En los relatos literarios resplandece la fábula de Aníbal el melancólico, conocido por su rostro sombrío que lo definía. Habitaba en soledad en su pequeña cabaña, donde la paz interior le era esquiva. Como un laborioso campesino, cada día se dirigía a la cerca para trabajar, y al caer la noche, regresaba a su hogar, donde se recluía sin anhelar salir.
Una noche, mientras Aníbal el melancólico se sumía en el sueño, tuvo una visión extraña; de repente, sintió un agudo dolor en sus oídos, de los cuales emergieron seres de apariencia demoníaca. Al despertar, Aníbal el melancólico se quedó atónito al descubrir a esas criaturas, lo más asombroso era que habían surgido de sus propios oídos.
Aníbal, el melancólico, después de ver a aquellos pequeños seres, decidió no prestarles atención y se dejó llevar por la tristeza que tan bien conocía. Sin embargo, al amanecer del día siguiente, se encontró con otra inesperada sorpresa: los diminutos demonios habían tomado la iniciativa de organizar su hogar, que se encontraba en un estado de caos. Barrían los suelos y sacaban la basura al exterior... Ante esta nueva sorpresa, Aníbal, una vez más, optó por ignorar lo sucedido y tomó su mochila, preparándose para ir a trabajar en la cerca.
Al caer la tarde, tras un agotador día de trabajo, Aníbal, el melancólico, cruzó el umbral de su hogar y se encontró con los diminutos demonios que aún permanecían allí. Para su sorpresa, le habían preparado un guisado que parecía sacado de un cuento de hadas. Aníbal no podía dar crédito a lo que veía; era como si estuviera atrapado en un sueño. Lo más curioso era que el guisado resultó ser exquisito. Después de disfrutar de la comida, se dio un baño y se dejó caer en su cama, sumido en la tristeza. Los pequeños demonios, con su naturaleza traviesa, se acomodaron a su alrededor y comenzaron a entonar una melodía suave, que envolvía a Aníbal en una calma profunda, Así transcurrieron dos semanas y Aníbal, conocido como el melancólico, seguía sumido en su amargura. Sin embargo, cada día esos diminutos demonios lo sorprendían con algo nuevo; ya fuera limpiando su hogar, preparando su comida o sacando la basura. Un día, llegó el cumpleaños de Aníbal. Ese día, él se encontraba trabajando, sin ninguna esperanza. Pero al regresar a casa por la tarde, se encontró con una grata sorpresa: los pequeños demonios habían organizado una fiesta. Por primera vez, Aníbal sintió un destello de alegría.
En aquel día, los pequeños demonios danzaban por doquier. Tras la celebración de su cumpleaños, Aníbal se retiró a descansar ya avanzada la noche. Al amanecer, se levantó rebosante de alegría, y en su rostro se reflejaba una renovada motivación. Los diminutos demonios lo observaban con curiosidad mientras él sonreía. Con el paso del tiempo, Aníbal se fue adaptando a la presencia de sus demonios, aprendiendo a vivir en armonía con ellos. En una ocasión, lo apodaron Aníbal el melancólico, pero todo cambió cuando aquellos pequeños seres le devolvieron la felicidad. Una noche, mientras dormía, los demonios se deslizaron por sus oídos y regresaron a su hogar. Al despertar, Aníbal se dio cuenta de que ya no estaban, pero algo captó su atención: desde lo más profundo de sus oídos, escuchó susurros que decían: "Estamos aquí contigo, sigue sonriendo..." Desde ese instante, la vida de Aníbal dio un giro, transformándose de Aníbal el melancólico a Aníbal el alegre.