—Pero padre, sería tan feliz
junto a él que no me separaría ni un sólo instante de su lado, compartiríamos
hasta el más oculto de nuestros deseos y de nuestros sueños.
—Hija mía, voy a someter a prueba
tu amor por ese joven. Vas a ser encerrada con él durante 40 días y 40 noches
en una cámara de la Torre de Marfil. Si al finalizar este período, sigues
queriéndote casar, significará que sabes de individualidad y resistencia.
Significará también que ya eres madura de corazón y que estás preparada para la
creación de un hogar. Entonces te daré mi consentimiento.
La princesa, presa de una gran
alegría, dio un abrazo a su padre y aceptó encantada someterse a la prueba. Se
diría que su mente estallaba plena de imágenes y expectativas en las que
rebosaba felicidad. Y en efecto, todo discurrió armoniosamente durante los
primeros días, en los que los amantes no cesaban de saciar sus deseos retenidos, y colmar sus íntimas carencias... pero tras la
excitación y la euforia de las caricias, besos y susurros de las luces, no
tardaron en presentarse las dudas y contradicciones de las sombras que al no
saber como entenderlas y vivirlas, se
convirtieron en rutina y aburrimiento. Y lo que al principio sonaba a embelesadora
música a oídos de la princesa, se fue tornando en sonido infernal.
Aquella
hermosa joven de cabellos púrpura comenzó a vivir un extraño vaivén entre el
dolor y el placer, entre la alegría y la tristeza, entre la admiración y el
rechazo, por lo que antes de que transcurrieran dos semanas, la princesa ya
estaba suspirando por otro hombre del pasado o del futuro, llegando a repudiar
todo cuanto dijera o hiciera su amante.
A las tres semanas, se encontraba tan
harta de su pareja que, presa de una intensa rabieta, se puso a chillar y
aporrear la puerta de la celda. Cuando al fin consiguió salir, volvió a los
brazos de su padre, agradecida de haber sido liberada de aquel ser que aún no
entendía cómo había llegado primero a amar y más tarde aborrecer.
Al tiempo, cuando la princesa
recobró la serenidad perdida, y encontrándose junto a las azucenas del jardín
real, dijo a su padre:
—Háblame del matrimonio, Padre.
—Escucha atentamente lo que dice Kalil
Gibran
Nacisteis juntos y juntos para siempre. Pero…,
Dejad que en vuestra unión crezcan los espacios.
Amaos el uno al otro, más no hagáis del amor una prisión
Llenaos mutuamente las copas, pero no bebáis de la misma.
Compartid vuestro pan, más no comáis del mismo trozo.
Y permaneced juntos, más no demasiado juntos.
Porque ni el roble ni el ciprés crecen uno a la sombra del otro.