Un punto determinante para establecer el equilibro emocional en los vínculos afectivos es tener claro si estás con la persona adecuada para ti. Implica analizar hasta qué punto tu propuesta amorosa es compatible con la de tu pareja. A veces tenemos la certeza de que amamos y nos aman de verdad y en realidad somos víctimas de un gran autoengaño que nosotros mismos hemos venido construyendo desde tiempo atrás.

Para transformar tu relación afectiva o hacerla a un lado de una vez por todas, necesitas una buena dosis de lucidez: ver lo que es, cuestionarte desde lo más profundo y nunca justificar lo injustificable. Entonces, el primer paso para reinventarte en el amor es tomar conciencia de con quién estás, si realmente amas como te gustaría amar y si te aman como quisieras que te amaran.

Veamos ocho pruebas en forma de preguntas que puedes hacerte para saber de manera realista y sin analgésicos cómo funciona el amor en tu caso y si estás con la pareja adecuada. Los datos que obtengas de este examen/reflexión no son determinantes, se trata más bien de indicadores. Como sea, es conveniente y útil tener en cuenta las respuestas que das. Trata de hacerlas todas. En la tercera parte, “Personas de las cuales sería mejor no enamorarte”, podrás tener más elementos para profundizar y definir esos temas.

PRIMERA PRUEBA

Si pudieras viajar al pasado sabiendo cómo es hoy tu relación de pareja y cómo ha sido, ¿volverías a repetir lo vivido con él o con ella? Difícil, ¿verdad? Es posible que encuentres todo un mapa de cosas buenas, malas y regulares. Escarba en tus principios y tus valores más sentidos y piensa si han sido vulnerados o por el contrario se han reafirmado. ¿Has crecido junto al amor de tu vida o has ido para atrás?

Ten en cuenta que, si bien la respuesta que des requiere un balance, este balance solo puede hacerse si no hay hechos que afecten a tus derechos como ser humano. De ser así, puedes poner lo bueno a un lado de la balanza y, en el otro, ese único elemento negativo, y te sorprenderás de que ese único elemento pueda más que todas las cosas buenas. ¿Al revés? No creo. Es muy poco probable que una sola cosa buena pese más que todas las malas.

Trata de que la más cruda honestidad te lleve a responder. Por ejemplo, no confundas el amor con la paciencia que implica hacerse cargo de alguien. Algunas personas, sobre todo mujeres codependientes, se hacen cargo de sus parejas como si fueran un hijo más y sufren a mares para “educarlas”. La relación se convierte en una estructura emocional desequilibrada: uno da a manos llenas, mientras que el otro recibe y recibe para “mejorar” o salir adelante superando sus problemas.

No confundas, pues, amar con “adoptar” a alguien. Lo que suele ocurrir con el tiempo, en este tipo de vínculos, es que el dador/cuidador se cansa de hacer de buen samaritano, de ser un ayudador crónico, porque la retribución no suele llegar, ni en la misma proporción ni de la misma manera. No te sientas culpable de tirar la toalla si este es tu caso. Sufrir por la pareja no es necesariamente una muestra de amor; por el contrario, puede ser la manifestación de un esquema de autosacrificio que tengas activo, como señalé en la introducción.

¿Repetirías? ¿Volverías a recorrer exactamente los mismos pasos sin deshacerlos? Quizá sí. Hay relaciones que no son perfectas, pero que han logrado mantener un lazo sostenido en el que, pese a los problemas, lo esencial del amor nunca se perdió. O quizá no. Una paciente le decía a su esposo frente a mí: “Definitivamente, sí quiero separarme, aunque te amo. Es que eres tan insoportable que prefiero extrañarte a tener que aguantarte”. Obviamente, esta mujer no repetiría ni por todo el oro del mundo. Y no era odio lo que sentía por él, sino cansancio. Hartazgo existencial. Como si su mente se hubiera cuestionado desde lo más profundo: “¿Transitar toda la vida juntos de nuevo para llegar a esto?”

Si respondes un sí contundente a repetir, sin autoengaños de ningún tipo, con el corazón en la mano, entonces estás bien, muy bien. No te duermas en los laureles y sigue invirtiendo en tu relación. Si respondes un no contundente, sin autoengaños ni resentimientos infundados, entonces debes tener claro que llegó la hora de reinventarte en el amor; que te equivocaste.

Pero no confundas error con fracaso. Fracaso es que nunca más podrás entrar en una relación amorosa; en cambio, errar es meter la pata y seguir adelante. ¿Harás tu revolución o te acostumbraste a sufrir y seguir a su lado bajo el efecto aplastante de la resignación?

Y si no eres capaz de decidir, esta confusión también genera información relevante. Si dudas, algo pasa. Sería conveniente seguir profundizando y tratar de comprender qué te lleva a ese callejón sin salida de no saber qué hacer.

 

 

Quién es Walter Riso

Es escritor y conferencista. Es autor de más de 30 libros, traducidos a más de 20 idiomas, entre ellos, El coraje de ser quién eres, Más allá de la adversidad, Pensar bien, sentirse bien, Filosofía para la vida cotidiana, Amar o depender y su último libro, De tanto amarte, me olvidé de mí.

martes, 23 de mayo de 2023

0695: “De tanto amarte, me olvidé de mí”.

 -Tal vez leer De tanto amarte… puede generar un espacio de reflexión.

-Por supuesto. El asunto comienza con el solo hecho de que uno pueda hacerse preguntas. Son los interrogantes que planteo en la primera parte del libro y que he practicado con mis pacientes. ¡Y la cara que ponen algunos y algunas, sobre todo!

-¿Por qué ponen cara? ¿qué pregunta, por ejemplo?

-¿Te gustaría una relación así, como la que tienes tú, para tu hija? “¡Uy!”, dicen. Si responden sí, listo. Pero si dice que no, me está dando pie para la gran pregunta: ¿por qué para vos sí y para tu hija no? ¿Acaso no tienen los mismos derechos? Y bueno, no te querés o pensás que sos menos importante que tu hija como ser humano y eso es una estupidez, porque de acuerdo a la Declaración Universal de los Derechos Humanos tenés los mismos derechos que tu hija.

-Sufrimos mucho por amor…

-Si, la gente sufre demasiado por amor. Se considera que un 60% de las consultas psicológicas son por amor.

-¿Esa cifra es entre los latinos?

-Yo atiendo pacientes de todas partes del mundo. Comparemos un noruego y un argentino: sufren igual. La gente es muy parecida cuando sufre por amor. Los seres humanos nos parecemos más en el dolor. Si vos ves un holandés que se agarró el dedo con la puerta, y a un argentino que se agarró el dedo con la puerta, se van a mirar los dedos y van a decir “¡uh, es horrible!”. Pero ante el placer sí nos diferenciamos.

-¿Por qué?

-Porque ahí la cuestión no es de supervivencia, en cambio con el dolor sí. Y el dolor del amor es muy de supervivencia. Hay más datos: la mitad de la gente está separada en promedio en el mundo. En Estados Unidos, por primera vez en su historia, hay más separados que casados. Y se considera que entre el 35% y el 40% de las parejas funcionan bien. Por eso en De tanto amarte… salí del manual tradicional y le puse un último capítulo que nunca había planteado antes, acerca de qué hacen las parejas que funcionan bien.

-¿Y qué hacen los que están bien en pareja?

-La gente está bien en pareja por cuestiones distintas a lo que piensan muchos, que somos tal para cual, que compartimos todo. ¡No! ¡Es la autoestima! La clave es quererse uno para querer con dignidad. En ese capítulo incluyo las ideas de reciprocidad, territorialidad, visión del mundo, desacuerdos amistosos...

-Estamos frente a un enorme déficit de autoestima.

-Sí, porque no educamos para eso. ¿Cómo nos educaron? En la mayoría de los casos, no hay aprendizaje, porque uno tenía que ayudar a educar a los papás, que estaban más jodidos que uno.

-Entonces, ¿la autovaloración y la autoconfianza deberían enseñarse en los colegios?

-Desde ya, desde el jardín de infantes. A los chicos hay que hablarles del valor de la autoestima, de cómo respetarse a uno mismo y no lastimarse, de la importancia de los derechos humanos; hablar de la amistad, de la frustración, de la empatía; son todas cosas que tienen que ver con el amor. Expresar los sentimientos, aprender a decir que no. Pues yo crearía un Ministerio del Amor porque considero que el amor, así como está planteado en nuestra cultura, es un problema de salud pública: la gente sufre demasiado.

-En su libro, usted plantea que antes de que los lazos afectivos nos terminen ahorcando hay que tratar de alejarse de las parejas inadecuadas y que para eso hay que buscar coraje donde uno pueda, en terapia, en un grupo de amigos, en la religión o en alguna conversación con Dios...

-Cuando tú tienes una pérdida, una muerte real, nuestra cultura te da un soporte. Tenés el luto, el entierro, el velorio y varios rituales de apoyo. Pero, ¿qué pasa cuando hay un duelo afectivo? Te dejan solo. Porque el otro está vivito y coleando. Entonces ahí, en el duelo afectivo, te toca hacerlo sola. Entonces, ante el duelo afectivo estamos muy solos y nos toca a nosotros procesar la información. “¡El amor es para los valientes!”, decía el poeta Charles Baudelaire.

-Coraje, autoestima, aprender a escuchar… todo eso es capital para nuestra salud mental.

-Así es. Yo suelo decir “no digan te amo”. Es como decir, sí, ya llegué, te amo. ¡No! Digamos: “te estoy amando”, el gerundio es un proceso. El amor no existe allá arriba, no es el principal de los valores. A veces la libertad es más importante que el amor; la justicia y la valentía pueden ser más importantes que el amor.

-¿El amor está sobrevalorado?

-Totalmente.

-¿Sobredosis de Disney, tal vez?

-De todos los medios audiovisuales. De las telenovelas, las canciones, los boleros, los tangos. Yo digo: ayudemos al amor porque al amor lo inventamos. No hay nada escrito.

-O sea, si pudiéramos darles más importancia a valores como la libertad o la justicia, ¿entonces el amor estaría más cuidado?

-Claro, porque no puede haber amor si no existen los otros, y es necesario bajarlo a la tierra. Se suele escuchar que el amor te va a cobijar. ¡No! ¡El amor no te va a cobijar! Muchas veces el amor es un problema.

 

 

Walter Riso, psicólogo, que lleva más de treinta años como terapeuta, trata la problemática del amor y del desamor con reflexiones directas. Es una suerte de guía con consejos para amarse primero a uno mismo y elegir mejor a quién y cómo amar.

Sus libros están basados en muchos años de experiencia profesional y en una especial sensibilidad para percibir los problemas y ofrecer soluciones. Su última propuesta consta de cuatro partes: la primera plantea ocho pruebas para saber si uno está con la pareja adecuada; la segunda aborda cuatro creencias que alimentan el apego afectivo y debilitan el amor propio; la tercera se refiere a los estilos afectivos de las personas de las cuales sería mejor no enamorarse; y la última, qué hacen las parejas que funcionan bien.

domingo, 21 de mayo de 2023

0694: The Conqueror

Howard Hughes tenía un proyecto sobre las andanzas de Genghis Kahn, cuando era el simple y sencillo jefe Temujin, y se lanzó a la conquista.

Hughes eligió como productor adjunto y director de la película a Dick Powell, que no era ni productor, ni director de cine, sino un cantante y actor de Hollywood de los buenos, que había muchos, pero no de los muuuuy buenos, que había pocos.

John Wayne, que estaba casi en la cumbre de su carrera le hizo saber que le interesaba el papel. John Wayne no era un gran actor; tenía gran oficio, era corpulento, cuadradote, no era una belleza masculina típica del cine de Hollywood, lucía un andar extraño, como si hubiese bajado de un caballo después de mil ochocientos kilómetros de cabalgata, tenía la capacidad expresiva de un clavo oxidado pero era un vaquero sensacional, un defensor de la conquista del oeste, —matanza indígena incluida— , y durante la Segunda Guerra, había filmado películas obvias que exaltaban el patriotismo americano contra el imperio japonés.

Como contrapartida del protagónico de Wayne, Hughes y Powell eligieron a Susan Hayward, una gran actriz que dos años después, en 1958, ganaría el Oscar por “La que no quería morir”

Al elenco de The Conqueror se agregaron además figuras destacadas como Agnes Morehead, el mexicano Pedro Armendáriz y Lee Van Cleef.

Es extraño que, en una época de cine brillante, alguien haya plasmado el bodrio que fue El conquistador de Mongolia. La película anduvo bien de espectadores cuando su estreno: fue la undécima película más vista en Estados Unidos en 1956. Pero la crítica la destrozó y la catalogó como una de las peores películas de los años ‘50. Para no abundar en demasiados detalles, ver a John Wayne caracterizado como un mongol, con sus ojos transformados en orientales gracias al maquillaje todavía en pañales de la industria del cine, es un espectáculo aparte.

El conquistador de Mongolia fue incluido en 1987 en el libro “The Fifty Worst Films of All Times – Las cincuenta peores películas de todos los tiempos”, y en 1980 John Wayne fue consagrado como “ganador” del premio The Golden Turkey Awards, algo así como “El pavo de oro”, que daban los críticos Michael y Harry Medved, en mérito a “La actuación más equivocada” de la historia. Ya se sabe que, a los críticos, cuando quieren ser jodidos, no hay quien los detenga. El Golden Turkey para John Wayne fue un irónico premio póstumo: había muerto el 11 de junio de 1979 en el UCLA Medical Center de Los Ángeles. De cáncer de estómago. Había padecido uno de pulmón en 1964 y lo habían operado para extraerle el pulmón izquierdo y dos costillas.

Y aquí es donde El Conquistador de Mongolia pasa a la historia negra del cine. Había sido filmada en la localidad de St. George, en el desierto de Snow Canyon, Utah, no muy lejos del campo de pruebas de bombas nucleares que el gobierno de Estados Unidos utilizaba en el vecino estado de Nevada. Allí, dos años antes de la filmación de “El conquistador…”, Estados Unidos había llevado adelante el proyecto “Upshot-Knothole” que, entre el 17 de marzo y el 4 de junio de 1953, detonó once proyectiles nucleares: tres en marzo, cuatro en abril, tres en mayo y uno en junio.

Allí llegó, dos años después, en el verano de 1955, el equipo de filmación de El Conquistador… Un equipo de filmación es mucha gente: actores, productores, técnicos, escenógrafos, maquilladores: se trata de una industria toda detrás de una película. Grandes estrellas, reparto, extras y equipo de filmación pasaron varias semanas en esa zona tan contaminada y con temperaturas superiores a los cuarenta grados. Todos sabían de las pruebas nucleares, hay fotos históricas de Wayne con un contador Geiger en la mano, pero la relación radiactividad-cáncer no estaba todavía ni estudiada, ni desarrollada. Además, Hughes había preguntado si existía algún peligro y las autoridades le habían dado la misma respuesta que a la población de St. George: no había nada que temer, no estaba en peligro la salud de nadie. Incluso a todo el mundo le pareció hasta divertido que la arena de aquel desierto de Snow Canyon brillara ligeramente en las cálidas noches del verano.

Cuando terminó el rodaje y cada quien volvió a su casa, los montadores del film pidieron una serie de tomas extras lo que resultaba bastante engorroso: enviar a todo el equipo de nuevo al desierto resultaría carísimo para una película ya excedida en presupuestos. Era más barato hacer lo que propuso Hughes, el millonario: hizo llevar sesenta toneladas de aquella “arena brillante” a Hollywood, para que lo que faltaba de la completar en la película se filmara en los estudios.

Ese mismo año 1956, el del estreno del El Conquistador…, Víctor Young, el músico que había escrito la banda de sonido, murió por un tumor cerebral. En enero de 1963, el productor y director de la película, Dick Powell, murió por un linfoma a los cincuenta y ocho años. Seis meses después, el 18 de junio, Pedro Armendáriz se pegó un balazo en la cabeza en el UCLA Medical Center cuando supo que padecía un cáncer terminal de estómago, extendido al riñón. Estaba a punto de cumplir cincuenta y un años. En abril de 1974 murió Agnes Moorehead de un cáncer de pulmón, a los setenta y cuatro años. Susan Hayward, también murió por un tumor cerebral en marzo de 1975, a los cincuenta y siete años. En 1979 y a los setenta y dos años murió de cáncer John Wayne y, en 1991, a los ochenta y cinco, murió por un cáncer pulmonar, John Hoyt otro de los protagonistas de El Conquistador…

Una estadística elaborada a trazo grueso por la prensa estableció que de los doscientos veinte integrantes registrados del equipo de filmación, al menos ciento cincuenta habían muerto por cáncer en los años que siguieron al desastrado estreno de la película. Los cálculos no incluían la gran cantidad de extras contratados para dar vida a las hordas mongoles de Genghis Kahn. Gobierno y ejército de Estados Unidos negaron que las muertes por cáncer en el equipo de filmación, y aun los casos registrados en St. George hubieran tenido relación con la radiación desatada por las experiencias nucleares en el desierto de Nevada.

Pero varios estudios científicos independientes, lanzados a comienzos de los años ‘80, dieron como resultado cifras demoledoras: más de la mitad de los habitantes de St. George habían padecido cáncer en los treinta años siguientes a las pruebas nucleares; en esos años se habían disparado además los casos de leucemia en recién nacidos. Dos congresistas del estado de Utah lograron que el congreso estatal aprobara una ley para que fuesen indemnizadas más de un millar de víctimas de cáncer, vecinas todas de St. George, aunque el gobierno americano no admitió nunca algún tipo de responsabilidad.

El 5 de abril de 1976, a los setenta años, tal vez con sus facultades mentales en desorden, encerrado en la suite de un prestigioso hotel de Acapulco, Howard Hughes sucumbió a una insuficiencia renal. Era un espectro; muy envejecido, tenía setenta años, la barba muy larga y las uñas crecidas; las radiografías descubrieron agujas metálicas rotas en sus brazos porque Hugues se inyectaba codeína a espaldas de sus médicos. El FBI lo identificó por sus huellas digitales.

En 1979, las copias fueron compradas por Universal Pictures y emitidas por televisión junto a Ice Station Zebra - Estación polar Zebra, que era una de las películas que Hughes veía de forma incesante en los últimos años de su vida; y en 2012 Universal la incorporó, lanzada en DVD, a su colección “Vault” The Conqueror no se pudo quitar el estigma de encima, ser llamada “la película radiactiva”.

jueves, 18 de mayo de 2023

0693: El maravilloso poder de las palabras.

Leticia fue mi alumna en la escuela "Justo Sierra", en plena sierra. Tenía once años de edad. Once años conociendo las carencias y la mugre de la vida. Siempre con la misma ropa, heredada por una tradicional necesidad familiar. Once años batallando con los bichos de día y de noche. Con una nariz que como vela escurría todo el tiempo. Con el pelo largo y descolorido sirviendo de tobogán a los piojos.

Aun así, era de las primeras en llegar a la escuela.  Tal vez iba por los momentos necesarios para soñar que era lo que no; aunque enfrentara el rechazo y el asco de los demás.

A la hora del trabajo en equipo nadie la quería. No dieron la oportunidad para demostrar qué tan inteligente era: el repudio fue lo que Leticia conoció. Me desconcertaba el hecho de ver que algunos varones con características semejantes a las de Leticia eran aceptados por el resto de las niñas y los niños, pero no ocurría lo mismo con Leticia y las niñas.

A mí solo se me ocurría hacer recomendaciones que nunca fueron atendidas. En ese tiempo me preguntaba: ¿De qué sirve leer cuentos a esos niños que no han comido?;¿serviría de algo alimentarlos con fantasías?  Yo creía que sí, pero no sabía hasta dónde.

Constantemente les brindaba relatos, sobre todo en la mágica hora de lecturas, dos veces por semana. Un día conté "La Cenicienta" y cuando llegué a la parte en que el hada madrina transformó a la jovencita andrajosa en una bella señorita de vestido vaporoso y zapatillas de cristal, Leticia aplaudió frenéticamente el milagro realizado.

Había una súplica en su rostro que provocó la burla de los que no tenían la misma capacidad ni la misma necesidad de soñar. Esta vez hubo recomendaciones y regaños.

En otra ocasión, pregunté a mis alumnas y alumnos: ¿qué quieren ser cuando sean grandes? Y el cofre de sus deseos se abrió ante mí: alguien quería ser astronauta, aunque al pueblo ni el autobús llegaba; otros querían ser maestros, artistas o soldados. Cuando le tocó el turno a Leticia, se levantó y con voz firme dijo:

“¡Yo quiero ser doctora!" y una carcajada insolente se escuchó en el salón. Apenada, se deslizó en su banca invocando al hada madrina que no llegó.

Mi labor en esa escuela terminó junto con el año escolar. La vida siguió su curso.

Después de quince años, regresé por esos rumbos, ya con mi nombramiento de base. Hasta entonces encontré algunas respuestas y otras preguntas. Las buenas noticias me abordaron en autobús, antes de llegar al crucero donde trasbordan los pasajeros que van al otro poblado. Llegaron en la presencia de una señorita vestida de blanco.

-¡Usted es el maestro Víctor Manuel!... , ¡usted fue mi maestro! _me dijo_ sorprendida y sonriente. El que podía encantar serpientes con las historias que contaba.

Halagado, contesté: —Ese mero soy yo. —¿No me recuerda, maestro? _Preguntó, y continuó diciendo con la misma voz firme de otro tiempo- yo soy Leticia ... y soy doctora ...

Mis recuerdos se atropellaban para reconstruir la imagen de aquella chiquilla que en otro tiempo nadie quería tener cerca. Se bajó en el crucero dejando, como La Cenicienta, la huella de sus zapatillas en el estribo del autobús...  Y a mí con mil preguntas. Todavía alcanzó a decirme: - Trabajo en Parral... búsqueme en la clínica tal... y se fue…

Un día fui a la clínica que me dijo y no la encontré. No la conocían ni la enfermera ni el conserje. ¡Era demasiada belleza para ser verdad! "Los cuentos son bellos pero no dejan de ser cuentos", me lamentaba. Arrepentido de haber ido, y casi derrotado, encontré a la directora de la clínica y hablé con ella. Lo que me dijo, revivió mi fe en la gente y en la literatura: —La doctora Leticia trabajaba aquí —me contó— Es muy humana y tiene mucho amor por los pacientes, sobre todo con los más necesitados. —Esa es la persona que yo busco _casi grité. —Pero ya no está con nosotros —dijo la directora.—¿Se murió? —Pregunté ansioso. —NO, COMO CREE, La doctora Leticia solicitó una beca para especializarse y la ganó... ahora está en Italia.

Leticia sigue aprendiendo más y enseñando sus secretos para luchar.

Yo sigo queriendo saber hasta dónde llega el poder de las palabras; ¿cuál es el sortilegio para encantar a las serpientes que jalan a los descobijados?; como profesor, ¿qué puedo hacer para equilibrar la balanza de la justicia social ante casos parecidos?; ¿cuándo empezó el despegue de los sueños de Leticia en cuanto al resto de sus compañeras y compañeros?; ¿dónde radica la fortaleza de las mujeres que superan cualquier expectativa?

Ya no quiero ser el maestro de Leticia: Ahora quiero aprender. Quiero que me enseñe cómo evoluciona una oruga hasta convertirse en ángel y, sobre todo, quiero descubrir, ¿cuál fue la varita mágica que la convirtió en la princesa del cuento? 

  

miércoles, 17 de mayo de 2023

0692: 13 de junio de 1980

 Candy descubrió que sentía atracción física por Allan después de chocar involuntaria y suavemente con él en un partido de vóley en una actividad recreativa de la iglesia. La epifanía le ingresó por los orificios nasales. Significó una revelación: Allan olía bien. Nunca lo había visto con ojos lujuriosos. La relación brotó: de la cordialidad a las bromas, de las bromas al coqueteo, del coqueteo a la fantasía. La tensión sexual se corporizaba. Ese hombre divertido, activo y accesible, que lejos estaba de ser un Adonis, interpeló la frustración sexual y la rutina fofa de Candy. Era la salvación a su modorra, la agitación de su incómoda comodidad.

No le costó a Candy seducirlo. Allan, sorprendido, se entregó a sus encantos. La aventura comenzó a finales de 1978: la primera cita sexual se concretó el 12 de diciembre en el hotel Como. Los encuentros eran periódicos y fructíferos. Eran amantes románticos. Se retribuían sexo y compañía: una liberación hormonal de la densa dinámica familiar. La armonía que habían conseguido, sin embargo, tenía una vida corta. El sentimiento de plenitud expiró a los pocos meses. Empezaron a intervenir los miedos, los remordimientos y los planteos. La diversión dejó de ser divertida. El enamoramiento había arruinado el pacto de placer retribuido. Establecieron un impasse de común acuerdo por fuerza mayor: a mediados de julio de 1979 nació Bethany, la segunda hija de Allan y Betty. Retomaron los encuentros un mes después: ya nada era como antes. La culpa lo carcomía a él. Ella exigía cuestiones fuera del convenio inicial. El amor había metido la pata.

Un encuentro matrimonial, una suerte de retiro espiritual para parejas con deterioro del libido organizado por la iglesia metodista, bastó para decretar el inevitable final del amorío. El entramado era tan delicado que las hijas de la pareja se habían quedado a dormir en la casa de Candy y Pat mientras sus padres enderezaban su vínculo afectivo. Al regreso, después de las gracias y las preguntas de rigor, convinieron un encuentro urgente. “Creo que deberíamos terminarlo”, sugirió él, “Es muy injusto”, respondió ella. Allan dictaminó el cese de la aventura. Sintió alivio. Candy, que había acomodado su vida para amar a dos hombres, sintió angustia. La experiencia de un encuentro matrimonial con su esposo contribuyó a que ambas parejas iniciaran la década del ochenta rejuvenecidas.

Es mayo de 1980. Allan está de viaje. Candy organizó una cena con película a la noche con Alisa y sus hijos, y pensó en encargarse de llevar a la niña a la clase de natación de esa tarde. Pero no tiene el traje de baño: debe pedírselo a Betty. Es el mediodía. Betty acaba de hacer dormir a Bethany cuando llega Candy. La invita a pasar. Apaga la televisión. Se sienta en la cocina. Le pregunta si quiere un café. Candy agradece y se niega: está apurada. A Betty el tiempo no le importa. Lo que le afecta es la incertidumbre. Está detenida, bloqueada. La embarga y paraliza una duda. Sentada y sin mirarla a los ojos, la confronta: “¿Estás teniendo una aventura con Allan?”. Candy le dice que no. Betty desconfía e insiste. Candy se compadece con su inquietud. Presume que la exonera lo anacrónico del vínculo: “Fue hace mucho tiempo”. El rostro de Betty es de estupefacción: está absorta y desconsolada. “Betty, lo siento mucho”, le susurra mientras posa la mano en su antebrazo. El acercamiento es contraproducente y despierta la violencia en Betty.

“Maestra asesinada a hachazos en su casa de Wylie”, tituló The Dallas Morning News. La comunidad descreía de las hipótesis que le asignaba la autoría del crimen a Candy. Los primeros interrogatorios habían sido satisfactorios para ella. Su suerte se disolvió cuando Allan Gore les reveló a los investigadores que meses atrás había mantenido una infidelidad con la única sospechosa del homicidio. La revelación del viudo fue suficiente para encarcelarla y acusarla de asesinato en primer grado. La arrestaron el 27 de junio de 1980, trece días después del crimen. Ella negó los cargos en su contra. El juez decidió dejarla en libertad condicional bajo fianza hasta la celebración de un juicio con jurados. El 8 de julio en el Dallas Times Herald un artículo decía “Candy Montgomery: ¿es una asesina?”

Candy contrató a Don Crowder, un abogado que había conocido en la iglesia. El letrado era experto en casos laborales: era su primera defensa en el ámbito penal. Interesado en los móviles del asesinato, convocó al psiquiatra Fred Fason para que indagara en la psiquis de la acusada. Apeló a una técnica de hipnosis para infiltrarse en su engorroso y recóndito pasado. Halló en él complejos encapsulados. Detectó, en una sesión, que el “shhh” que Betty había deslizado inocentemente destapó un recuerdo reprimido de cuando Candy tenía apenas cuatro años.

El juicio se realizó un viernes de agosto de 1980. La asesina, desde el estrado, relató con genuina sinceridad: “La golpeé. La golpeé. Y la golpeé. Cayó lentamente, casi hasta quedar sentada. Seguí golpeándola y golpeándola... Me sentí tan culpable, tan sucia. Me sentí tan avergonzada”. La defensa de la acusada alegó que Candy había actuado en legítima defensa. Su testimonio fue verosímil: narró que había entrado en un “estado de ensoñación”, que cayó en un proceso de disociación, que nunca advirtió que era su amiga a quien estaba golpeando. Dijo que nunca había pensado en matarla y cuando en la audiencia le enseñaron el echa, respondió con asco: “No me hagas mirar eso”.

Cinco días después, tras una ronda final de alegatos y argumentos, un jurado resolvió absolver a la asesina. La sentencia se leyó luego de cinco horas de debate. Alice Doherty Rowley, miembro del jurado, dijo que la saña no había sido un factor concluyente: “Determinamos que nunca influyó en el veredicto, ya fuera un disparo o mil golpes”.

Candace Lynn Montgomery nunca fue a la cárcel. Se mudó a Georgia. Se separó de Pat. Volvió a usar su apellido de soltera. Trabaja como terapeuta de salud mental para adolescentes y adultos que sufren de depresión. Perdió la tenencia de sus hijos. Y se niega a contribuir a las películas y series que recrean su asesinato. Las actrices Elizabeth Olsen y Jessica Biel interpretaron su vida.

Ahora debería tener 72 años.