—En este país hace falta mano dura, porque está lleno
de vagos. Necesitamos un gobierno fuerte.
—¿Aún más fuerte?
Preguntó Ignacio.
—¡Mucho más fuerte! ¡Un Trujillo es lo que
necesitaríamos!
—No digas tonterías, Marcos, por favor
Él se volvió hacia ella, irritado.
—Sólo los tontos dicen tonterías.
—Lola, ¿fuiste a ver los vestiditos que te dije?
Cortó Elena.
—Pasé anteayer por la tarde, de vuelta de la facultad.
—Porque ahora estudia, ¿sabéis? Claro, como le sobra
el tiempo en casa
—No empecemos.
—Como le sobran horas, y no hay que ocuparse de la
niña, ni preparar la comida de su marido, porque para eso contamos con una
chica de servicio, pues ella puede irse cada día un rato a la universidad a
perder el tiempo.
—¿Y qué quieres, que pase el día en casa y me
convierta en una arpía doméstica que sólo sabe controlar las vidas de los demás
y meterse donde no le llaman?
—¿Por quién lo dices?
—Por nadie.
—Mira, como empieces otra vez a criticar a mi madre
voy a perder la paciencia.
—¡Dong! Tiempo. Chicos, es noche de sábado, hemos
salido para divertirnos y, además, los trapos sucios se lavan en casa.
—Eso, divirtámonos
Dijo Lola, y vació su vaso de un trago
—Hoy me siento tremendamente divertida.
Elena y su marido cruzaron una mirada.
—Tan divertida que quiero empezar a reírme lo antes
posible. ¡Camarero, otra botella!
—¿No has bebido suficiente?
—¿Me vas a dar lecciones? ¿Pretendes dármelas cuando
tú te has liquidado dos piscos sours, antes de salir de casa como quien bebe
agua? ¡Anda y que te zurzan!
—Haz lo que te dé la gana.
Los esfuerzos combinados de Elena e Ignacio no
lograron remontar el alicaído espíritu de la cena, así que cuando terminó
tardía, trabajosamente, porque el camarero no se dio prisa ni en traer la nota
ni en devolver luego el cambio he iban saliendo del local, un alboroto detrás
de ellos rompió su ensimismamiento. Marcos y Lola se estaban peleando a grito
pelado, y un par de camareros revoloteaban por las proximidades con ánimo de
intervención. Ellos se acercaron rápidamente hasta el escenario del rifirrafe.
—¿Negarás que estuviste provocando a ese tipo?
—¡Estás loco! ¡No le había visto en mi vida!
—Entonces, ¿por qué ha venido hasta aquí a rondarte?
—¡Y yo qué sé! ¡Porque le habré gustado, supongo!
—¡Exacto, supones bien! ¡Y porque le habrás dado a
entender que eres lo que todo el mundo ve que eres!
—¿Y qué soy, si puede saberse?
—¡¡Una puta!!
El término inexorable había sido pronunciado. Lola, lívida, arrancó de una mesa un vaso de coca cola y la tiró a la cara de su cónyuge, que quedó chorreando. Y cuando él se iba a lanzar sobre ella, los dos camareros lo detuvieron y lo paralizaron, dando tiempo a Lola de precipitarse hacia la puerta. Elena salió tras sus pasos, mientras Ignacio intentaba pacificar a Marcos y a los camareros, que prolongaban la bronca para entretenimiento y solaz de los demás clientes.
Cuando, algunas horas más tarde, regresaban en taxi a su casa, Ignacio se sentía francamente deprimido. Estas explosiones de sordidez conyugal entre amigos parecían indicadores de la gran traición del mundo adulto: ¿acaso no estaban Marcos y Lola aparentemente diseñados para constituir la pareja perfecta? ¿Qué estaba ocurriendo?