Howard Hughes tenía un proyecto sobre las andanzas de Genghis
Kahn, cuando era el simple y sencillo jefe Temujin, y se lanzó a la conquista.
Hughes eligió como productor adjunto y director de la
película a Dick Powell, que no era ni productor, ni director de cine, sino un
cantante y actor de Hollywood de los buenos, que había muchos, pero no de los
muuuuy buenos, que había pocos.
John Wayne, que estaba casi en la cumbre de su carrera
le hizo saber que le interesaba el papel. John Wayne no era un gran actor;
tenía gran oficio, era corpulento, cuadradote, no era una belleza masculina
típica del cine de Hollywood, lucía un andar extraño, como si hubiese bajado de
un caballo después de mil ochocientos kilómetros de cabalgata, tenía la
capacidad expresiva de un clavo oxidado pero era un vaquero sensacional, un
defensor de la conquista del oeste, —matanza indígena incluida— , y durante la
Segunda Guerra, había filmado películas obvias que exaltaban el patriotismo americano
contra el imperio japonés.
Como contrapartida del protagónico de Wayne, Hughes y
Powell eligieron a Susan Hayward, una gran actriz que dos años después, en
1958, ganaría el Oscar por “La que no quería morir”
Al elenco de The Conqueror se agregaron
además figuras destacadas como Agnes Morehead, el mexicano Pedro Armendáriz y
Lee Van Cleef.
Es extraño que, en una época de cine brillante,
alguien haya plasmado el bodrio que fue El conquistador de Mongolia. La
película anduvo bien de espectadores cuando su estreno: fue la undécima
película más vista en Estados Unidos en 1956. Pero la crítica la destrozó y la
catalogó como una de las peores películas de los años ‘50. Para no
abundar en demasiados detalles, ver a John Wayne caracterizado como un mongol,
con sus ojos transformados en orientales gracias al maquillaje todavía en
pañales de la industria del cine, es un espectáculo aparte.
El conquistador de Mongolia fue incluido en 1987
en el libro “The Fifty Worst Films of All Times – Las cincuenta peores
películas de todos los tiempos”, y en 1980 John Wayne fue consagrado como
“ganador” del premio The Golden Turkey Awards, algo así como “El pavo de oro”,
que daban los críticos Michael y Harry Medved, en mérito a “La actuación
más equivocada” de la historia. Ya se sabe que, a los críticos, cuando
quieren ser jodidos, no hay quien los detenga. El Golden Turkey para John Wayne
fue un irónico premio póstumo: había muerto el 11 de junio de 1979 en
el UCLA Medical Center de Los Ángeles. De cáncer de estómago. Había padecido
uno de pulmón en 1964 y lo habían operado para extraerle el pulmón izquierdo y
dos costillas.
Y aquí es donde El Conquistador de Mongolia pasa
a la historia negra del cine. Había sido filmada en la localidad de St. George,
en el desierto de Snow Canyon, Utah, no muy lejos del campo de pruebas de
bombas nucleares que el gobierno de Estados Unidos utilizaba en el vecino
estado de Nevada. Allí, dos años antes de la filmación de “El conquistador…”,
Estados Unidos había llevado adelante el
proyecto “Upshot-Knothole” que, entre el 17 de marzo y el 4 de junio
de 1953, detonó once proyectiles nucleares: tres en marzo, cuatro en
abril, tres en mayo y uno en junio.
Allí llegó, dos años después, en el verano de 1955, el
equipo de filmación de El Conquistador… Un equipo de filmación es
mucha gente: actores, productores, técnicos, escenógrafos, maquilladores: se
trata de una industria toda detrás de una película. Grandes estrellas, reparto,
extras y equipo de filmación pasaron varias semanas en esa zona tan contaminada
y con temperaturas superiores a los cuarenta grados. Todos sabían de las
pruebas nucleares, hay fotos históricas de Wayne con un contador Geiger en la
mano, pero la relación radiactividad-cáncer no estaba todavía ni
estudiada, ni desarrollada. Además, Hughes había preguntado si existía algún
peligro y las autoridades le habían dado la misma respuesta que a la población
de St. George: no había nada que temer, no estaba en peligro la salud de
nadie. Incluso a todo el mundo le pareció hasta divertido que la arena de aquel
desierto de Snow Canyon brillara ligeramente en las cálidas noches del verano.
Cuando terminó el rodaje y cada quien volvió a su
casa, los montadores del film pidieron una serie de tomas extras lo que
resultaba bastante engorroso: enviar a todo el equipo de nuevo al desierto
resultaría carísimo para una película ya excedida en presupuestos. Era más
barato hacer lo que propuso Hughes, el millonario: hizo llevar sesenta
toneladas de aquella “arena brillante” a Hollywood, para que lo que faltaba de la
completar en la película se filmara en los estudios.
Ese mismo año 1956, el del estreno del El
Conquistador…, Víctor Young, el músico que había escrito la banda de sonido,
murió por un tumor cerebral. En enero de 1963, el productor y director de la
película, Dick Powell, murió por un linfoma a los cincuenta y ocho años. Seis
meses después, el 18 de junio, Pedro Armendáriz se pegó un balazo en la cabeza
en el UCLA Medical Center cuando supo que padecía un cáncer terminal de
estómago, extendido al riñón. Estaba a punto de cumplir cincuenta y un años. En
abril de 1974 murió Agnes Moorehead de un cáncer de pulmón, a los setenta y
cuatro años. Susan Hayward, también murió por un tumor cerebral en marzo de
1975, a los cincuenta y siete años. En 1979 y a los setenta y dos años murió de
cáncer John Wayne y, en 1991, a los ochenta y cinco, murió por un cáncer
pulmonar, John Hoyt otro de los protagonistas de El Conquistador…
Una estadística elaborada a trazo grueso por la prensa
estableció que de los doscientos veinte integrantes registrados del equipo de
filmación, al menos ciento cincuenta habían muerto por cáncer en los
años que siguieron al desastrado estreno de la película. Los cálculos no
incluían la gran cantidad de extras contratados para dar vida a las hordas
mongoles de Genghis Kahn. Gobierno y ejército de Estados Unidos negaron que las
muertes por cáncer en el equipo de filmación, y aun los casos registrados en
St. George hubieran tenido relación con la radiación desatada por las
experiencias nucleares en el desierto de Nevada.
Pero varios estudios científicos independientes,
lanzados a comienzos de los años ‘80, dieron como resultado cifras
demoledoras: más de la mitad de los habitantes de St. George habían
padecido cáncer en los treinta años siguientes a las pruebas nucleares; en
esos años se habían disparado además los casos de leucemia en recién nacidos.
Dos congresistas del estado de Utah lograron que el congreso estatal aprobara
una ley para que fuesen indemnizadas más de un millar de víctimas de cáncer,
vecinas todas de St. George, aunque el gobierno americano no admitió nunca
algún tipo de responsabilidad.
El 5 de abril de 1976, a los setenta años, tal vez con
sus facultades mentales en desorden, encerrado en la suite de un prestigioso
hotel de Acapulco, Howard Hughes sucumbió a una insuficiencia renal. Era un
espectro; muy envejecido, tenía setenta años, la barba muy larga y las uñas
crecidas; las radiografías descubrieron agujas metálicas rotas en sus brazos
porque Hugues se inyectaba codeína a espaldas de sus médicos. El FBI
lo identificó por sus huellas digitales.
En 1979, las copias fueron compradas por Universal
Pictures y emitidas por televisión junto a Ice Station Zebra - Estación
polar Zebra, que era una de las películas que Hughes veía de forma incesante en
los últimos años de su vida; y en 2012 Universal la incorporó, lanzada en DVD,
a su colección “Vault” The Conqueror no se pudo quitar el estigma de
encima, ser llamada “la película radiactiva”.